domingo, 30 de mayo de 2010

LA PLAZA DEL CORREO VIEJO

32 - la plaza del correo viejo 
Hay un rincón en nuestra ciudad, insonorizado por la ausencia de tráfago, que ofrece con su nombre un singular homenaje a una de nuestras más antiguas costumbres, cual fuera la de comunicarnos allende nuestro hogar, sea por cuestión emotiva, comercial o de interés relevante.

Si en la actualidad el majestuoso Palacio de Correos y Comunicaciones simboliza en exclusiva el punto clave que nos acerca al resto del mundo con la facilidad de la tecnología y en muy pocas horas, ya de antiguo, tal necesidad era la misma, no así la rapidez en que las noticias llegaban a su destino. Eran los siglos en los que como único recurso para el servicio postal, la figura del emisario, bien a caballo o bien valiéndose de los carruajes para el transporte de sus valijas, ya era utilizada desde los tiempos de la Reconquista. Y eran los reconocidos como “troteros” o mensajeros, los encargados de su servicio.

Y fueron en diferentes lugares de nuestro centro histórico donde a través del tiempo centraron su servicio donde iniciaban su eficaz tarea: la del servicial correo a través de abruptos caminos, con mayor o menor escollo. Sabemos de sus antiguos y diversos emplazamientos, tales como por entre las callejuelas de Juristas y Cocinas, como en la posterior y próxima de Mendoza, allá por el XVI, continuando en la Plaza del Horno de San Nicolás con posterior traslado a la plaza “dels Valencians” (la actual del Correo Viejo).

Y ya en el XVIII, centró sus oficinas en la Plaza de la Pelota, continuando en su traslado a la desaparecida Plaza de Pertusa, con su estancia por unos años en la de Nápoles y Sicilia hasta su destino final en el actual y fastuoso Palacio de la Plaza del Ayuntamiento.

Y como recuerdo a la importancia de tan necesario oficio, la Plaza del Correo Viejo rinde homenaje a un servicio que manteniéndose vigente, su semejanza al de antaño es inexistente.

Si el viandante que disfruta observando las viejas casonas de la nunca mejor nominada como calle de Caballeros, se adentra por la de Álvarez junto al Teatro Talía, la popularmente conocida como “Casa de los Obreros”, se hallará de repente en medio de una plaza cuadrangular con cuatro fachadas que rivalizan singulares. En su centro y en una pileta circular, útil donde sentarse, se eleva un tronco de piedra de cuatro lados en los que cuatro caras de bronce, a él adosadas, hacen de fuentes desgraciadamente pocas veces. Rodea la pileta una cadena sujeta a unos bolardos de hierro en el suelo decorando la plaza.

Una vieja casona, sede de la EMT, luce una sencilla portada decorada en círculos junto a un pequeño “azucat” cerrado por una verja que en su conjunto cubre uno de los cuatro lados. Forma éste, ángulo con el que ocupa el Palacio del Marqués de Cáceres, hoy sede de la Real Acequia del Júcar, en cuyo lateral un bello mosaico cerámico cita el nombre de la plaza.

Justo enfrente y del siglo XVIII, según reza en un azulejo que indica el año de su construcción “1774”, un viejo caserón, es la parte trasera que comunica interiormente con la Parroquia de San Nicolás. A él adosado, un bello edificio del XIX con dos puertas gemelas, entresuelo y dos alturas, luce sobre su alero una barandilla cortada en la que destacan simpáticas dos figuras de piedra.

Tiene igualmente singular encanto la rica fachada, también del XIX, de un edificio en el que destaca un esbelto portalón bajo un balcón corrido sujeto por unas ménsulas de cabezas de león, que como eficaces guardianes, dejan la huella del lucimiento que impera en toda su presencia.

El contraste artístico de ambos aleros con los sencillos de teja de las casonas enfrente, crea un cerco desigual al fijar el viandante la mirada en lo alto que enmarca la plaza.

La tranquila y linda Plaza del Correo Viejo, nos trae el recuerdo a la vieja “casa de postas”, lugar donde descansar de la fatiga; por lo que detenerse por un instante en las horas de paseo por las huellas de nuestra historia, tiene el añadido de contemplar uno más de los bellos rincones de mi ciudad.