lunes, 27 de diciembre de 2010

LA PLAZA DEL POETA LLORENTE

23 - la plaza poeta llorente

Más que una pequeña plaza es como una brecha abierta en el perímetro del casco histórico en la que en su cicatrizada herida brotan páginas de leyendas encastradas en la cuña que la forma; pero no por ello deja de ser un pequeño rincón, abierto en el lugar exacto en el que se simboliza la capitulación de la Valencia musulmana y el inicio del reino cristiano por la acción del Rey Conquistador, Jaime I de Aragón.

Primero fue un lugar ocupado por el lienzo de la muralla árabe y tres siglos después por el cristiano. En él se fundieron sus piedras, tanto en cuanto la conocida como la puerta del Cid, la de Bab el Schadchar, situada junto al torreón en el que como señal de su entrega y según cuenta la tradición -por otra parte cuestionada por su falsa identidad y ausencia de documentación que la acredite- izaron los musulmanes en 1238 el “Penó de la Conquesta” (actualmente conservado en el Museo Histórico Municipal del Ayuntamiento de la ciudad) como señal de su rendición.

Corresponde al mismo lugar que ocuparon los Templarios por concesión del “Conqueridor” y que desde 1770 fue habilitado de nueva planta como Iglesia, Convento y Colegio de Montesa, cuando un terremoto en 1748 destrozó el Castillo de la Orden que había recibido toda la herencia de los Templarios, al ser suprimidos estos por Clemente V en el siglo XIV. Se estableció entonces y como nueva sede cisterciense, en la actual Plaza del Temple (aledaña a nuestro rincón) laborando hasta la desamortización de Mendizábal del siglo XIX. Momento en el que pasó a denominarse como Palacio del Temple en sus funciones de sede gubernamental y en cuyo lateral izquierdo a la plaza y en recuerdo de su pasado, una lápida de piedra informa al curioso de su rica y crucial historia.

En el centro de la Plaza del Poeta Llorente, luce esbelta la estatua de José Ribera, “el Españoleto”, de Mariano Benlliure. Sin duda uno de los monumentos más viajeros de la ciudad, toda vez que inaugurado frente a la puerta principal del Temple en 1888, fue trasladado en 1905 a la Plaza de Emilio Castelar, para seguir en su peregrinaje en 1930 a nuestro rincón y a escasos metros de su primer emplazamiento.

Y en el lado derecho del rincón triangular la casa donde vivió Teodoro Llorente Olivares, quien da nombre a la Plaza. Reconocido como “el Padre de la Lengua Valenciana” por la decidida defensa que hizo de ella, tanto en cuanto fue el principal impulsor de su Renaixença. En su recuerdo una placa de piedra testimonia el edificio modernista habitado por tan insigne poeta, en el que destacan sus balcones de hierro y sus miradores que debieron dar luz e inspiración en las horas de sus líricas obras repletas de impronta valenciana.

Bello edificio del siglo XIX levantado sobre el solar del Convento de los Trinitarios Descalzos, que desde 1652 y hasta la desamortización citada, dio nombre a la plaza al recaer en ella la fachada de su iglesia conventual.

En el vértice de nuestro singular rincón destaca un enigmático edificio de sabor palaciego del que lo poco que de él se conoce es que vivió Manuel González Martí. En él, albergó su colección de cerámica hasta su traslado definitivo al Museo Nacional en el Palacio del Marqués de Dos Aguas.

La Plaza del Poeta Llorente es un rincón que invita a la rememoración de nuestra historia bajo el eco dormido del mejor de nuestros poetas, siendo el que más y mejor contribuyó al renacimiento de la Lengua Valenciana, así como el principal impulsor de “Lo Rat Penat”, la sociedad literaria de finales del XIX.

Vale la pena detenerse ante la elegante estatua de Ribera y escrutar todo su entorno por lo mucho que significó en su rico pasado, antes de perderse por sus callejuelas que de allí parten en relajante callejeo hasta el corazón de nuestra ciudad. No dejéis de hacerlo.

sábado, 27 de noviembre de 2010

LA PLAZA DEL ESPARTO

9 - La Plaza del Esparto Existen rincones en mi ciudad que destacan por la diversidad de sus encantos que en su singularidad los visten. Y si a ello se une la sencillez de sus aderezos, o la humildad de su nombre, lejos de la suntuosidad en otras ocasiones merecida, el lugar en el que en esta ocasión se encuentra el caminante tiene todos los atributos propios del "rincón" que en su callejeo por la ciudad busca para su descanso, al igual que como lugar de encuentro para una cita coloquial, o de las que producen cruces de miradas fascinadas por el brillo de unos ojos de cualquiera pareja enamorada.

Si en la ciudad existen rincones cual "salones de lujo", la existencia de pequeñas "salitas de estar" complementa su atractivo. Este es el caso del acogedor rincón que tiene como nombre la Plaza del Esparto: sencillo, humilde, nada suntuoso, pero cálido y de ornato peculiar: el del amparo del “Café Sant Jaume” y las cuatro falsas acacias que con sus cortinajes lo enmarcan a la par que le sirven de cobijo, tanto en los atardeceres de suaves brisas, como en las horas estivales de una mañana solariega que procuran su sombra aunque sea por un pequeño instante.

Rincón terraza, bohemio y amigable, punto de partida al igual que de unión entre los Barrios del Carmen y el del “Mercat”, se convierte al igual como punto de inicio, tanto como de final, sea para disfrutar paseando sus callejuelas aledañas, sea como rincón para una grata velada entre el murmullo urbano o la balada de un dúo melódico que busca su jornal.

