sábado, 26 de diciembre de 2009

LA PLAZA DEL HORNO DE SAN NICOLÁS

34 - la plaza del horno san nicolas1 
Hay plazas o rincones en la ciudad, coquetos, que sirven al relajo del paseante en su callejear y en donde siempre hay un banco de piedra en el que reponer las fuerzas, al tiempo que se contemplan sus fachadas que en los días de fiesta engalanan sus balaustradas con mantillas de damasco y frisos de flores.

En otros rincones o plazas, la opción de una terraza en donde sentarse, cubierto o al aire libre, en grata conversación o simplemente observando la gente que al igual se recrea en atención al entorno, contribuye a darle aún mayor encanto al lugar ya de por si admirado.

Sin embargo, existe una plaza sin bancos, sin la presencia de una fuente o la de un árbol que o bien le den nombre o sea ocasión de adorno o de distinción, pero no por ello exenta de varios aspectos que le otorguen singularidad.

Es el caso de la Plaza del Horno de San Nicolás, situada en la retícula que desde la plaza del Esparto y a través de la calle de las Danzas, comunica con la de la Compañía, la vieja “plaza de les Panses”, lugar donde “El Palleter” retó a Napoleón en patriótica proclama.

La Plaza del Horno de San Nicolás que lo es de paso al caminante, más vale la pena recrearse un rato en ella. Porque es de merecer detenerse ante el horno que da nombre a la plaza, y que desde 1802 –según reza en artísticos mosaico sobre sus dos entradas- el de la guerra al francés, sigue abasteciendo de pan a quienes cruzan su puerta, aunque se sabe con certeza de la existencia de un horno más antiguo, toda vez que tal nombre ya lo tenía la plaza por providencia del “Almotacén” desde abril de 1692.

Plaza de planta irregular, de diente de sierra y que por necesidades del tráfico no es peatonal. Cualquiera de sus lados y sobre sus no muy anchas aceras, sirven para contemplar bellos edificios de ricas cerrajerías en sus balcones, entre los que destacan los decimonónicos miradores cubiertos, al igual que sencillos estucos, que junto a las ménsulas, decoran las fachadas.

A falta de jardín en la plaza, se muestra a un lado un rincón que destaca por sí solo, dándole a la plaza un toque singular y una pizca de sosiego. Mantiene el entrante cierto aspecto -más imaginado en el anochecer- de capilla urbana decorada de rejas y balcones de hierro fundido creando en su conjunto un retablo en el que un balcón corrido reina en el centro, y flanqueado por dos farolas que lo iluminan. Escorado, un ciprés, dijéramos como lugar epistolar, pincela de gracia y digno respeto a tan placentero rincón a semejanza de un presbiterio.

El Colegio Mayor del Rector Peset, antigua Casa de los Martínez Vallejo del siglo XVIII -antaño Escuela Normal de Magisterio hasta su traslado junto al río en la zona de Monteolivete- con su gran zócalo de piedra de sillería, dignifica la plaza, dándole al mismo tiempo un aire estudiantil, y desde cuyo umbral se vislumbra elegante la Torre Campanario de San Nicolás: la que emergiendo sobre los tejados, queda observante de nuestro ya rincón o plaza.

Rincón o plaza, muchas veces transitado, pero al no ser de destino, no se le tiene en cuenta. Os recomiendo, sí, una pequeña parada y que os entretengáis no solo disfrutando del campanario cima los tejados, sino de todo el entorno de uno de los rincones del centro histórico de la ciudad, que en su sencillez y singular aspecto, adquiere la especial relevancia de encontrar al paso, uno de los comercios más antiguos de la ciudad.



jueves, 26 de noviembre de 2009

EL PASAJE RIPALDA

41 - EL Pasaje ripalda Al tiempo que finalizaba el siglo XIX nacía en Valencia la inquietud por pincelar en sus calles retazos de modernidad. A ello se dedicaron los arquitectos de la época, ansiosos en nuevos diseños que saciaran la sed innovadora de la alta burguesía, anhelosa de que sus propios edificios destacaran por encima de los demás. Al recurso del eclecticismo de la época se le unían las modas que imperaban en las más renombradas ciudades europeas, y en su emulación, es como nació la pintoresca idea de construir un pasaje en la zona más comercial de Valencia, al logro de que se le diera mayor vida y distinción (si no era suficiente la que por sus alrededores ya existía) a su centro neurálgico, donde junto a sus más famosas tiendas convivían sus pintorescos cafés: lugares de reunión y encuentro de la intelectualidad decimonónica, entre los que destacaban el Café de España y el Café del León de Oro, próximos a nuestro Pasaje, o el Café Hungría en el interior del mismo, muchos años más tarde de su inauguración.

Fue así cómo nació la feliz idea de trasladar a Valencia la costumbre de las ciudades italianas de pasadizos urbanos de estilo neoclásico construidos en un conjunto armonioso y bello. Y como antecedente curioso aunque salvando las distancias, tal y como ya sucediera hacía cuatro siglos entonces, cuando por nuestra ciudad fue por donde entrara en España el renacimiento italiano, materializado en la bóveda del presbiterio catedralicio y auspiciada su ejecución, gracias a la decisión de un cardenal y que después sería Papa, el valentino Alejandro VI.

