domingo, 26 de julio de 2009

EL BARRIO DE LA VIRGEN DE LOS DESAMPARADOS, EL DE LA AGUJA

51 - el barrio de la Virgen de los desamparados el de la aguja

Si la gracia de una ciudad reside, entre otros anhelos, en su afán de extenderse cual ser vivo que es, o en el saludable deseo de remozar sus calles y plazas conservando su sabor antiguo –en ocasiones con cierta dificultad- el mayor de los encantos se consigue, sin embargo, cuando, como detenido el tiempo, encuentras un rincón intacto al de su minuto de creación.

Rincón, en el que, salvo la reducción del número de sus calles y que la huerta otrora circundante haya sido reemplazada por la gran urbe que lo engulle, al igual que lo respeta, pasear por sus cinco calzadas sin temor a un tráfico allí inexistente, y cuyo solaz rumor es el vecinal de quienes tranquilamente viven en sus casas, el adentrarse en sus calles es un pequeño placer cuya renuncia lleva al desaire hacía uno de los más singulares rincones de mi ciudad, especialmente por su sabor antiguo y su extracción popular.

Es el caso del Barrio de la Virgen de los Desamparados, popularmente el de la Aguja, ceñido a la Avenida del Cid, y que desde su terminación en 1930 construido por el Sindicato de la Aguja –de quien recibe el nombre- permanece uniforme. Fue una obra auspiciada por la Catedral Metropolitana de Valencia en su afán de construcción de “casas baratas” en diversos puntos de la ciudad, y en la que entre su identidad y gracioso acabado destacan los variados frontis de sus ventanas, sus balcones de hierro, sus pináculos en las cornisas junto a la hornacina central arriba de cada vivienda en la que figura un mosaico idéntico en todas y de ornado dibujo. Mosaico que lleva al paseante al recuerdo de las modistillas que con la gracia de sus manos, entre hilos, agujas y dedales, daban vida a los vestidos, fruto de su trabajo.

En el barrio de la Aguja persiste el disfrute de sus vecinos y el asombro del visitante por sus pequeñas calles que muestran el orgullo de un barrio que fiel a su tradición, se mantiene firme y blindado al tráfago estridente que le rodea, incapaz éste de hacer mella en su interior.

El Barrio de la Aguja, en recuerdo a las afiliadas “modestillas”, fue inaugurado y bendecido por el Arzobispo Melo en 1932 con sus entonces sesenta y cinco casas todas iguales, comunicando su planta baja con la superior a través de una escalera que parte del comedor junto a la cocina con salida a un patio en la trasera, y que sube hasta las habitaciones de la vivienda.

En la actualidad sólo permanecen cincuenta y cinco casas por la desaparición de uno de sus tramos absorbido por el crecimiento de la ciudad hasta la misma linde de sus calles. Las que en un principio estaban nominadas de la A a la F, rótulos que permanecen junto a los de sus actuales nombres: Virgen del Lluch, Virgen del Rebollet, Virgen de la Salud, Virgen de Agres y Virgen de las Injurias; calles cortadas al tráfico rodado a excepción de un solo punto por el que pueden acceder los vehículos hasta el portal de las casas.

Portales de casas en los que aún perdura en la gente mayor la costumbre veraniega de “gozar de la fresca” rememorando sus costumbres, como aquella de la “Penya los Menin-fots” que desparecida tras la guerra civil, participaba hasta entonces de una gran actividad teatral en el marco de sus calles. Como también la de honrar a la Virgen de los Desamparados en una imagen que mes a mes se trasladaba y guardaba en el interior de cada casa, tradición que desapareció en los años cincuenta con el traslado definitivo de la Virgen a una Iglesia cercana. Mientras que para la gente menuda, el jugar por sus calles bajo los olivos y naranjos que las adornan es de vital tranquilad para el vecindario.

Llama la atención un depósito de agua que sobresale cima las casas, alimentado por un pozo aún en funcionamiento y que una “Junta del Barrio” se encarga de su puesta a punto y facturación a todos los vecinos por una módica cantidad fija al año, independiente del consumo; lo que no les priva de la conexión al servicio de Aguas Potables Municipal.

La posibilidad de compartir un rato a la fresca junto a sus vecinos sentados frente al portal de una casa y dentro de la ciudad en los años en que vivimos, es una experiencia tan grata como difícil de conseguir, pero posible gracias a la simpatía y generosidad de sus gentes que se ofrecen generosas a quien se les acerca en un bello encuadre pincelado por la flor del San Pedro en las aceras que lucen en los umbrales. Os recomiendo su visita a última hora de la tarde, donde olvidándote de la gran urbe, estarás en su interior.