El “Café Sant Jaume” fue antaño la Farmacia Cañizares, y como café entrañable procura ratos de grata estancia conservando todo el atrezzo que tuviera antaño, cuando con su famoso ungüento aliviaba cualquier dolor del cuerpo.

Rincón situado junto a la Plaza de San Jaime y donde termina la Calle de Caballeros, en las cuatro fachadas que lo forman, lucen, junto a la sencillez de sus pequeños balcones, la presencia de unos miradores de madera que resistiendo el paso del tiempo, testimonian retazos del buen gusto arquitectónico que unido al de su sencillez, son propios de un pasado que afortunadamente perdura. Al igual que la vista de una fuente de hierro fundido que nos trae el recuerdo de cuando su existencia por las calles de la ciudad lo eran en mayor número, y que con su presencia nos recuerda un pasado algo ya lejano.

Su nombre nos rememora la industria de los fabricantes de sogas y su gremio de Sogueros que utilizaban los huertos próximos del barrio del Carmen para extender el esparto y confeccionar una variedad de utensilios al servicio del huertano que los necesitaba.

Placita de grata estancia, apacible y de sabor antañón, que como lugar de encuentro y relajo os recomiendo en las horas del atardecer, cuando los reflejos se funden entre las farolas que lo alumbran y el dorado del “Café Sant Jaume”, cual cálida “salita de estar” en este bello rincón.

jueves, 28 de octubre de 2010

LA PLAZA MARGARITA VALLDAURA

31 - La Plaza Margarita valldaura 
Si hay bellos rincones merced a su singular aspecto que bien pudiera ser el de una fuente cuyo murmullo destaca en el silencio; el de una casa palaciega que lo ennoblece; la forja de sus balcones que lo decoran o el de un árbol a cuya sombra una banca invita al descanso, existen otros que su mayor encanto reside en la invitación al recuerdo de personajes de gran fama por su relación con el lugar, aquel en el que viviera quien dedicara sus días al logro de un mundo mejor, fiel a sus principios y convencido de su necesidad.

Es el caso de Luis Vives, que de familia judía conversa pero leal a su religión y para su mayor estudio y protección, aconsejado por sus padres que mortalmente sufrirían más tarde los rigores de la Inquisición, abandonó España hacia las mejores universidades europeas, pero sin olvidar su ciudad; al igual que su retícula urbana asilada a fuego en su corazón, como lo demuestra en un genial dialogo enriquecido con la sensibilidad de su añoranza.

Desde la distancia, cuenta en su libro que callejeando por la ciudad del quinientos, tres amigos, Centelles, Borja y Cavanilles, evocan su añoranza por las callejuelas cuyo recuerdo mantienen con pulcra exactitud, tal y como se refleja en los diálogos de las páginas de “Las Leyes del juego”, una de las obras literarias del humanista valenciano.

Así pues, iniciando su callejeo en la judería y a invitación de Cavanilles de pasear por la Plaza de la Higuera y junto a Santa Tecla, responde Centelles, que no, que él prefiere hacerlo por la Calle de la Taberna del Gallo por la que llegarán hasta la plaza donde nació su amigo Vives, aprovechando la ocasión para visitar a sus hermanas.

La Plaza de Margarita de Valldaura, en homenaje a la que fuera esposa de Luis Vives (igualmente de familia judía con la que se casó en Brujas) es un rincón para el recuerdo de nuestro gran erudito que junto al recurso del dialogo en su copiosa obra literaria dedicada a la enseñanza, y en colaboración con su amigo Erasmo, fue también partícipe de una intensa y fecunda labor epistolar, contribuyendo ambos a la unidad europea en los momentos históricos de mayor peligro de su desmembración.

Es pues éste un “rincón” que nos sitúa en el lugar de nacimiento del humanista: una casona de la misma plaza, recientemente restaurada, que llega hasta la esquina de la Calle de Cardona. Casona que fue ocupada durante muchos años por el Colegio Cisneros, quizá llamada a ello por el ser lugar en el que vino al mundo quien impregnó en su vida los deseos por la enseñanza.

El paseante interesado accede a nuestro “rincón” desde la Calle de la Paz por la de Luis Vives; desde la de San Vicente por la de San Martín y desde la del Marqués de Dos Aguas por la de Vidal; toda una exigua retícula urbana en torno a una pequeña plaza que acerca al viandante el recuerdo del literato valenciano que alcanzara gran prestigio en Europa sin retornar a su ciudad, pero sin olvidar sus raíces, como lo demuestra que desde la distancia y en sus diálogos, callejeaba resuelto por el centro histórico de la ciudad en ruta hacia el mercado, cuyos aromas y colores -como si con él permanecieran en la ciudad de Brujas donde fijó su residencia hasta su muerte- dejó patente en sus escritos.

Detenerse un pequeño instante en semejante rincón en el que un ciprés y cuatro naranjos lo relajan, en el que no falta una banca de piedra donde sentarse ante la que fue casa en la que Luis Vives iniciara sus primeros “gateos”, da ocasión a rememorar a uno de los personajes de mayor prestigio en el viejo continente conocido entonces como la Cristiandad, y que junto a Erasmo, contribuyó a que fuera reconocido como Europa y con la racionalidad de su origen gravitado en los principios cristianos.

