viernes, 30 de noviembre de 2012

UN “RINCÓN” RENACENTISTA: EL DE LOS “ÁNGELES MÚSICO DE LA CATEDRAL.

40 - Un rincon renacentista los angeles renacentistas

Cuando en 1472 Rodrigo Borja llega a Castilla para acreditar mediante una bula papal el matrimonio celebrado entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en su viaje, el legado del Papa no vino solo. Llegó acompañado de los pintores italianos Paolo di San Leocadio y Francesco Pagano, a quienes como no podía ser de otra manera les invitó a presenciar la Catedral de Valencia.

Ante el Altar Mayor les mostró y los recreó en su bóveda, invitándoles a que dejaran en ella la huella del “renacimiento italiano”. Y la crearon en la representación de unos ángeles “musicando” en el cielo, siendo a la sazón el punto de entrada en la España peninsular de un movimiento cultural que entre otras de sus manifestaciones lo hacia igualmente en la pintura.

Y de tal guisa, aquel tan digno “rincón” abovedado y con la pintura de unos ángeles renacentistas, adquirió un nuevo y celestial esplendor. Sin embargo y por imperativo de la llegada del barroco en el XVII, fueron tapiados durante cuatro siglos. Y así han permanecido, ocultos e ignorados, hasta que hace unos pocos años, en el 2004, a sabiendas de su existencia por los investigadores del arte renacentista y gracias a los adelantos tecnológicos, ha sido posible ante gran alborozo y satisfacción profesional el conocimiento de su muy buen estado de conservación, por lo que decidieron hacerlos visibles para que tras su necesaria restauración, quedara a la vista no sólo el esplendor de sus figuras, sino también los instrumentos musicales que portaban en sus manos, cuales ángeles músicos que como tales se representan.

Fascinante “rincón” de cuyo anecdotario nos habló en ocasión de nuestra visita Dña. Carmen Pérez, Directora del Instituto de Conservación y Restauración de la Generalitat Valenciana, de prestigio reconocido, lo que contribuyó a que desde su inicio, el privilegio de caminar por el terrado catedralicio se iniciara con el mejor de los presagios.

Pero de lo que en especial quiero hablarles, que lo dicho ya lo es, es que tras superar una escalera en espiral que arranca de una capilla en la girola, y con la subida al tejado de la Seo y ya en su cima, la primera vista de la ciudad y en primer grado su centro histórico, nos produjo tal sensación, tal mezcla de asombro y de superior fascinación, que al vernos entre pináculos, con el “Micalet” cercano, la Basílica a escasa distancia, el Cimborrio a nuestro lado y ante nuestros ojos una parte del centro histórico de la ciudad, ante tanto hechizo, el alma del visitante estalla en gozo, se adueña de su ser y tras un pequeño resuello y a través de su mirada, capta todo el embrujo que se le ofrece, caminando por tan sagrada alfombra, cual lo es, el terrado de nuestra sede catedralicia.

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Y si todo ello nos sobrecogió, más lo hizo penetrar por una pequeñísima puerta en el suelo, a pie del Cimborrio, que en angosta bajada nos situó ante los mismos ángeles renacentistas, extasiados por su cercanía y henchidos del magnetismo que tan sacrosanto “rincón” ofrece.
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Un “rincón” no apto para el sosiego físico del cuerpo, pero sí y con mucho para el deleite personal que cada uno de los agraciados y allí presentes, disfrutamos envueltos en un halo de entusiasmo, sea cristiano, sea cultural, en definitiva lo sea en lo personal.

Aquel esplendor renacentista del “quatrocento” lejano en los siglos, se ofrece a los ojos del visitante sito en lo alto del altar mayor que en ese momento se considera como un humilde privilegiado, apiñado entre vetustas maderas, anudado a su movimiento, chico ante celestiales ángeles, pero feliz al observarlos con todo detalle desde tan predilecta posición.

Les recomiendo especialmente la visita a este “rincón” donde disfrutarán de la cercanía de “los ángeles músicos de la Catedral de Valencia”. Los mismos, que en su día, fueron la seña de entrada en España del Renacimiento italiano.

jueves, 1 de noviembre de 2012

EL MUSEO DEL SILENCIO: UN RINCÓN SAGRADO EN MI CIUDAD

58 - EL museo del silencio
Estamos ante el “rincón” donde reposan nuestros antepasados; el que por su costumbre cristiana recibe el nombre de camposanto y que por el respeto y genial destreza con que se ha ido configurando en el tiempo, por derecho propio, se merece la consideración de Museo del Silencio.

