domingo, 17 de febrero de 2008

EL COLEGIO DEL PATRIARCA

21 - El colegio del patriarca

El Colegio del Patriarca no es “un rincón de mi ciudad”. No, no lo es. Es más bien un tesoro oculto a los ojos de muchos valencianos que lo ignoran y cuya visita es un lujo para quien la hace. Y más, si es acompañado de un buen profesor que se sabe como nadie todos sus recovecos, dedicado al conocimiento de sus pergaminos, vitelas, libros, cuadros, legajos, protocolos allí guardados, así como todo lo que es y representa el Colegio para la historia de nuestra ciudad: el certificado con la excepcional valía de su autenticidad, cuyo tesoro es imposible evaluar.

Cuando iniciamos la visita, y una vez pasado su umbral tras un sombrío rellano, lo primero que se nos ofrece a los ojos es la belleza de un amplio y luminoso claustro, uno de los más armoniosos del renacimiento español, destacando sus columnas de mármol Carrara y la estatua sedente del “Beato Juan de Ribera”, obra de Mariano Benlliure, y que Juan XXIII santificó en 1960. Allí mismo fuimos recibidos por el rector del Colegio, quien nos dio la bienvenida, mostrando su agrado convencido de que nuestra visita iba a ser fructífera.

Contemplando la belleza del claustro supimos de su historia y de la vida del Santo, que, nacido en Sevilla, durante más de cuarenta años estuvo en Valencia hasta el momento de su muerte, acaecida en su propio Colegio el año 1611, donde está enterrado. Por deseo de Felipe III ejerció de Virrey de Valencia y tuvo especial participación en la expulsión de los moriscos de España en 1609, de la que era partidario. No obstante, trató que los últimos expulsados fueran los moriscos valencianos, intento en el que fracasó.

La construcción del Real Colegio Seminario del Corpus Christi, Colegio del Patriarca, se debe al deseo expreso del Arzobispo de Valencia Juan de Ribera, hombre muy culto y ávido de estudios, de formación erasmista y con el firme propósito de ordenar sacerdotes de acuerdo con el espíritu tridentino, en cuyo Concilio, uno de los más importantes de la Iglesia Católica, se marcó la pauta así como la conveniencia de crear seminarios dedicados a la mejor formación del clero y al cumplimiento del espíritu cristiano cuestionado por la reforma luterana, cuyas inapelables denuncias marcaron nuevos caminos para la Iglesia, pero siempre bajo las inflexibles directrices de Roma, que no obstante, puso fin a muchos de los abusos que se habían cometido hasta entonces.

Se iniciaron las obras en 1586, y fue el mismo Arzobispo quien colocó la primera piedra, siendo inaugurado por Felipe III en su visita de 1604 cuando aún no estaba finalizado; trabajos que continuaron hasta 1615 fecha de su finalización, cuando ya había fallecido el Arzobispo Juan de Ribera.

Ya situados e informados de todo el esplendor encerrado en sus piedras austeramente conservadas, fuimos recorriendo sus salas, atónitos ante todo lo que allí veíamos de cuya custodia poco sabíamos.

Estuvimos en el Archivo del Colegio donde tocamos con nuestras manos uno de los muchos pergaminos allí existentes, fechado el 16 de Enero de 1583, que acreditaba la compraventas de una de las casas –fueron más de sesenta- derribada para la construcción del Colegio del Patriarca. Son pergaminos de piel de cabrito escritos en latín –la lengua culta que entonces se entendía era la de Dios y que por ello nunca perecería- y que siempre se utilizaba para acreditar cualquier acto oficial, mercantil, legislativo o de la alta magistratura. Los pergaminos de piel de cabrito fueron utilizados hasta el siglo XVIII, cuando ya se empezó a utilizar el papel para las transacciones oficiales. Tuvimos el placer de observar diversas vitelas, una de ellas, una bula pontificia del mes de julio de 1572, la autorización para abrir una capilla, y que representó un placer para nuestros dedos recreados en tocarla.