Plaza peatonal y tranquila, en donde se aloja un hueco de nuestra historia en torno al que fue barrio de la judería del que apenas quedan vestigios, por lo que en su permanencia adquiere suficiente distinción y hace que nos acerque, siquiera sea un instante, al gran humanista valenciano para cuya memoria bien vale una visita a tan céntrico rincón.


martes, 28 de septiembre de 2010

LA PLAZA DEL CARMEN

11 - La plaza del Carmen

Cuando en un “rincón” confluyen en histórica armonía -junto a la paz y el sosiego gracias a su condición peatonal- la casona palaciega, el pasado conventual hoy Museo de Bellas Artes, el recuerdo docente de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, el remanso de unos jardines, el monumento a un pintor renacentista y todo ello bajo el hechizo de una fachada-retablo recientemente restaurada con gran brillantez de la antigua Iglesia del Carmen –hoy Parroquia de la Santa Cruz en recuerdo de la existente en la cercana plaza de este nombre- con su torre campanario coronada por el “Angelot del Carmen”, cuando todo ello se une en el corazón de un barrio entrañable, se convierte tal lugar en un “rincón con mayúsculas” que, por albergar tan rico pasado, al tiempo que da descanso al visitante en su solaz visita, al rememorar las diferentes partes de su historia forjada a través de los siglos, da ocasión a conocer la importancia de un lugar situado extramuros de la que fue muralla musulmana.

El Barrio del Carmen, de antiguo de gran prestigio artesanal y motor fundamental de la actividad gremial, es en la actualidad de vida bohemia, pródigo como lugar de ocio y diversión gracias a sus innumerables tabernas y lugares de encuentro, sitos a lo largo de una retícula urbana de largas y estrechas calles que le dan su particular aspecto.

Y al mayor prestigio del barrio en torno a su plaza principal, contribuye su apuesta histórico cultural iniciada a finales del siglo XIII, cuando fue el lugar elegido para edificar el Convento de los Carmelitas como recompensa al apoyo que prestaron -entre otras ordenes mendicantes- al rey de Aragón Jaime I en la Reconquista del reino musulmán de Valencia, y que tras diversas ampliaciones alcanzó su actual configuración finalizando el XVIII.

Plaza festiva por excelencia, ha sido el centro idóneo para celebrar las numerosas “festes de carrer” del populoso Barrio del Carmen que en la actualidad y por desgracia son cada vez en menor número. Brillan en la actualidad, la fiesta de San Vicente Ferrer con su “Altar del Carmen” con variadas representaciones de milagros vicentinos junto a la fachada de la Parroquia, y la ya internacional fiesta de las fallas de la ciudad que en tan populoso barrio y gracias al esfuerzo de sus comisiones, entre las que destaca por sus premios y galardones la Especial de Na Jordana, lucen entre el entusiasmo y orgullo vecinal.

El Palacio Pineda del siglo XVIII, hoy sede de la Universidad Menéndez y Pelayo, deja un toque singular en el “rincón” de la Plaza del Carmen. Palacio que fue uno de los primeros sitios que dieron cobijo al Colegio de los Hermanos Maristas llegados a Valencia a finales del XIX, y que con anterioridad a ésta sede, ya habían ocupado otras casas más pequeñas en el mismo Barrio del Carmen.

Adorna la fachada del Palacio Pineda un cuidado jardín con una estatua al pintor renacentista Juan de Juanes, que, nacido en Fuente la Higuera, fue vecino del barrio recordándosele con su presencia monumental. Completa la plaza, aunque corresponde a la calle Padre de Huérfanos y adosado a la Parroquia de la Santa Cruz, otro amplio jardín construido al derribo del Palacio de los Señores de Alacuás en 1946 con una bella fuente central situada en una alberca dedicada “a los niños”, réplica de una original de Mariano Benlliure.

Digno rincón del Barrio del Carmen al que se puede acceder por las Calles Roteros, Pintor Fillol, Pineda, Palma, Fos y Padre de Huérfanos, todas ellas singulares y de gran importancia histórica en los avatares de nuestra ciudad, cuyo callejeo hace disfrutar al paseante.

Visitar la Plaza del Carmen que da nombre al barrio más popular de Valencia, llena de un gran atractivo cultural y a la sazón en su entorno más inmediato de recomendable peregrinaje, es de crucial importancia para conocer mejor nuestro pasado, relajándonos en el presente.

sábado, 28 de agosto de 2010

LA PLAZA DE SANTA MARGARITA

25 - La Plaza santa margarita

Existen rincones que por si mismos alcanzan el mérito de transformarse en museos urbanos lejos de su intención; plazuelas “festoneadas” de obras de arte que en arracimada armonía cubren su contorno. Por lo que, con tal presencia, ofrecen al tranquilo paseante la ocasión del gozo escudriñando en sus fachadas una suerte de variados balcones de forja, de ventanales enrejados y de un mirador de madera como fruto del trabajo artesanal en el que sus creadores debieron rivalizar en el momento de su construcción. Al igual que los sencillos adornos de estucos y ménsulas creando un grato rincón en el que se funden lo bello con lo estético.

Enaltece a nuestro “rincón museo”, entre otros, un refinado balcón corrido enriquecido por un par de frontones que realzan su esplendor, formando su fachada ángulo con otro edificio que, si más sencillo, se complementa con el aporte del citado mirador, al igual que con sus balcones de una o dos ventanas creando ambas fachadas una de las aristas de la plaza cuadrangular.

La otra, y que complementa la placita, está exenta y en su diagonal, abierta a la Calle Trinitarios en cuya mitad del trayecto aparece. Lucen en sus tres alturas la gracia de sus balcones que la conforman, merced a sus diferentes estilos en los que se muestran la belleza de sus acabados gracias a una mano artesanal fortalecida por el golpe del martillo sobre el yunque al calor de la fragua, dando forma al hierro forjado con la destreza de su maestría.

