viernes, 27 de abril de 2007

EL TRIÁNGULO DE ORO




La economía, el comercio y la religión siempre fueron cogidos de la mano porque se relacionan como el ave al suave viento. Y cuando entre ellos se ignoraron, el equilibrio saltó en mil pedazos y el ave se convirtió en pájaro rapaz semejante al hombre astuto e interesado, del que todos desconfiamos. Unidos y bien llevados, forman un triangulo de vital importancia que cuando coinciden surge de ellos la mejor bonanza con beneficios extraordinarios. La religión nos invita pensar en los demás, el comercio atiende nuestras necesidades y la economía nos enseña el buen hacer que juntos forman el triangulo de la prosperidad.

La ciudad de Valencia tiene su triángulo en uno de los puntos más bellos, más hermanados y más visitados de la ciudad. Los tres lados que lo forman siguen unidos desde su creación y Valencia, pese a cualquier inclemencia que siempre fue vencida, es una ciudad que vive, goza y se expande gracias al impulso que ella misma genera representado por el Mercado Central, la Lonja de Mercaderes y la Iglesias de los Santos Juanes: ese triángulo entrañable que personifica el corazón de la ciudad con sus sístoles y diástoles de la compra diaria, el referente de nuestra fuerza económica y el reconocimiento que encierra la virtud cristiana de desear para los demás lo mismo que para nosotros anhelamos.

Valencia, durante el siglo XV y parte del XVI fue la capital económica de España. En ese periodo tuvo su Siglo de Oro de la Lengua Valenciana y en 1474 se imprimió en Valencia “Obres o trobes en lahors de la Verge Maria”, la primera obra literaria impresa en España en la también primera imprenta española situada junto al Portal de Valldigna. Eran los años en los que la industria de la seda tuvo un gran desarrollo por lo que fue necesaria la construcción de un edificio para atender a las necesidades del gremio. Éste caserón aún permanece en pie en la calle del Hospital a la espera de su necesaria restauración: el Colegio del Arte Mayor de la Seda.

Todo este esplendor llevó a la imperiosa necesidad de construir un centro vital para su economía. Así fue como se edificó La Lonja gótica que sustituyó a una vieja alhóndiga del siglo XIII, insuficiente para la creciente pujanza valenciana. El Consell Municipal ordenó su construcción en el año 1482 y quienes recibieron el encargo de su construcción fueron los canteros Joan Ivarra y Pere Compte. La muerte del primero al poco tiempo de su iniciación hizo que las obras quedaran en las manos del segundo, a quien sustituyeron otros hasta su término en el año 1548.

Su salón columnario, la Sala del Consolat del Mar y la torre, forman tres cuerpos unidos a través de arcos con ricos motivos escultóricos, zoomórficos, vegetales y humanos, esparcidos por todas las paredes del esplendoroso recinto.

Su construcción es la muestra más fehaciente del poder económico que tuvo Valencia, corroborado en que fue una importante puerta de entrada al Renacimiento italiano y que el Reino de Valencia fuera decisivo para la expansión de la Corona de Aragón hacia el Mediterráneo. Los Austrias, admirados por el potencial económico de Valencia le dedicaron toda su atención y fue precisamente en el salón columnario de la Lonja de la Seda donde se festejaron con gran boato y ricos adornos la boda de Felipe III con Margarita de Austria, celebrada en la Catedral valentina y bendecida por el patriarca Juan de Ribera.

El segundo lado del triángulo corresponde a la Iglesia de los Santos Juanes cuya parte trasera, quizá la zona más original, rivaliza en arte y belleza con la Lonja situada al frente. Su aspecto es el de un retablo de estilo barroco con un sobreelevado inferior que diseña un escenario teatral en el que se celebraban actos sacramentales. En los bajos existen las “covetes de San Joan”, un antiguo mercadillo de chatarrerías a la espera de su restauración definitiva. Como continuación de aquellas obras teatrales de carácter religioso, en la amplia terraza se celebra la representación de los milagros de San Vicente Ferrer, patrón de la Comunidad, en el día de su festividad.

El retablo barroco lo preside una escultura de la Virgen del Rosario y encima de ella está la torre del reloj con la veleta del “pardal de Sant Joan”. Dice la tradición que los padres humildes de los pueblos aragoneses, dejaban abandonados a sus hijos mirando a la veleta, esperando el milagro de que fueran recogidos por las familias pudientes para darles cobijo a cambio de su trabajo como sirvientes.

La Iglesia gótica del siglo XIV con anterioridad fue mezquita. Se construyó en honor de San Juan Bautista y San Juan Evangelista. En 1592 se produjo un pavoroso incendio obligando a su reconstrucción a los largo de los siglos XVII y XVIII con su inconfundible barroco. Pasando al interior de la Iglesia destacan las estatuas de Jacopo Vertéis, que figuran personajes de las Doce Tribus de Israel bajo los frescos en la bóveda pintados por Antonio Palomino, pintor de cámara de Carlos II, a finales del siglo XVII, rodeado todo de una desbordante imaginación barroca.