Si su llegada fue de las manos de Pablo da San Leocadio y Francesco Pagano, el Pasaje Ripalda, aunque, por supuesto, no con tan gran esplendor pero sí con la eficacia de lo útil, fue proyectado al encargo de Dña. María Josefa Paulín de la Peña, Condesa de Ripalda, en 1889 por el arquitecto Joaquín Arnau Miramón (quien también fuera autor del Palacio del mismo nombre en el Paseo de la Alameda) sorprendiendo a nuestra ciudad e impactando en su novedad a los valencianos por la armonía de sus dinteles y de sus ménsulas, la de sus arcos pareados, la de sus pilastras, así como por sus claraboyas llenas de luz, dando un toque de magia al nuevo pasadizo que desde la Plaza de Cajeros, situada en el inicio de la Bajada de San Francisco, comunica los pasos desde la Calle de San Vicente a la entonces llamada Plaza de la Pelota, en la actualidad de Mariano Benlliure.

Pasaje comercial por excelencia que también albergara al Hotel Ripalda que se mantuvo abierto hasta mediados los años cuarenta, en los que tras las necesarias adecuaciones fue convirtiéndose el pasaje en lugar de viviendas.

Fue precisamente en este Hotel donde se instaló en 1897 el primer ascensor de la ciudad, hoy pieza de museo, pero abandonado en un desván a la espera de su conveniente exposición en el Museo Etnológico de nuestra ciudad.

Del proyecto original poco es lo que queda a lo largo de sus cincuenta metros de longitud, debido a las exigencias comerciales de los establecimientos, que en sus continuas transformaciones han ido eliminando los recursos artísticos ideados por el autor del proyecto, perdiéndose gran parte de su esplendor arquitectónico.

Pero hoy en día aún sigue llamando la atención al caminante la belleza de su interior. Visitante que decidido a su paso, recrea su mirada y contempla al inicio en su puerta de hierro en la calle de San Vicente, un pequeño y curioso mosaico con el nombre del pasaje, así como el dibujo del Palacio que le da nombre, siempre de grato recuerdo para quienes lo conocimos, patrimonio también de la que fuera Condesa de Ripalda.

Admirando su interior destacan sobre el entresuelo y a mitad del pasaje unos pasillos perpendiculares que unen las dos jarcias en cada una de sus tres alturas, así como también llaman a la curiosidad, sus ventanales dintelados a la derecha y los de medio a punto a la izquierda sobre los comercios del pasaje, que rompiendo su armonía, mantienen la atención por su dispar presencia.

El actual pasaje ha perdido a su inicio un toque de elegancia por los nuevos comercios de franquicias impersonales; pese a ello, mantiene su estilo gracias a los que permanecen desde lo antiguo, fieles en el ofrecimiento de sus tejidos falleros, tales como el de “Ripalda Indumentaria” con su fachada de blanca cerámica contorneada por un sencillo floreado que la distingue y el de Álvaro Moliner, luciendo ambos sobre sus mostradores todo un derroche de color puesto al servicio de la mujer valenciana.

Al igual que lo ofrecen otras tiendas, que si reconvertidas, prevalecen en sus antañones escaparates enmarcados de recia marquetería manteniendo sus fachadas, como es el caso de ELEVEN (con anterioridad la de Gamborino): tienda que conserva sus arcos de medio punto al exterior respetando su sello antiguo y que se ofrece al hombre actual con un surtido de ropa y complementos de moderno diseño; mientras nos queda el recuerdo en nuestro recorrido de la de Oltra, todos ellos establecimientos que tienen o tuvieron un gran arraigo popular.

Pasaje o "rincón" que junto a su nombre con reminiscencias palaciegas nos revive un pasado entrañable, al tiempo, que por su mancillado arquitectónico por efecto de intereses legítimos pero de mal gusto, no estuvieron al nivel que el Pasaje Ripalda merecía. Pese a ello, y por su encanto y luz que en su conjunto florece, os recomiendo su visita, contemplándolo con placidez y evocando su nombre.

domingo, 25 de octubre de 2009

EL TRIBUNAL DE LAS AGUAS

3 - el tribunal de las aguas Es éste un rincón milenario anclado a la puerta gótica de la Catedral de Valencia que, adornado por las archivoltas de su arco ojival bajo apostólicas miradas y rodeado de variopinta imaginería cual mejor dosel, da albergue en todos los jueves del año al más antiguo tribunal europeo conocido, cuya mejor impronta la adquiere por su singular fortaleza institucional.

Es quizá el más famoso rincón de la ciudad de Valencia. El que al son de las doce campanadas del mediodía cima la Torre del Miguelete, a paso lento y vestidos con el negro blusón huertano, desde la Casa Vestuario enfrente, acuden puntuales los ocho síndicos a dictar jurisprudencia, dando realce a tan singular recinto agrupado a su torno por la gente que, bien con orgullo, bien fascinada por saber de él, acuden a contemplarlo.

La fortaleza de tan ancestral institución, creada bajo el dominio musulmán en el año 960, viene dada por la protección e impulso que le dio Jaime I, y que por sus formas de actuación ha venido prevaleciendo a pesar de los cambios producidos tras la época foral, siendo de ésta, el único vestigio jurisdiccional que ha prevalecido hasta nuestros días, tanto en cuanto es el mejor sistema regulador del uso del agua que a través de sus ocho acequias riegan la huerta valenciana, como su persistencia en el tiempo lo demuestra.

El eco del “calle vosté o parle vosté” prevalece sobre el gentío que acude respetuoso al acto cada jueves del año, sin fallo alguno, instantes después de que el alguacil haya alzado su voz de inicio al reclamo del denunciante y denunciado, adscritos ambos a cada una de las acequias que riegan la vega, tan dignamente representadas por los Síndicos sentados bajo la Puerta de los Apóstoles, al igual que se hiciera en el interior de la entonces Mezquita en la época musulmana y que tras la Reconquista, al no ser permitida la entrada al templo a los no bautizados y siendo en gran número los labradores de religión no cristiana, el Tribunal del las Aguas siguió su andadura al exterior, pegado al umbral gótico de la Seo.