Larga Calle de Trinitarios que comunica la antigua Iglesia de El Salvador, la que fue Mezquita, con el majestuoso conjunto del Palacio e Iglesia del Temple construido en su actual estructura en el siglo XVIII tras la destrucción por un terremoto del Castillo de Montesa, y cuya consecuencia inmediata fue el traslado de la Orden en época de Carlos III a las antiguas instalaciones de los Templarios de las que toma su actual nombre.

Rectilínea la de Trinitarios, traslada al viandante desde la Plaza del Poeta Llorente, “el Padre de las Letras Valencianas”, a la Catedral, en cuyo trayecto se halla el Seminario Conciliar, con un magnífico claustro y actual Facultad de Teología, reuniéndose en su recorrido un conjunto monumental que nacido en la Reconquista, con sus posteriores transformaciones llega a nuestros días como una página de nuestra historia.

La plaza que a mediados del XVIII era conocida como la de la Alcudia, cambió su nombre avanzado aquel siglo al actual de nuestros días, siendo su motivo la existencia de un altar en recuerdo a Santa Margarita de Escocia quien destacó por su ayuda a los pobres.

Recoleta plaza en la que bien vale la pena detenerse un instante por la abundancia de sus balcones, y que por su pequeñez, la hace aún más singular cual pequeño museo al aire libre que de forma espontánea y sin pretenderlo, da ocasión a la existencia de uno más de los muchos rincones de nuestro centro histórico que merece nuestra atención.

martes, 27 de julio de 2010

LA CALLE CAÑETE

15 - La calle cañete
“Prop de les Torres de Quart
n'hi ha una festa molt antiga
a on un rumbos veïnat
conserva la festa viva,
la del nostre Beat”

Así se proclama en un delicioso “cant d’estil valenciá” el comienzo de la fiesta en recuerdo al Beato Gaspar Bono, allí mismo donde naciera: a pie de su casa sita al final de la Calle Cañete. Recinto sagrado y capilla de hogar, cuidado con el fervor y mimo de sus vecinos al que le ofrecen desinteresados toda su devoción.

Azucat” el de Cañete que si a su comienzo es de semblanza moderna, tal y como avanzas, cambia de piel y a paso lento descubre el paseante el sabor de la Valencia aldeana con sus casas de planta baja y puertas abiertas, de macetas ante el portal, o colgadas de las rejas de su ventanas o realzando la sencillez de sus balcones, dando en su conjunto ocasión a que sus vecinos disfruten de la vida familiar que existiera antaño. Sobre todo en la época estival, con sus cotidianas veladas a la fresca de ensaladas y pistos con tinto de verano, tortillas de patata, caracoles con hierbabuena y con juegos de parchís; sin despreciar el resto del año en el que se mantiene la armonía al calor de los hogares.

Rincón antañón por tanto, al que se une la existencia cada vez más viva de una de “les festes de carrer” más arraigada en nuestra ciudad. Tradición que se mantiene gracias al tesón de la “Peña el Clau” como corazón de la fiesta, en la que año tras año rinde homenaje al Beato que consideran como propio. Le manifiestan así su gratitud por la desprendida generosidad que tuvo a favor del necesitado, en cuyo recuerdo se mantiene intacta una fiesta cuyo fervor se acrecienta en los años transmitido a los hijos de Cañete.

De padres muy pobres nació el Beato una víspera de Reyes de 1530, por lo que le bautizaron con el nombre de uno de los Magos. En sus años juveniles antepuso a sus deseos de sacerdocio la ayuda a su familia, lo que no le impedía organizar en su propia calle precesiones a semejanza de las que veía en otros lugares de la ciudad loando al Señor.

En beneficio de sus padres necesitados, se hizo soldado de Carlos V, utilizando como mejor arma el rezo diario por sus compañeros en las campañas. Al resultar herido de gravedad ofreció su vida dedicada al sacerdocio si superaba el trance. Logrado su deseo, fue acogido en la Orden Franciscana de los Mínimos del Convento de San Sebastián de la que llegó a ser su Provincial. Ejerció la pobreza, impregnándose de santidad, por lo que en sus místicas oraciones la situación de éxtasis le era frecuente, al tiempo que en sus rogativas desbordaba toda su fuerza mediando por los demás.

Quizá de aquellos sus juegos juveniles perdura la principal tradición de la fiesta manifestada en una procesión que recorre las calles aledañas. Son los hombres de Cañete los que llevan en andas al Beato desde su casa natalicia, y tras larga procesión, regresan a su calle, momento en que a su entrada los reemplazan las mujeres hasta depositarlo en su capilla.

Rincón, fiesta y devoción se entremezclan en uno de los “azucat” más activos de la ciudad, en el que el alma del Beato Gaspar Bono está siempre presente.

Visitar este rincón en la segunda semana de julio es participar de una “festa de carrer” en la que nadie es forastero, pues reconocido el paseante como extraño, es de inmediato acogido de forma desprendida, tal y como ejerciera su vida el virtuoso Beato.

Pero adentrarse en la de Cañete en cualquier otro día del año, es la ocasión para el deleite por la semejanza de su calle a las existentes en cualquier pequeño pueblo de la serranía valenciana, de sus puertas abiertas en las horas del atardecer, cuando la calle se convierte en un salón vecinal en el que impera la fraternidad.

martes, 29 de junio de 2010

LA PLAZOLETA DE LA CALLE DE VICIANA

47 - la plazoleta viciana 
Es un auténtico rincón, y como tal, muy pequeño, escondido y muy singular. Apacible al mismo tiempo, mas cual ventrículo de la ciudad, está situado a escasos pasos de la Iglesia del Salvador -la que fue en su tiempo mezquita musulmana- inmerso en el centro histórico, pero que al ocupar un lugar inadvertido al caminante en su callejeo por la ciudad, éste, ignora de su existencia por la pequeña relevancia de una calle que por si sola evoca la soledad.