Cierra el triangulo de oro el actual Mercado Central, el segundo mayor de Europa. Sus orígenes se remontan a la Valencia árabe cuando estaba situado alrededor de la mezquita reemplazada años después por la Iglesia de los Santos Juanes. La zona estaba formada por un laberinto de calles y plazuelas y fue Jaime I quien le concedió mercado semanal con carácter de feria, encaminándole a convertirse en germen de la vida mercantil de la ciudad. Aquella zona estaba separada del casco antiguo por una muralla en la que se abrió un boquete o “trencat” para acceder al mercado a través de un camino que con el tiempo sería la actual Calle Trench. Coincidía en la época en que Pedro el Ceremonioso autorizó la venta diaria en el mercado y ordenó la construcción de la muralla cristiana que perduró hasta finales del siglo XIX.

Fue zona de conventos hasta la desamortización de Mendizábal cuando fueron derribados dando paso a un Mercado Nuevo descubierto y adaptado a los espacios abiertos nacidos del derribo.

La fama de aquel Mercado de Valencia, capital económica de España, tuvo resonancia en Europa y hasta él acudieron los franceses con sus tejidos, blondas y encajes; los mercaderes suizos y alemanes que trajeron sus quincallas baratas y los genoveses y malteses que monopolizaron la venta de sus lienzos. La vida comercial de Valencia giraba en torno al Mercado y a él acudían marinos genoveses, damas con sus sirvientas, ladronzuelos, frailes, soldados, caballeros, estudiantes, ciegos con sus cánticos, ora de gozos ora amenazantes y demás gentes que querían participar del bullicio y jolgorio en las horas de mercado.

Y fuera de aquellas horas, la plaza se convertía en lugar de celebraciones o de cumplimientos con la justicia. Con tal fin, existía una horca en la que quedaba colgado el ajusticiado durante unas horas hasta su enterramiento en el cementerio aledaño a la Iglesia de los Santos Juanes o junto al barranco de Carraixet. La horca más antigua era de piedra y estaba situada en el centro del Mercado, con posteriores transformaciones, siempre fijas, hasta mediados del siglo XVII que se montaba cuando era de necesidad. Dicen las crónicas que la horca actuó desde el principio del siglo XV hasta la época de la invasión francesa, en la que fue ejecutado José Romeu en 1812: quien alcanzara gran fama en su lucha contra Napoleón. Fue zona de faustos; de torneos; de corridas de toros y de justas, antiquísimo juego a caballo de origen árabe en el que los caballeros se ganaban el favor de damas y doncellas.

A finales del siglo XIX y vista la importancia que tenia para la ciudad la actividad comercial que allí se generaba, se tomó la decisión de construir un mercado cubierto. Para su edificación se tuvieron que vencer las dificultades de liberación de los terrenos necesarios para un gran proyecto en el que ya se pensaba. Por parte del Ayuntamiento se convocaron diversos concursos, algunos desiertos, hasta que en 1914 se aprobó el proyecto presentado por los arquitectos Alejandro Soler y Francisco Guardia. Tuvieron que pasar catorce años para que se terminaran las obras bajo la dirección de los arquitectos Enrique Viedma y Angel Romani. Así pues, en 1910 con la presencia de Alfonso XIII se iniciaron los derribos necesarios y en 1928 se inauguró el grandioso Mercado Central. Por las calles adyacentes continuó una gran actividad mercantil, con todo tipo de comercios reconocidos en sus fachadas donde colgaban siluetas y reclamos alusivos al nombre de la tienda o a su actividad, dado el analfabetismo de la época. En esas calles nacieron tiendas de platerías, coloniales, tejidos, confección, salazones, librerías de lance y toda clase de actividades complementarias al pulso vivo que generaba el Mercado Central, el edificio sin duda alguna, más representativo de Valencia en el siglo XX y considerado como uno de los más bellos de Europa.

Todas las mañanas del año, “la Cotorra del Mercat” y “el Pardal de Sant Joan” dirigen sus miradas hacia las gárgolas de la Lonja para darse los buenos días. Todos se sienten cercanos, imperecederos al paso del tiempo y con el firme propósito de mantenerse como estandartes y vértices del auténtico “triángulo de oro” que nos recuerda la Valencia que fue capital económica de España y en la actualidad punto obligado del turismo cultural que nos visita.

La Lonja y la trasera de San Juan han tenido recientemente una restauración muy elogiada y el Mercado Central camina en el mismo sentido lo que hace presagiar que nos deslumbre a todos. Un paseo por este triangulo de oro es un placer para los sentidos y una necesidad para el buen gusto. También el mejor marco para conocer el esplendor de un pasado histórico y la constatación de un futuro de nuestra ciudad cada vez más brillante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Julio, el vídeo ha quedado precioso y muy representativo. Te pongo aquí el comentario porque no hay opción bajo el vídeo.

Me ha gustado mucho.
Si tuviera tiempo me iría a pasar un día a Valencia a rescatar en fotografías imágenes para tu blog. Es fantástico.

Un abrazo!
Anika