Mayor importancia, si cabe, adquiere nuestro rincón, al haber sido declarado recientemente por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, asegurando así su permanencia y proyección universal a cuyo conocimiento y visita acuden los más preclaros jurisconsultos, interesados en su peculiar manera de gobernar y dictar sentencia.

Si hay quienes proclaman que la mejor Constitución es la que no está escrita y son los hechos y costumbres las más eficaces fuentes del Derecho, la ausencia del papel, la inmediatez en la sentencia inapelable y su aceptación y cumplimiento por parte del causante del daño producido, hacen que la justicia emanada del Tribunal de las Aguas tenga la consideración de ejemplar, gracias, además de todas estas razones, a que él único requisito exigido a sus Síndicos sea el de su elevada consideración que de ellos se tiene, que no es otra que la de ejercer como “hombres buenos y justos”, sin que para ello sea necesaria ninguna titulación legislativa.

De ahí la justa existencia del Tribunal de las Aguas a lo largo de más de diez siglos, rincón emblemático de la ciudad que se mantiene vigoroso, superando momentos convulsos, regímenes diversos, todo ello gracias a la fortaleza de sus tres brazos, el Constitucional, el Legislativo y el Ejecutivo que con la ausencia del papel escrito, pincela su peculiar forma de ser.

Efectivamente, sí es un singular rincón, éste, en la ciudad de Valencia; al que bien vale la pena visitar cualquier jueves del año, segundos después del toque de las doce campanadas en el umbral de la Seo y ante la exquisitez gótica que lo decora.


viernes, 25 de septiembre de 2009

LA PLAZA DEL CONDE DE CARLET

27 - la Plaza conde de carlet b

La Plaza del Conde de Carlet es un rincón escondido muy próximo al centro histórico de Valencia que, por su escaso tráfago, más parece un lugar olvidado o desconocido por el paseante que, cercano a la Seo, disfruta sus horas de asueto.

De planta cuadrangular y pese a confluir en su entorno cuatro calles, la tranquilad marca su impronta. Un banco de piedra contempla cuatro cipreses en los que se esconde una taza de piedra de la que emerge en forma de copa octogonal una fuente de la que manan cuatro hilillos repicando en la alberca, y que pese a su debilidad, el murmullo de sus aguas se escucha en toda la plaza gracias al silencio que permanentemente reina en las fachadas que la rodean.

Les decía que es una plaza poco transitada al no ser un lugar ni de acceso ni de salida del centro de la ciudad, y su visita, es más fruto de quienes interesados por conocer sus rincones se pierden entre callejuelas y al contemplar sus viejos caserones, gozan de sus portales siempre a la búsqueda de un lugar que invite a su disfrute.

Se alza majestuoso en tan recoleto rincón el antiguo Palacio del Barón de Ariza, decimonónico, que estirándose entre dos de las calles que dan a la plaza, luce en su chaflán y a segunda altura un artístico mirador de hierro fundido, cubierto de cristal que prevalece sobre el resto de los ventanales que decoran tan solariega mansión.

La espalda del Seminario Conciliar de la Calle Trinitarios forma uno de sus lados, y su ladrillo cara vista da un toque austero al igual que sosegado y que la plaza agradece. Rodeada en la cercanía de otras plazas más transitadas, con seguridad igual de bellas, pero sin la paz de su silencio, y muy próxima al Jardín del Turia que a escasos pasos se encuentra, se esconde éste mi nuevo rincón que os ofrezco.

De mayor presencia en el tiempo, fue cuando antaño el Colegio de Nuestra Señora de Loreto residía en la plaza, lo que le dio mayor trasiego de gente durante sus años de estancia. Sin embargo, y por su refugio, no faltó en tan escondido rincón la ocasión del conjuro, como cuando en una de sus casas los liberales conspiraron contra el General Elio, y que pese a su refugio, algún delator le puso en aviso y personalmente y sable en mano, el leal fernandino terminó con el enredo.

Fue a Don Jorge de Castellví y López de Mendoza a quien se le otorgó el titulo de Conde de Carlet, destacando en su labor repobladora tras la expulsión de los moriscos de 1609 desde su residencia en la Ribera, en cuyo recuerdo recibe su nombre tan recoleta plaza.

Pequeño rincón que por su soledad, bien merece nuestra visita; al menos cuando imaginando los cimientos de nuestra historia, tras un pequeño quiebro en el caminar, el encuentro de un banco de piedra en un lugar tranquilo donde rememorar nuestro pasado y a pocos pasos de su inicio, bien vale la pena. Os lo aconsejo: en el repicar de sus cuatro hilillos de agua, daréis con el mejor de los ecos en el corazón de la ciudad.

Sin desdeñar, en los afortunados, la ocasión de un romántico encuentro en tan escondido rincón.

miércoles, 26 de agosto de 2009

LA PLAZA DE SANT BULT

48 - la Plaza Sant Bult

Este nuevo “rincón” gira en torno a una leyenda que da vida a una de “les festes de carrer” más antigua de Valencia, nacida en el interior de la Xerea, barrio musulmán en sus inicios y actualmente escondido en la ciudad, al igual que su historia desconocida por gran parte de quienes en ésta viven.

Brota la leyenda en el mismo año de la Reconquista cuando en sus arrabales extramuros en torno a lo que hoy es el Temple y después de un incendio, un albañil encontró una losa en el suelo. Al moverla, halló un pozo profundo al que se decidió bajar. Al observar su fondo, quedó fascinado por un resplandor al lado de un bulto y al destaparlo vio que en él se escondía la imagen de Jesús.