Calle recoleta y de corto trayecto, se abre a mitad de su camino una plazoleta que pese a su sencillez se adorna con la presencia de un pozo seco de elegante prestancia en el centro de nuestro rincón, con su toque de gracia, a la vez que de sorpresa.

Si desde el Puente de la Trinidad, el más antiguo de la ciudad como lugar de paso de la que fue la Vía Augusta romana, nos adentramos por la calle del Salvador y salvamos a la izquierda la inmediata de En LLopis, nos encontraremos de seguido, igualmente a la izquierda, con la de Viciana.

La conveniencia de introducirnos en ella por la simple curiosidad de ver lo que allí pueda esconderse, nos llevará a la sorpresa de ver a su mitad, la estampa octogonal de un pozo con cuatro escudos labrados en la piedra de sus paredes, a los que el cortinaje de una hiedra que nace de su interior y cayendo sobre ellos, al tiempo que los cubre y engalana, no es óbice a la vista del viandante aficionado a la heráldica en su curiosidad por los blasones cuyo anuncio fijan la razón de sus linajes, en este caso perpetuados en la plazoleta o ”azucat” de tan bello rincón.

Como remate a tan original pozo y por encima de un lustroso arbusto que nace de su interior, prima una artística cruz de hierro sujeta por dos lanzas verticales en un conjunto forjado a merced de la envoltura vegetal que embellece a tan singular brocal, a cuyo alrededor y de unos macetones también de hierro, nacen unos ficus enanos que complementan y dan alegría a tan pintoresca plazoleta.

Plazoleta que muestra en sus tres lados -porque el cuarto está abierto a un solar vallado por un muro que hace de lienzo útil al graffiti urbano y que a la postre hace posible observar la cúpula de la iglesia del antiguo seminario de la calle Trinitarios, actual Facultad de Teología- toda una suerte de pequeños balcones de hierro, así como de ventanales enrejados en los que abundantes maceteros envuelven sus barrotes pincelando el rincón. Rincón con su vieja casona del siglo XVIII, restaurada, y que sirve en la actualidad como sede de un centro privado: la Escuela Superior de Arte y Tecnología; plazoleta que como toda que se precie, no le falta su banca de piedra donde descansar contemplándola.

La de Viciana tiene el toque artesanal de un taller de marcos y molduras con sello de antigüedad, en el que su dueña, Ana Medrano, labora con mimo su obra desde hace más de veinte años. Una artística y saliente banderola de hierro sujeta a un ángulo fijo a la pared, llama la atención desde el inicio de la calle, anunciando su nombre merced, igualmente, un mosaico cerámico en su fachada.

Es parte de la calle la fachada lateral del elegante Palacio que fuera lugar de residencia del Barón de Cárcer, el que fue Alcalde de Valencia, cuya portada principal da a la calle del Salvador. Lucen en los bajos de sus muchos balcones de hierro el bello mosaico valenciano, a lo que se une la singularidad que desde un extremo de la plazoleta muestra al paseante la presencia de un mirador situado en todo lo alto, pero que aunque está algo escondido, deja un retazo de su existencia.

Calle en homenaje al firme historiador del siglo XVI, Rafael Martín de Viciana, especializado en sus crónicas tanto de la ciudad de Valencia como de su Reino, autor de una de las obras mejor documentadas de la historiografía valenciana, culminada en la época de las Germanías de la que fue testigo.
 
Rincón pues pequeño, pero de grata visita a quienes fascinados por nuestro centro histórico buscan lo desconocido, por lo que os recomiendo su visita al igual que a la Calle del Salvador, sin duda una de las más antiguas de nuestra ciudad.

domingo, 30 de mayo de 2010

LA PLAZA DEL CORREO VIEJO

32 - la plaza del correo viejo 
Hay un rincón en nuestra ciudad, insonorizado por la ausencia de tráfago, que ofrece con su nombre un singular homenaje a una de nuestras más antiguas costumbres, cual fuera la de comunicarnos allende nuestro hogar, sea por cuestión emotiva, comercial o de interés relevante.

Si en la actualidad el majestuoso Palacio de Correos y Comunicaciones simboliza en exclusiva el punto clave que nos acerca al resto del mundo con la facilidad de la tecnología y en muy pocas horas, ya de antiguo, tal necesidad era la misma, no así la rapidez en que las noticias llegaban a su destino. Eran los siglos en los que como único recurso para el servicio postal, la figura del emisario, bien a caballo o bien valiéndose de los carruajes para el transporte de sus valijas, ya era utilizada desde los tiempos de la Reconquista. Y eran los reconocidos como “troteros” o mensajeros, los encargados de su servicio.

Y fueron en diferentes lugares de nuestro centro histórico donde a través del tiempo centraron su servicio donde iniciaban su eficaz tarea: la del servicial correo a través de abruptos caminos, con mayor o menor escollo. Sabemos de sus antiguos y diversos emplazamientos, tales como por entre las callejuelas de Juristas y Cocinas, como en la posterior y próxima de Mendoza, allá por el XVI, continuando en la Plaza del Horno de San Nicolás con posterior traslado a la plaza “dels Valencians” (la actual del Correo Viejo).

Y ya en el XVIII, centró sus oficinas en la Plaza de la Pelota, continuando en su traslado a la desaparecida Plaza de Pertusa, con su estancia por unos años en la de Nápoles y Sicilia hasta su destino final en el actual y fastuoso Palacio de la Plaza del Ayuntamiento.