Quién mejor para glosarlo que la persona de Rafael Solaz. Pues a ello se dedica con entusiasmado cariño con la única pretensión de desvelar ante la opinión publica la riqueza arquitectónica que en el mismo se anida, así como las diversas semblanzas que pasan desapercibidas al visitante que camina apacible hacia el lugar donde permanecen sus seres más queridos.

Desde la más humilde lápida en el suelo hasta en el más suntuoso de los panteones familiares, siempre existe en ellos el mismo común denominador, el del respeto. Y junto a éste y su sencillez, la grandiosidad que albergan sus labradas piedras y en la que el bibliógrafo hace hincapié.

Rincones de Valencia agradece a Rafael Solaz su gentileza a prestarme tan valiosa colaboración, rubricada en un “lo que haga falta” cuando le sugerí su participación para mostrar al interesado el “rincón” que más nostalgias despierta de “mi ciudad”, vestido siempre desde el cariño y con la devoción del recuerdo.

MUSEO DEL SILENCIO
Arte e historia en el Cementerio General de Valencia
Rafael Solaz *

El origen de los monumentos arquitectónicos y escultóricos en los cementerios contemporáneos parte de la vanidad de una sociedad aristocrática y burguesa que pretende demostrar su poderío económico y social, haciendo que estas construcciones sobrevivan a la propia vida y, a la vez, se conviertan en espacios para la memoria de los fallecidos.
 
En el Cementerio General de Valencia se halla un auténtico museo de historia y arte. Este camposanto fue construido entre 1805 y 1807 pero sería a mediados del siglo XIX cuando aparecen los primeros panteones que confieren al lugar una imagen impregnada de romanticismo funerario. A partir de entonces una nueva ciudad se iría construyendo y paulatinamente surgieron varios estilos que marcaron la época y la moda arquitectónica: clasicismo, eclecticismo, historicismo, modernismo o movimientos racionalistas, todo rodeado de una frondosa vegetación, con especies mediterráneas, lo que permite apreciar una imagen pintoresca, romántica, a la vez que enigmática. En las primeras secciones, las más antiguas, es donde se concentra la mayor parte de las obras de interés. Coinciden con el área del primitivo camposanto tantas veces ampliado.
 
Las tumbas más importantes –y demandadas- son las del pintor Sorolla, la del novelista Blasco Ibáñez, la del torero Granero, la de Nino Bravo y, en general, aquellas que sobresalen por su calidad artística y convierte el cementerio en un auténtico museo.

La participación de los escultores valencianos fue total. Mariano Benlliure, Ricardo Boix, Luis Bolinches, Capuz, Castelló Mollar, Gabino, Francisco Paredes, Vicente Navarro, Silvestre de Edeta, Ramón de Soto, entre otros. También los arquitectos fueron protagonistas, comenzando con los creadores del cementerio: Cristóbal Sales y Manuel Blasco, seguidos de otros como Francisco Almenar, Joaquín Mª Arnau, Joaquín Belda, Manuel Peris, Gerardo Roig, Vicente Sancho, Enrique Samper… con especial atención a José Manuel Cortina y Antonio Martorell, autores de espléndidos panteones.
 
La simbología adquiere un elemento protagonista importante. Las coronas de las flores “siemprevivas”, aquellas que aunque secas mantienen su lozanía (el recuerdo perdura), las lámparas votivas con su llama encendida hacia el cielo (el alma), las aves nocturnas como el búho o el murciélago, representando la noche (la muerte), la flor de la adormidera (el ser que duerme), las letras alfa y omega (principio y fin de la vida), se unen a elementos masónicos u otros de difícil interpretación simbólica.

En el cementerio se halla representada parte de la historia de la ciudad. Los dos siglos de existencia hacen que allí se encuentren todo un elenco de personajes ilustres. Unos inhumados en ricos panteones, otros, por el contrario, descansan en humildes moradas, caso del nicho de Vicente Blasco Ibáñez o el féretro de Joaquín Sorolla. Vale la pena visitar el Cementerio General con otra mirada, la que la sensibilidad de cada uno permita ver una gran exposición al aire libre de arquitectura, escultura, historia y biografías.
 
Museo del Silencio, donde el oro se convierte en ceniza, los nombres desconocidos se remarcan y la guadaña, convertida en símbolo, recuerda la esencial igualdad.
 
• Bibliófilo, escritor y creador del Museo del Silencio, rutas guiadas por el Cementerio General.