Ante “el Justicia” de Valencia, reclamó la propiedad su descubridor en beneficio de los vecinos del arrabal y que al serle otorgada, pasó a convertirse en el “Sant Bult de Jesús”: imagen venerada con mucha fe y cuya tradición llega a nuestros días tras siete siglos de historia con gran deleite vecinal.

En el barrio de la Xerea la fiesta tiene su epicentro en la recoleta plaza de Sant Bult: corazón de un barrio que pese a su situación de abandono y olvidada restauración que dificultan disfrutar del mismo, mantiene vivo el fervor a su imagen, al tiempo que realiza una intensa actividad, no sólo festiva sino también deportiva, así como docente y cultural. Actos todos que por el Patronato Hogar Escuela de Sant Bult son dirigidos con apasionada raigambre bajo la batuta de una Junta de Vecinos puramente popular creada para tales fines.

En una capilla de este Hogar Escuela, sito en la calle En Blanch, es donde se guarda la imagen del Santo Bulto: la que es paseada en procesión por todo el barrio en sus días de fiestas de principio de Junio, y que a lo largo del tiempo se fue trasladando la imagen entre diferentes Iglesias próximas a la plaza - como lo fueron la de San Juan del Hospital, la del Convento de Santo Domingo y la Parroquia de San Esteban- para su culto litúrgico. Hasta que, finalmente, es la Parroquia de Santo Tomás Apóstol y San Felipe de Neri la que recoge anualmente la imagen para ésta celebración. Con anterioridad a la existencia del Hogar Escuela se guardaba el “Santo Patrón” en los domicilios de sus fervientes devotos, quienes iban turnándose en ello. En la actualidad y por restauración del Patronato Hogar Escuela, se guarda provisionalmente la imagen en la Parroquia de la Plaza de San Vicente Ferrer antes mencionada.

Barrio de la Xerea escondido en la ciudad, queda limitado por un triángulo cuyos lados lo forman las calles del Gobernador Viejo, la del Conde de Montornes, la espalda de la Plaza de Tetuán y en el vértice de su ángulo más agudo, el Palacio del Temple.

Barrio de contrastes en el que se mezclan los solariegos palacios y palacetes que lo contornean, junto a las casas habitadas por gente sencilla, obrera y menestral de múltiples oficios y que en torno a la “plaza” vive. Destaca entre sus hijos de mayor fama el que fuera gran pianista José Iturbi, nacido en la calle de En Blanch y en cuyo recuerdo lleva su nombre la que desde el Temple muere en la “plaza”; plaza en la que se abre la calle de las Impertinencias, “azucat” que luce este nombre de origen desconocido y en el que no existe ningún portal.

Barrio de San Bult de diversos “azucats” (callejones sin salida), es el lugar de la ciudad en el que en mayor número se concentran, debido a que por su origen musulmán fue barrio de callejuelas sinuosas y apretadas y que debido a sus muchas transformaciones en el tiempo, han ido quedando los flecos de esta originalidad. Al igual que los de sus escondidos patios interiores que antaño eran frondosos jardines de las solariegas casas y de los que aún quedan pequeñas muestras.

También se vive en el barrio con gran entusiasmo la fiesta josefina gracias a una comisión fallera, que, renovándose en el tiempo, ha mantenido vivo el sentir por las fallas desde 1875, lo que da fe de la gran atención que prestan sus vecinos al cumplimiento de una de las tradiciones más arraigada en la ciudad. Y todo, pese a la dificultosa situación que atraviesan al ver cómo se reduce el número de familias, y el abandono en que se encuentra el popular barrio de la Xerea.

Visitar la Plaza de Sant Bult, especialmente en los días de su “festa de carrer” del mes de Junio en fervor al Santo, o en los de las Fallas de Marzo, resulta de un placer especial, pues éste, sólo lo produce cuando desde lo más profundo brota la devoción al Patrón querido, o surge desde su carencia de medios la humilde contribución a una fiesta internacional.

Visitadlo en ésos días, como también durante el resto del año, cuando su esencia se concentra en torno a la recoleta Plaza de Sant Bult escondida tras la monumental de Tetuán, al tiempo que el fervor popular se esparce por sus vecinos.

domingo, 26 de julio de 2009

EL BARRIO DE LA VIRGEN DE LOS DESAMPARADOS, EL DE LA AGUJA

51 - el barrio de la Virgen de los desamparados el de la aguja

Si la gracia de una ciudad reside, entre otros anhelos, en su afán de extenderse cual ser vivo que es, o en el saludable deseo de remozar sus calles y plazas conservando su sabor antiguo –en ocasiones con cierta dificultad- el mayor de los encantos se consigue, sin embargo, cuando, como detenido el tiempo, encuentras un rincón intacto al de su minuto de creación.

Rincón, en el que, salvo la reducción del número de sus calles y que la huerta otrora circundante haya sido reemplazada por la gran urbe que lo engulle, al igual que lo respeta, pasear por sus cinco calzadas sin temor a un tráfico allí inexistente, y cuyo solaz rumor es el vecinal de quienes tranquilamente viven en sus casas, el adentrarse en sus calles es un pequeño placer cuya renuncia lleva al desaire hacía uno de los más singulares rincones de mi ciudad, especialmente por su sabor antiguo y su extracción popular.

Es el caso del Barrio de la Virgen de los Desamparados, popularmente el de la Aguja, ceñido a la Avenida del Cid, y que desde su terminación en 1930 construido por el Sindicato de la Aguja –de quien recibe el nombre- permanece uniforme. Fue una obra auspiciada por la Catedral Metropolitana de Valencia en su afán de construcción de “casas baratas” en diversos puntos de la ciudad, y en la que entre su identidad y gracioso acabado destacan los variados frontis de sus ventanas, sus balcones de hierro, sus pináculos en las cornisas junto a la hornacina central arriba de cada vivienda en la que figura un mosaico idéntico en todas y de ornado dibujo. Mosaico que lleva al paseante al recuerdo de las modistillas que con la gracia de sus manos, entre hilos, agujas y dedales, daban vida a los vestidos, fruto de su trabajo.