Y como recuerdo a la importancia de tan necesario oficio, la Plaza del Correo Viejo rinde homenaje a un servicio que manteniéndose vigente, su semejanza al de antaño es inexistente.

Si el viandante que disfruta observando las viejas casonas de la nunca mejor nominada como calle de Caballeros, se adentra por la de Álvarez junto al Teatro Talía, la popularmente conocida como “Casa de los Obreros”, se hallará de repente en medio de una plaza cuadrangular con cuatro fachadas que rivalizan singulares. En su centro y en una pileta circular, útil donde sentarse, se eleva un tronco de piedra de cuatro lados en los que cuatro caras de bronce, a él adosadas, hacen de fuentes desgraciadamente pocas veces. Rodea la pileta una cadena sujeta a unos bolardos de hierro en el suelo decorando la plaza.

Una vieja casona, sede de la EMT, luce una sencilla portada decorada en círculos junto a un pequeño “azucat” cerrado por una verja que en su conjunto cubre uno de los cuatro lados. Forma éste, ángulo con el que ocupa el Palacio del Marqués de Cáceres, hoy sede de la Real Acequia del Júcar, en cuyo lateral un bello mosaico cerámico cita el nombre de la plaza.

Justo enfrente y del siglo XVIII, según reza en un azulejo que indica el año de su construcción “1774”, un viejo caserón, es la parte trasera que comunica interiormente con la Parroquia de San Nicolás. A él adosado, un bello edificio del XIX con dos puertas gemelas, entresuelo y dos alturas, luce sobre su alero una barandilla cortada en la que destacan simpáticas dos figuras de piedra.

Tiene igualmente singular encanto la rica fachada, también del XIX, de un edificio en el que destaca un esbelto portalón bajo un balcón corrido sujeto por unas ménsulas de cabezas de león, que como eficaces guardianes, dejan la huella del lucimiento que impera en toda su presencia.

El contraste artístico de ambos aleros con los sencillos de teja de las casonas enfrente, crea un cerco desigual al fijar el viandante la mirada en lo alto que enmarca la plaza.

La tranquila y linda Plaza del Correo Viejo, nos trae el recuerdo a la vieja “casa de postas”, lugar donde descansar de la fatiga; por lo que detenerse por un instante en las horas de paseo por las huellas de nuestra historia, tiene el añadido de contemplar uno más de los bellos rincones de mi ciudad.

martes, 27 de abril de 2010

PLAZA DE LA VALLDIGNA

 5 - La plaza la valldigna
Posee todos los atributos propios de un recoleto y digno rincón incrustado en el centro histórico y muy próximo al Portal de la Valldigna: el arco de entrada o salida que como recuerdo de la muralla árabe ha llegado hasta nuestros días, aunque desgraciadamente su restauración no se ha extendido en el resto del lienzo, que aunque escaso, aún existe. Auténtico rincón allí escondido en el que no falta, como ADN de su identidad, su antiguo nombre labrado sobre la piedra de una de sus esquinas, lo que es una curiosidad, por lo que sí mismo encierra.

La singularidad de tal rincón le viene de antiguo, toda vez que fue en tiempos de Jaime II cuando en sus luchas contra los musulmanes y a su paso por un fértil valle, camino de Valencia, quedó de él tan prendado, que dio de inmediato instrucciones para la creación de un monasterio cisterciense que tomó el propio nombre de la belleza que envolvía el lugar elegido: el de la “Vall Digna”.

Y fue éste el motivo de que fuera Valencia, como “Cap i Casal del Regne”, la ciudad elegida para construir intramuros la casa Procura del Real Monasterio de Santa María de la Valldigna como centro éste donde se ejerciera su administración, o como lugar de residencia en ocasión de las estancias de los monjes en nuestra ciudad.

Rincón recoleto que se ensancha dentro de la calle de Landerer y que pese a mantener tal condición, deja como testimonio sobre una de sus dos cantoneras la inequívoca leyenda de “Año 1799 Plaza de la Valldigna”.

Rincón ennoblecido por tan palaciega Casa Procura de entonces, que luce sobre el dintel de piedra de su portada un escudo nobiliario bajo un balcón corrido que magnífica su fachada.

Rincón más si cabe cultural, merced a un edificio enfrente, sede de la Sala del Teatro Escalante, que da mayor vida a la calle, que desde la de Caballeros conduce al viandante hacía el Portal más emblemático en el corazón del Barrio del Carmen.

Rincón en el que una vez más conviene insistir en su peculiaridad de que a su insignificancia que como plaza merece, se le une la mención del famoso astrónomo nacido en Valencia pero muy poco conocido en la ciudad, José Landerer, quien le da su nombre, y que en un “palmo de terreno” se ensancha, adquiriendo el lugar la particularidad de que considerándosele como calle desde hace casi cien años, era Plaza de la Valldigna hasta entonces, siéndolo de crucial importancia medieval, al ser, repito, la Casa Procura el lugar de embajada del famoso Monasterio de reciente y esmerada restauración en su emplazamiento junto a Simat de la Valldigna.

Y merced a ello y por esta singularidad, se enriquece el rico anecdotario de la toponimia existente en nuestra ciudad, como huella viva de nuestro rico pasado.

Bien vale la pena su visita para rememorar su significado, por lo que os la recomiendo; al tiempo que al adentrarse por una retícula de rica historia, tendrá ocasión el viandante de viajar hacia atrás en el tiempo, contemplando en sus viejas casonas, algunas certeramente restauradas y otras en su proceso, lugares en los que se anidan hitos históricos en torno al Portal, al tiempo que recrea su mirada en los bellos enrejados de sus ventanas y balcones.