A continuación, tras subir por una escalera de dos pisos, impresionante obra arquitectónica sobre arcos abovedados, llegamos a lo más alto, donde al final de unos escalones más empinados, está la entrada a la Biblioteca del Santo. En su dintel, una figura en mármol de Hércules simboliza la fuerza del estudio, como también pudiera ser el esfuerzo por la subida hacía una estancia que guarda 1.990 ejemplares: la más importante biblioteca del Renacimiento europeo. A ella recurren los estudiosos de la teología, de la espiritualidad, de la humanística, de las leyes, de la liturgia o de los interesados por la bíblica. Posee un oratorio interno, en la actualidad con un cuadro del Santo Patriarca, así como diversos cuadros situados encima de las librerías que rodean la biblioteca, donde vemos los semblantes serios de los monarcas de la casa de los Austrias y sus esposas, junto a otros, igualmente referidos a personajes ilustres de la época. Como curiosidad, las paredes que forman el amplio hueco de la escalera están decoradas con cuadros de sultanes y moriscos, quizá de cierta fama.

Hicimos una breve visita a la biblioteca del Siglo XVIII, el de "las luces", donde se guarda el epistolario de Gregorio Mayans y Siscar, valenciano: el que fuera sabio erudito, humanista, investigador y uno de los más importantes historiadores del Siglo de la Ilustración.

Aún nos esperaba una sorpresa reservada para el final, seguro que con toda la intención, guardada por nuestro apasionado cicerone: “el camino de damasco”. Expectante, nos hizo pasar a un pequeño recibidor, sencillo y de aspecto diferente a lo que hasta ese momento habíamos visto, donde una pequeña y sencilla puerta abría camino hacía lo que nada más verlo nos dejó impresionados. Un momento antes, a uno de nosotros le cambió el color de la cara: al que a modo de broma entró primero para que viéramos todos, al volver a salir por un breve instante, su rostro asombrado.

Vimos el Archivo de Protocolos del Colegio del Corpus Christi de Valencia donde se guardan veintinueve mil registros de dos mil doscientos notarios: los actos mercantiles y base de la historia social de Valencia desde el año 1370 hasta 1890. Archivo excepcional y único en Europa del deberíamos de presumir y ensalzarlo como se merece.

Los protocolos eran propiedad de la viuda de Antonio Espada, y cuando el Dr. Don Mariano Tortosa supo que su dueña se estaba desprendiendo de parte de sus legajos, en el año 1803, los adquirió por 1100 libras. Gracias a su afortunada decisión, el más importante fondo notarial se conserva en el Colegio del Corpus Christi de Valencia, formando parte de otro de sus tesoros. Al verlo, fue cuando entendimos el significado del “camino de damasco”, el de los sueños y proyectos, pero en versión retrospectiva. En la I Republica, cuando la Gloriosa, hubo un intento de apropiación por parte del Estado, que no se consiguió. Como años antes, cuando la desamortización de Mendizábal que no afectó al Colegio Seminario.

Gracias al celo del rector Puche de la Universidad de Valencia, el Colegio del Patriarca no fue saqueado durante la Guerra Civil, aunque no se pudo evitar que asesinaran al clero, victimas de aquella persecución religiosa. En el mismo periodo, el Colegio dio protección a los cuadros del Museo del Prado amenazados por los bombardeos a la ciudad madrileña.

Así terminó tan interesante visita a unos de los mejores centros culturales de nuestra ciudad, no sin antes recordar al famoso cocodrilo adosado a la entrada de la Iglesia, proveniente de la casa de recreo que tenía el Arzobispo en la Calle de Alboraya, donde tenía más de cuatrocientos animales.

Pero aún, al menos para mí, quedaba una grata sorpresa. Debido a la hora muy avanzada de la mañana tuvimos que salir por la puerta trasera, la que da a la calle de la Cruz Nueva, donde forma un pequeño patio cercado por una verja de hierro fundido junto a unas columnas que lo ennoblece.

Justo unos pocos días antes, paseando por esta estrecha calle y fijándome en la puerta de hierro cerrada, me preguntaba, si en alguna ocasión cruzaría aquel umbral situado en tan histórico rincón de mi ciudad, que a su visita, traslada a quien lo hace a la autenticidad del siglo XVII, impregnándose de su historia.