En el barrio de la Aguja persiste el disfrute de sus vecinos y el asombro del visitante por sus pequeñas calles que muestran el orgullo de un barrio que fiel a su tradición, se mantiene firme y blindado al tráfago estridente que le rodea, incapaz éste de hacer mella en su interior.

El Barrio de la Aguja, en recuerdo a las afiliadas “modestillas”, fue inaugurado y bendecido por el Arzobispo Melo en 1932 con sus entonces sesenta y cinco casas todas iguales, comunicando su planta baja con la superior a través de una escalera que parte del comedor junto a la cocina con salida a un patio en la trasera, y que sube hasta las habitaciones de la vivienda.

En la actualidad sólo permanecen cincuenta y cinco casas por la desaparición de uno de sus tramos absorbido por el crecimiento de la ciudad hasta la misma linde de sus calles. Las que en un principio estaban nominadas de la A a la F, rótulos que permanecen junto a los de sus actuales nombres: Virgen del Lluch, Virgen del Rebollet, Virgen de la Salud, Virgen de Agres y Virgen de las Injurias; calles cortadas al tráfico rodado a excepción de un solo punto por el que pueden acceder los vehículos hasta el portal de las casas.

Portales de casas en los que aún perdura en la gente mayor la costumbre veraniega de “gozar de la fresca” rememorando sus costumbres, como aquella de la “Penya los Menin-fots” que desparecida tras la guerra civil, participaba hasta entonces de una gran actividad teatral en el marco de sus calles. Como también la de honrar a la Virgen de los Desamparados en una imagen que mes a mes se trasladaba y guardaba en el interior de cada casa, tradición que desapareció en los años cincuenta con el traslado definitivo de la Virgen a una Iglesia cercana. Mientras que para la gente menuda, el jugar por sus calles bajo los olivos y naranjos que las adornan es de vital tranquilad para el vecindario.

Llama la atención un depósito de agua que sobresale cima las casas, alimentado por un pozo aún en funcionamiento y que una “Junta del Barrio” se encarga de su puesta a punto y facturación a todos los vecinos por una módica cantidad fija al año, independiente del consumo; lo que no les priva de la conexión al servicio de Aguas Potables Municipal.

La posibilidad de compartir un rato a la fresca junto a sus vecinos sentados frente al portal de una casa y dentro de la ciudad en los años en que vivimos, es una experiencia tan grata como difícil de conseguir, pero posible gracias a la simpatía y generosidad de sus gentes que se ofrecen generosas a quien se les acerca en un bello encuadre pincelado por la flor del San Pedro en las aceras que lucen en los umbrales. Os recomiendo su visita a última hora de la tarde, donde olvidándote de la gran urbe, estarás en su interior.

jueves, 25 de junio de 2009

LA PLAZA DEL ARZOBISPO

30 - la plaza del arzobispo

Confieso que el murmullo del agua me subyuga y cuando encuentro próximo su eco y allí cerca la sombra de un árbol junto a una banca de piedra, y más, si ocupa ésta el centro de una plaza en mi ciudad, mi fe por sus rincones crece, mis nervios se relajan y el encanto que los rodean alegra mi corazón. Es cuando la necesidad de dar descanso a mi cuerpo surge de inmediato, como si fuera víctima de un cansancio ya consustancial, aunque el relajo es más por la necesidad del gozo en contemplar un nuevo rincón, valor residual que insisto en mantener, que obligarme a ello lacerado por las escasas fuerzas que en mí se albergan, y que igualmente trato de conservar.

En las muchas ocasiones que he pasado junto a la pequeña Plaza del Arzobispo, mis oídos no se detuvieron nunca ante el chapoteo del agua que brota bajo sus naranjos y moreras, y al sentirlo hoy por vez primera, nace la pregunta en mí, de si es que el momento en escucharlo pertenece al de un día especial que ignoro la causa; si es que en otras ocasiones la fuente estaba seca, o si es que fijándome en su derredor el alcance de mis ojos superaba al de mis oídos, quizá dormidos, por el reflejo del silencio que siempre reina sobre la plaza cuadrangular, abierta al Palacio Arzobispal y junto a la Catedral.

Histórico rincón vicentino de cuando sufriera castigo el mártir muy poco antes de la conversión al cristianismo del Imperio Romano y que por consecuencia de su muerte alcanzó gran fama; que de haber terminado las persecuciones unos años antes, él, se hubiera librado del martirio y Valencia no tendría su Santo Mártir.

Pero no fue así la historia, y son por ello muchas las capillas e iglesias dedicadas a San Vicente Mártir las existentes en toda Europa, en sus calles, en sus plazuelas, por sus valles, por sus montañas.

La cripta de San Vicente eficazmente restaurada hace unos pocos años, es uno de los pocos vestigios de la España visigótica en nuestra ciudad, y éste, en el mismo lugar donde el diacono Vicente padeciera las consecuencias de su persecución, lugar de martirio al que se puede acceder desde esta misma plaza.

De gran importancia y convertido hoy en el Museo de la Ciudad, es el Palacio de Berbedel, el que ocupa el frontal tras la pequeña pero frondosa vegetación que alegra la plaza. Adecuada arboleda que esconde la alberca oblonga de suelo lucido y vaso de piedra a un extremo que la decora y del que mana agua, al igual que lo hace de sus dos surtidores que dan encanto a la fuente. Sus gruesas columnas de medio metro de alzada, cuando rompen el agua, más parecen sus crestas unas lenguas batientes que, caprichosas, se abren singularizando con su albedrío balbuceo, el deseo de comunicarse con el paseante sentado en cualquiera de sus tres bancas que la rodean.