 

lunes, 29 de marzo de 2010

LA PLAZA DEL MIRACLE DEL MOCADORET

44 - La Plaza del miracle del mocadoret 
Rincón vicentino por excelencia, que como los caminos tan del agrado de su precursor es peatonal y con la señal de su evocación. Plaza solitaria a la que se accede a través del Pasaje Giner (en memoria del famoso bazar de su nombre) desde la bulliciosa de la plaza de La Reina, o también desde la calle de la Tapinería, o al paso por la de Verónica, ésta corta y estrecha, lugares todos de entrada a una plaza de diseño peculiar, tanto en cuanto que pese a su geometría irregular, figura como tal en el nomenclátor, considerándola así desde su punto de entrada por el de la Tapinería, con un “azucat” a la derecha, y accediendo a la misma como lugar de nueva planta debido al ensanche por el derribo de una manzana; por, lo que hasta los años cincuenta era conocida como calle del Miracle del Mocadoret. En la actualidad queda configurado como un tranquilo rincón y con el mismo nombre y con la consideración de Plaza a petición de sus vecinos. Rincón flanqueado por las torres del Miguelete y de Santa Catalina que asoman cordiales en lo alto desde una u otra parte, según donde se sitúe el paseante que accede a su encuentro.

Rincón de “festes de carrer”, como la que se celebra en recuerdo del “Miracle del Mocadoret” una semana después de la festividad del Santo, debido a que el lunes de su celebración se conmemoraba antiguamente la fiesta de quienes se encargaban de encender las farolas de gas que alumbraban las calles de la ciudad, por ser el lugar, el de la Tapineria, donde estaba situada la Cofradía de los Gaseros, postergando por tal motivo y por siete días, la celebración del tan popular milagro vicentino.

De los más de doscientos atribuidos a San Vicente, el del “Mocadoret”, es el más popularmente renombrado. Efectuado el prodigio desde la misma Iglesia de los Santos Juanes -en cuya alusión figura un bello mosaico sobre sus paredes frente de La Lonja de la Seda- cuando quien después sería Patrón de Valencia lanzó su pañuelo al aire, alertando a la gente que le escuchaba que volando tomaría el camino hacia una casa habitada por quien en ese momento necesitaba ayuda.

Adentrose entonces el pañuelo del santo por la calle de Cordellat, y tomando el rumbo de la Cenía, se dirigió hacia la de las Platerías, para llegar al Pozo de San Lorenzo, lugar donde al encontrarse con la de la Tapinería, torció a la derecha dando fin a su vuelo e introduciéndose en el interior de la vivienda de una modesta familia en momento de necesidad. Lugar éste, en el que existe un altarcillo en la fachada, adornado con flores gran parte del año, desde el que parte una tradicional procesión por su retícula vecinal, lujosa y engalanada, en medio de gran algarabía popular, en el día de su festejo.

Rincón el de esta plaza, en el que de padre valenciano aún existe la casa donde siendo niño vivió durante dos años, desde 1857 a 1859, el patriota y libertador cubano José Martí, según un pequeño mosaico sobre la fachada, como eficaz apunte historiográfico.

Plaza a la postre artesanal, gracias a dos tiendas de cerámica donde el curioso tiene la ocasión de satisfacer tan arraigada manualidad que desde la época musulmana pervive entre nosotros. Una de ellas, como taller cerámico, en beneficio de quienes afanosos por su elaboración tienen la ocasión de trabajar con sus propias manos la pieza deseada y con un horno a su servicio donde cocerla. Al igual que la tienda de Artesanía Yuste, donde desde hace más de cuarenta años se ofrece el servicio de enmarcado y elaboración de los “socarrats”, utilizando para su fabricación la misma técnica del siglo XV.

Rincón vicentino éste, escondido entre el bullicio propio del trasiego torno a la Catedral y la plaza de Santa Catalina, desde el que la observancia de sus correspondientes torres tiene el encanto de su hallazgo; por lo que os recomiendo os acerquéis al “azucat” allí existente, donde la observancia del entrañable altarcillo os mostrará no sólo el recuerdo donde se cumplió tan eficaz prodigio, sino el cariño que sienten sus vecinos al cuidar con tanto mimo tan sencillo rincón.

sábado, 27 de febrero de 2010

LA PLAZA DE CISNEROS

33 - la plaza cisneros rincon 
Plaza cuadrangular, coqueta y rincón tranquilo con reminiscencias palaciegas; peatonal y adornada con naranjos que ocultan y frenan por un lateral, merced a unos macetones de hierro en los que lucen pequeñas palmeras, el exiguo tráfico rodado que desde la Plaza de los Fueros se adentra hacia el corazón de la ciudad, por fortuna gota a gota.

Rincón de “azucats”, fruto de los antiguos palacios en su torno, antaño exentos, y en el que dos de estos siguen luciendo en todo su esplendor. Algunos ya derruidos, como la Casa de los Marqueses de Albaida que dio paso a un grupo de viviendas, así como una fachada de nueva planta tras una puerta de hierro acceso a un callejón, lugar de paso a lo que fue albergue de carruajes y caballerizas una vez vaciada en su interior la residencia del Palacio de los Montoliu. Y destaca el conjunto entre el aroma del azahar que relajará aún más la plaza cuando brote su flor.

La Plaza de Cisneros -con anterioridad conocida como de San Gil- que aunque en recuerdo desde 1877 de tan ilustre Cardenal ignora en la nomenclatura su condición de prelado, es un digno y antiquísimo rincón próximo al centro histórico de Valencia, y de escaso trasiego: lo que resulta de muy grata visita al paseante que recrea la mirada en las fachadas de su entorno.