Palacio de Berbedel que fue ocupado en otros menesteres, como ser residencia de virreyes años después del derribo del Palacio Real, como de capitanes generales que al ser trasladados a la nueva residencia junto al Convento de Santo Domingo, el edificio pasó a ser propiedad del Marqués de Campo, gran prócer de la Valencia que se incorporaba a los nuevos avances de su tiempo, con su dedicación empresarial a los sectores del ferrocarril, del agua potable, gas y electricidad, y en cuyo recuerdo a toda su industria lleva su nombre el Museo de la Ciudad antes citado.

Contemplando su parte trasera llama la atención en ella el esgrafiado vegetal de la “Casa punt de ganxo”, semejante al de su fachada principal a la Plaza de la Almoina.

Como adecuada señal de anuncio a la plaza, la estatua de bronce del Arzobispo Olaechea, el creador de la “tómbola valenciana” que tanto posibilitó la construcción de viviendas obreras, destaca sobre un alto pedestal de piedra presidiendo la entrada a este entrañable y recoleto rincón.

Una tienda de antigüedades, la de Marco Polo, da un toque de sabor elegante a esta Plaza del Arzobispo, a cuya visita os recomiendo; antesala además al Museo de la Ciudad con exposiciones temporales igualmente interesante. Y que a su salida y en una de las bancas de piedra, al meditar escuchando la fuente y rememorar su historia de más de veinte siglos en rededor, resultará siempre de grato ejercicio al igual que relajante.

lunes, 25 de mayo de 2009

EL JARDÍN DE AYORA

50 - El jardin de ayora

Aunque alejado del centro histórico de la ciudad, está situado en una zona de amplias plazas y largas calles de gran actividad comercial, siempre necesitadas de un rincón donde pasar un rato apaciguados en el relajo. Bien comunicado gracias la estación próxima del metro, el Jardín de Ayora pervive después de que su palacete sufriera años de abandono, agredido de forma salvaje cuya supervivencia pusieron en peligro allá por los años ochenta, en la actualidad convertido en una escuela infantil. El jardín cumple con su objetivo, como es el de hacernos gozar en las horas de asueto, o en los días tórridos librarnos del calor que tanto aploma.

Ante la llegada del estío su visita invita al placer, aislados de la circulación y a salvo de sus ruidos gracias a la abundante vegetación que allí existe.

Jardín cercado, se convierte en el lugar ideal para quienes prefieren la paz del “campo” a la brisa de un mar próximo bañado por el Sol.

Junto al palacete de reminiscencias griegas y a la entrada del recinto, un lugar de juegos deleita al público infantil. De él, arranca un camino a través de un vano hacia la fronda vegetal, sumergiendo al visitante en un microclima extraño al de la urbe que la valla separa, al tiempo que le hace disfrutar de sus pinos, de sus palmeras, eucaliptos, higueras y moreras, gruesos magnolios y algún que otro limonero, que junto a centenarios árboles, alegran y dan vida al jardín en el que no falta el arrullo de las palomas mezclado con el trino de los jilgueros.

José Ayora ordenó su construcción en el comienzo del pasado siglo como finca de recreo en un lugar de paso entre el mar y la ciudad, como si de ambos quisiera aislarse a la búsqueda del sosiego. Misión ésta que sigue cumpliendo en la actualidad gracias a su pequeño bosque en el que sobresale cima a sus dos plantas un templete que le da elegancia y sello de distinción y rodeado de bancos cerámicos que lo decoran.

Alegra y le da vida en el centro del jardín una fuente con una mujer vestida y sensual sobre un pedestal de mármol, que, levantando sus manos, alza una pequeña ánfora de la que brota el agua y resbalando por su cuerpo, se desparrama en la balsa circular de piedra en cuyo centro está emplazada.

Jardín el de Ayora rico en especies vegetales es un grato rincón a visitar cuando el sol azuza, pero que rinde su agobio ante la urdimbre de las copas que no puede atravesar. Un rincón de nuestra ciudad que bien vale la pena visitar en estos días en los que el calor aprieta, pero que gracias al de Ayora, no ahoga.

jueves, 23 de abril de 2009

LA PLAZA DE RODRIGO BOTET, LA DE LOS PATOS

42 - la plaza rodrigo botet La popular “plaza de los patos” es por excelencia un rincón musical cuya banda sonora no cesa nunca. Ante la duda, nada mejor que acudir a ella, sentarse en uno de sus bancos junto a la fuente de “las tres gracias” en la tranquilidad de cualquier tarde y prestar atención a la sinfonía del agua bajo la arboleda que la cubre. En la igualmente conocida como fuente de “las tres ninfas”, donde lucen esbeltas sus tres damas sobre un pedestal del mismo bronce y encima de una base triangular de piedra en cuyos vértices tres patos, también de bronce, forman su cuerpo central. Fuente con anterioridad situada en la plaza de las Barcas, la que se encontraba donde confluyen en la actualidad las calles de Salvá y Universidad, y trasladada ahora hace un siglo a su actual emplazamiento.

De la alberca que la anida, surgen sinfónicos surtidores que incansables dan vida al grupo escultórico, así como pincelan y adornan con elegancia y frescura el centro de la plaza.

Situada muy próxima a la del Ayuntamiento, pero al mismo tiempo lejos del bullicio de ésta, conforma un lugar donde evadirse, al tiempo que gozar de tan simpático rincón rememorando su singular pasado popular.

La Plaza de Rodrigo Botet, de superficie triangular, es de escasa circulación rodada, lo que contribuye a su encanto; al igual que las fachadas de sus edificios pequeños entre los que destaca el de la entrañable, añeja y hoy desaparecida Papelería Vila, edificio que muestra el perfil de su esquina semejante a un fino estilete al cielo con balcones acristalados coronado por una bella cúpula.

Reina en la plaza el Hotel Astoria, cuyos numerosos salones han sido testigos de la vida social valenciana desde el año de su construcción de 1959; elegante establecimiento que ha tenido como huéspedes a ilustres estadistas visitantes de nuestra ciudad. Construido tras el derribo del Palacio de Vilaragut, el que albergara en sus últimos años la Academia Castellano, centro docente de gran prestigio en su época.

Sentado en la terraza bajo la arboleda junto a la fuente cuando el día fenece, contemplando “las tres gracias” y escuchando la melodía de sus aguas dueña del ambiente urbano, es un placer entrañable en el mismo centro neurálgico de la ciudad.

No os perdáis tan agradable rincón en las últimas horas del atardecer, cuando aparecen los reflejos dorados de las farolas sobre el ébano de las ninfas y dan vida a la noche.

jueves, 26 de marzo de 2009

CAMPANAR: ¿RINCÓN, BARRIO O PUEBLO?

  22 - Campanar barrio rincon o pueblo

¿Bello rincón, o mejor un pequeño pueblo dentro de la ciudad?

Esto es lo que me pregunto mientras paseo por sus calles. Y aunque algunos digan que es un barrio estrangulado por el crecimiento de la ciudad, el respeto a su entorno llegado hasta nuestros días con sabor de antaño, es gracias al orgullo de sus vecinos que han sabido mantener su aspecto para disfrute de nuestra historia. Y más semeja un bello rincón, rural y tranquilo, a salvo del tráfico salvaje que corre por las amplias avenidas que lo rodean.

Singular pueblo que estrangulado o abrazado con cariño por el ensanche de la ciudad, al recorrer su viejo casco en torno a la Iglesia de la Virgen de Campanar, situada esbelta en peatonal y ancha plaza cercada de frondosos plataneros, y con la visita por sus calles huyendo por un instante del bullicio que lo rodea y con el placentero goce de sus remozadas casas de dos alturas a lo largo de todo su recorrido, crees, por uno momento, hallarte en otro lugar, muy lejos de la ciudad. Sus fachadas de cerámica valenciana, sus ventanales y balcones, los adornos de sus cornisas y la limpieza que relumbra por doquier, crean un pequeño oasis del que disfrutar, mientras la cadencia de doce campanadas cubre el caserío en su bucólico eco, como si lanzara su llamada al silencio del campo hoy inexistente.

Caserío de la época de la Reconquista de Jaime I, vivían sus gentes del campo hasta hace unos cincuenta años, pero que al mantener sus dueños las casas, permanece intacto el semblante de un pequeño pueblo rural situado en las entrañas de Valencia que ha crecido devorando sus huertas.

Su nombre le viene de muy antiguo, de cuando desde la ciudad salían sus gentes a pasar un día en el campo: “anar al camp” decían: “camp anar”, y en torno al poblado disfrutaban del placer de su huerta, del perfume de sus flores, alejándose del interior de una ciudad entonces amurallada y que por ello les agobiaba.

Caminando por sus calles vemos el viejo horno de pan, el casino antiguo, la fuente a pie de árbol, la pequeña tienda, la vieja alquería encalada, el saludo vecinal, unos niños corriendo por sus calles, y todo su conjunto en torno a la torre de la Iglesia que dejan al paseante el regusto tranquilo y grato de encontrarse fuera de la urbe que le agobia, y ante la ausencia del caos urbano propio de la gran ciudad.

Campanar es un lugar donde el único ruido es el de la chiquillería al salir de la escuela, por lo que la añorante envidia de no vivir en sus calles se adueña en quien lo visita.

Os recomiendo su visita, pero especialmente, cuando el estrés os agobie. Allí encontraréis la paz en uno de sus bancos de la tranquila plaza bajo plácida arboleda, de la que a través de su enrejado destaca la torre de su Iglesia, guardiana de tan bello rincón, lleno de encanto.

jueves, 19 de febrero de 2009

LA CALLE DE LAS AVELLANAS

38 - la Calle avellanas

Es una calle cuyo trazado tiene forma de ese no muy pronunciada, ese de solaz y ese de sosiego y con el sello del encanto; calle de recodos que desde la Calle del Mar muere en la del Palau y es la de las Avellanas: calle de "azucats" próximos a su entrada y que siempre pintorescos, configuran y dan un singular encanto a éste rincón próximo al centro histórico. Después de sus primeras casas, nace a la izquierda y formando un ángulo recto la calle de la Cárcel de San Vicente, donde estuviera prisionero el que fue primero mártir valenciano, y desde el siglo XIV patrón de la ciudad.

Calle al paso de acontecimientos valencianos de gran fervor popular, como el vicentino, cuando en el día de nuestro patrón transita la calle la figura del diácono Vicente, tanto por la proximidad de la cárcel citada, como por el lugar donde fuera martirizado hasta la hora de su muerte en la cercana Plaza de la Almoina.

El tranquilo paseo entre macetones de bello ornato, da ocasión para que el paseante distraiga sus ojos ante la diversidad de establecimientos de antigüedades que allí existen, concentrados en torno al centro histórico donde destacan tiendas de portales de sabor decimonónico, y otras con sus anaqueles interiores repletos de objetos antiguos, algunos de gran valor.

Calle que especialmente brilla en la Festividad del Corpus en sus diversos actos, como el de la “Degollá” por la mañana, recreación teatral en recuerdo de Herodes degollando a los menores, y que termina en un enfrentamiento popular con las “poalas” de agua vertidas sobre la gente desde los balcones a lo largo de la calle.