Entre todas ellas rivaliza el barroco y lo académico de sus palacios con los aderezos de una bella manzana de viviendas en la que entre estucos vegetales o de cabezas de animales, destacan majestuosos unos miradores de hierro cubiertos de cristaleras sobre las rejas de sus bajos, y que en su armonía, pincelan el tono pastel de una fachada singular, gracias a su acusada personalidad que la hace ser diferente a cuantas abundan por las callejuelas cercanas.

El silencio de la plaza como estandarte de su tranquilidad es su peculiar emblema, sin menoscabo de sus balcones de hierro, unos sencillos y otros artesonados.

Y como recoleta plaza que lo es, un solo banco de piedra frente a la antigua Casa Palacio del Señor de Náquera, en la actualidad sede de Cáritas Diocesana, invita al grato reposo entre el silencio y bajo los naranjos que la pueblan, a través de cuyo ramaje se observan la bellas rejerías que decoran a nuestro rincón.

Igualmente destaca el antiguo Palacio de Cerveró de finales del setecientos, construido entonces sobre lo que había sido un edificio balneario de la época bajo medieval, en cuyo zócalo de piedra singularizan unas ventanas ovaladas y enrejadas que abastecen de luz al sótano de tan palaciega casa. Su portada barroca con el magnífico blasón de los Cerveró invita al paseante a su interior, sede del Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia, lugar de exposiciones temporales donde la presencia de una amplia y lujosa escalera de bello pasamanos, subyuga a quién la admira.

Nada más grato en cualquier recorrido urbano que dar de lleno con la presencia de una plaza pequeña, tranquila y señorial; en definitiva, un pequeño rincón. Por lo que ir a su encuentro será la ocasión de admirarlo, bien sea vuestra marcha al Portal de Serranos, o en sentido contrario hacia la Catedral.

miércoles, 27 de enero de 2010

LA PLAZA DE SANTA CATALINA

45 - la Plaza de Santa Catalina Si la Valencia oficial y administrativa, junto a la religiosa, giraba en torno a la Catedral con el Palau de la Diputación cercano, y a cuyo lado la Casa de la Ciudad vivía sus últimos años allá por el ochocientos, la vida comercial y bulliciosa, en cambio, lo hacía hormigueando bajo la barroca Torre de Santa Catalina, que en su trasiego hacia el mercado, detenía su paso en el punto neurálgico de la Valencia decimonónica, la que hacía esquina con la calle de Zaragoza y muy próxima a la pequeña y triangular plaza de la Reina. Recibía ya entonces el nombre de plaza de Santa Catalina, rectangular y alargada, y de siempre cercada por un serpentear de callejuelas repletas de gente que, en vaivén interminable, gracias a los entrañables comercios que de recuerdo antiguo conservan su merecido prestigio, perdura en el tiempo.

Callejas en torno a tan pequeño rincón con sabor a horchata y aroma de chocolate, punto de llegada a quienes manteniendo la ilusión de la suerte, buscan la fortuna en los dos acreditados despachos de lotería bajo el señuelo de la Santa, a quien demanda su ayuda el jugador habitual o improvisado.

No, no es nuestra plaza el lugar apacible, tranquilo, con banco de piedra en el que descansar, o en el que un árbol pincela su gracia y una fuente regala su murmullo al modo de un rincón relajado ideal para un leve descanso. No, no lo es.

Mas no por ello está exento de seducción y sí de la fascinación que produce ver cómo de forma perenne ofrece la vitalidad de su entorno, bullicio en el que la Iglesia de Santa Catalina y su torre campanario ocupan un lugar capital sobre la peana vibrante y recoleta que como tal rincón, es digno de admirar.

Primero fue mezquita y luego parroquia cristiana, y por decisión del Rey Don Jaime el Conquistador recibió el nombre de Santa Catalina, alcanzando su dominio hasta la huerta de Campanar.

Pequeño rincón que, más si cabe, tiene el encanto de su perspectiva desde el final de la calle de la Paz, con la torre campanario de Santa Catalina al fondo, en una de las muestras más singulares del barroco europeo que, como anécdota curiosa, tuvo la desdicha de estar a punto de ser victima de la piqueta ante el proyecto urbanístico de ampliar hacia Cuarte la vía citada, la más bella y cuidada de Valencia.

Torre de Santa Catalina que supera en belleza a su vecina la del Miguelete, pero que al estar ensombrecida por el campanario catedralicio, alto, majestuoso y sinfónico, en ocasiones la hace pasar desapercibida y como llena de celos. No así para quienes fieles a la tradicional visita a los lugares de siempre -los antañones Horchaterías del Siglo, con sus regios salones; o la de Santa Catalina, de valencianos mosaicos que visten a sus paredes, así como la enmarcada mesa de mármol en recuerdo de las repetidas visitas que hiciera la Infanta Isabel en los primeros años del siglo pasado; y Chocolates Sanz-Santa Catalina con la centenaria y artística marquetería de sus vitrinas- reponen sus fuerzas en ocasión de tan entrañable esparcimiento callejero, tanto en cuanto aprovechan para gozar ante la arquitectónica torre que, mimosamente restaurada en su porte hexagonal, luce esbelta y ornamentada.

Rincón de recuerdo a prestigiosos establecimientos desparecidos, como lo fueron la Farmacia y Laboratorio del Dr. Graus, cuyas fachadas permanecen cobijando modernas franquicias con aroma de café.

Ya pequeña plaza, pero animado rincón, igual se ofrece gentil al turista ansioso de guardar en su máquina digital el recuerdo de su presencia, a la que os invito a quienes deseen conocer el otrora corazón comercial de Valencia y hoy epicentro de una ciudad abierta y vivaz, generosa a quienes la visitan.