Calle que contempla el paso lento de las rocas hacia la “subida del Palau”, cuya dificultad es vencida en ese momento gracias a los esfuerzos de la caballería arreciada por los huertanos, como paso previo al inicio de la Procesión del Corpus con el desfile de personajes y grupos escultóricos que hacen referencia a diversos episodios bíblicos, así como variados grupos de danzas de simbología religiosa, como preámbulo al paso de la Eucaristía en rica y bella Custodia.

Especialmente por sus comercios continuados y a tan particular ofrenda, tiene la Calle de las Avellanas el sabor dulce de lo añejo, el que nos lleva al recuerdo de lo antiguo y que luciendo en sus escaparates, rememoran al observante costumbres y objetos que hoy son utilizados como piezas de colección, o que por su belleza y adorno son el mejor regalo para cumplir en ocasión del obligado compromiso. O calle donde encontrar esa pieza selecta dispuesta a lucir el mejor lugar de nuestro hogar.

Calle de las Avellanas en la que luce espléndida la sede de la Real Academia de Cultura Valenciana que durante más de noventa años fomenta y da a conocer la historia y costumbres de nuestra tierra, así como muestra su orgullo en la defensa de la Lengua Valenciana en una actividad diaria al servicio del inquieto valenciano ávido de saber. El poeta valenciano Ausias March vivió sus últimos días en la calle Cabillers, la que desde la plaza de la Reina comunica con las de las Avellanas.

Permitidme que os recomiende un paseo por este bello rincón, el de la calle de las Avellanas, en cualquier tranquila mañana disfrutando de la contemplación de sus tiendas, o bien la asistencia en ocasión de las fiestas citadas, a cuyo paso procesional luce engalanada la calle tras orgullosa competencia entre vecinos: el mejor marco urbano para tan entrañables días festivos.

domingo, 18 de enero de 2009

LA PLAZA DE NULES

36 - la Plaza de Nules

Es una plaza tranquila, con tan solo dos bancos de piedra frente a la puerta blasonada del Palacio Catalá de Valeriola, edificio felizmente restaurado hace unos pocos años. Plaza recoleta y rectangular, tiene el atractivo de su escondido encuentro, al tiempo que nos remonta a un pasado de alta alcurnia, distinguido y señorial. Lugar de caminar tranquilo entre los enrejados de sus ventanales y sus balcones corridos, lento y sin prisa alguna, salvo para quien represente un atajo, vía a su destino con algo de prisa.

Próxima al centro histórico de Valencia, el de la Catedral, nace de una calle angosta y peatonal, y que por un ligero ensanche de su calzada se convierte en una plaza singular flanqueada por dos palacios de bellas fachadas, así como de rico pasado, tanto histórico como cultural, incluso de pintoresco porte académico.

Posee, además, el atractivo de ser un reducto al murmullo peatonal de la calle Navellos, a la que es paralela, así como al hurgar en su pasado, el embozo tertuliano y cultural flota entre las paredes del Palacio Catalá de Valeriola; así como el de epopeyas caballistas en el Palacio de la Real Maestranza de Caballería de Valencia, que está situado enfrente.

La Plaza de Nules pues, es uno de esos rincones que en su sencillez, el poso que alberga tiene el mérito de darle una impronta única a nuestro pasado por ser en uno de sus palacios el lugar donde se reunían en su anonimato peculiar los integrantes de la “Academia de los Nocturnos”: los más ilustres personajes de la época, a cuyo frente estaba el caballero Bernardo Catalá de Valeriola, dueño del palacio, y de quien actualmente recibe el nombre tan bella casona, a pesar de haber tenido varios propietarios desde aquellos años finales del siglo XVI, en los que la ilustre Academia practicaba sus coloquios.

Con el recuerdo de los “Nocturnos” destacan con su pintorescos nombres, como el de “Silencio” –el que correspondía al propio mandatario Bernardo Catalá- y al que se le unían los de “Miedo”, “Sombra”, “Descuido”, “Sosiego”, “Fiel”, “Temeridad”, “Horror”, “Vigilia”, “Tinieblas”, “Secreto”… hasta completar el número de cuarenta y cinco miembros que formaban las famosas tertulias literarias de todos los miércoles al atardecer. El recurso al “nick”, bien pudiera ser considerado como una avanzadilla de cinco siglos antes a los actuales seudónimos tan utilizados por Internet.

Frente al Palacio de Valeriola, de tan ilustre pasado, el de la Real Maestranza, dando encanto a la pequeña plaza en su lúdica aportación como institución ecuestre, bajo cuya custodia se celebraban los torneos y justas de la nobleza valenciana en ocasión de las visitas reales a nuestra ciudad, o cualquier otra conmemoración de afamada raigambre, así como su participación en las fiestas más populares y en la actualidad dedicada a menesteres filántropos.

Completa la plaza el paso de la Calle San Francisco, con una fachada de trabajados balcones cubiertos por marquesinas de hierro que le dan realce, como palcos engalanados que la adornan y contemplan.

Escasa y pequeña Plaza de Nules y de corto recorrido, pero singular rincón valenciano que no es de desmerecer, como lo demuestra su cuidado aspecto, sus lustrosos macetones de pequeñas palmeras y un par de bancos de piedra donde contemplar la fachadas arquitectónica del de Valeriola, enriquecida por sus frontispicios triangulares y sus recias rejas, en las que parecen percibirse los ecos tertulianos de los Nocturnos adormecidos por el tiempo.

Sencillo y coqueto rincón valenciano en el que bien vale la pena perderse, sin duda relajado.