domingo, 14 de octubre de 2007

LA RIADA DE VALENCIA

60 - la riada de valencia  
Se cumplen hoy los cincuenta años de una riada que asoló la ciudad de Valencia al desbordarse las aguas de su río, el Turia, que, esparciéndose como una mancha creciente y hambrienta, inundaron sus calles hasta alcanzar en algunos casos la altura de los primeros pisos.

Río que en su navegar por la huerta valenciana, después de dos avenidas seguidas (la segunda más fuerte) también había dejado su huella destructora por los pueblos donde pasaba, camino hacía su desembocadura en el poblado de Nazaret: el barrio más castigado por la fuerza de las aguas que por su poder de destrucción salvaje, quedó desmembrado de la ciudad.

Pero no solo fueron las dos riadas (la primera en la medianoche y la segunda al mediodía siguiente) producto de unas lluvias que alcanzaron los 600 lts/mts2, lo que me lleva al recuerdo de aquellos trágicos días, ni siquiera el que una vez bajadas las aguas, el barro, se hiciera dueño de las calles dejando un olor húmedo cuyo recuerdo aún me perdura, sino la “riada de hermandad” que se apoderó de todos y nos hizo fuertes, con la ayuda, además, de quienes desprendidamente fueron llegando a una ciudad que se veía aislada del resto de España; aunque por poco tiempo, porque los caminos se fueron abriendo gracias al esfuerzo de todos.

Valencia entera se volcó con la Valencia necesitada en una batalla del barro con la solidaridad como mejor arma. Aquel cieno húmedo sigue almacenado en nuestras mentes como único vestigio de aquellos días de dolor, esfuerzo y solidaridad, de los que aún percibimos su hedor acuoso impregnado del tarquín amontonado por las calles en las que teníamos que abrirnos paso. Y retenemos en nuestra memoria aquella pestilencia con la misma nostalgia que vemos en estos días, en formato impreso o de video, la ciudad estancada de aquellos tiempos grises, gracias a todos los medios de comunicación dedicados al recuerdo de una tragedia cuya cara más hermosa, la única, fue la del ejemplo de hermandad dada por todos los que habitábamos en la ciudad, como también los que vivían lejos de ella.

Ejemplos como el de un helicóptero de las fuerzas americanas que rescató sobre un tejado de Nazaret a una mujer que había dado luz a un niño cuando aún estaban unidos por el cordón umbilical; o como el de un buen hombre que atado a una cuerda por su cintura rescató a once personas de las aguas embravecidas; o como el de aquellas personas anónimas que se jugaron la vida descolgándose por el Puente Serranos para limpiar uno de sus ojos obstruido por troncos, muebles y animales para que pudieran pasar las aguas, nos hablan de la lucha a favor de la vida, en contra de la muerte y para abrir caminos por los que resurgir venciendo cualquier amenaza. Estos y otros muchos esfuerzos inimaginables se vieron por doquier en aquellos días que siguieron al 14 de octubre valenciano, cuyo heroísmo callado permanecerá siempre como el mejor recuerdo de fraternidad en la historia de nuestra ciudad.

El Cuerpo de Bomberos de Cartagena fue el primero en acudir en auxilio de nuestra ciudad y una multitud de organizaciones benefactoras vinieron desde todos los puntos de España para luchar contra el barro, para ayudar a la ciudad. El Ejército y sus soldados, primero a mano y luego con máquinas, trabajaron denodadamente hasta dejar limpias las plazas y las calles de Valencia. Las Asociaciones Jóvenes de Acción Católica, el Auxilio Social, las Hermandades de Trabajo y otras instituciones, junto al ofrecimiento de las Parroquias de Santa Cruz, Tendetes, San Francisco Javier, Cabanyal, Santa María del Mar –las zonas más necesitadas- así como los Colegios Religiosos y Públicos y toda la ciudad, ayudaron a dar cobijo y alimento a las familias que se quedaron sin techo donde dormir, necesitadas de comida y de agua principalmente. Valencia se quedó sin agua potable en toda la ciudad y las cisternas acudieron en nuestro auxilio para calmar nuestra sed, utilizada después de hervirla para evitar posibles epidemias. Como también las largas colas que se formaron para recibir unas barras de pan, el principal de los alimentos, suministradas por el Ejército. Se crearon centros de acogida y nuevos campamentos, como el del Barrio del Cristo donde los Boys Scouts ofrecieron su ayuda durante mucho tiempo, de la que fui testigo y humilde colaborador.

Valencia necesitó ayuda y fueron muchos los que pusieron su granito de arena, cada uno con su mejor forma y estilo. Se hicieron famosas las “campañas al aire” de Adolfo Fernández, joven periodista de Radio Juventud de Murcia que con su voz se volcó a favor de Valencia para recaudar fondos, como la sorprendente subasta del burrito Platero II, que se hizo famoso. Partidos de fútbol, corridas de toros y galas benéficas se celebraron con el mismo fin, como la subasta del anillo que donó el Arzobispo Olaechea y la desinteresada ayuda de personajes del mundo del cine presentes en las carteleras cinematográficas del momento. A nuestro puerto llegó un barco francés con alimentos en su barriga, y que pasaron después a otras más necesitadas. Francia, Alemania, Inglaterra, Portugal, Italia y la flota americana vinieron en nuestra ayuda con todo tipo de donaciones.

Los únicos que no pudieron recibir ningún tipo de ayuda fueron los ochenta y un muertos de aquella trágica riada, en cuyo recuerdo se les erigió un monumento en el año 1982, veinticinco años después, en la Avenida de Aragón. Y a sus pies, sobre un cuenco de piedra, se colocó una llama con la intención de que estuviera siempre viva y que por desgracia está siempre apagada, quizá porque no fue una idea afortunada aunque de fácil mantenimiento.

El río Turia en un proyecto llamado “Solución Sur” se encauzó fuera de la ciudad, y el viejo cauce, el autor inconsciente de la tragedia, se ha convertido en un parque cultural con un recorrido sede de nuevos lugares emblemáticos que han convertido a Valencia en una ciudad turística de primera magnitud.

La Solución Sur, costeada en gran parte por los valencianos con los sellos de correos del Plan Sur, se inició en 1964, abandonando las aguas el viejo cauce en 1973, fecha final de su ejecución.

La riada que asoló la ciudad de Valencia sirvió para forjar una nueva riada de hermandad, y se convirtió en un ejemplo que no debemos olvidar y del que tan necesitado estamos cincuenta años después.

Un auténtico “rincón de solidaridad” que con la suma de todos los anteriores en estas páginas, nos sirva para conocer un poco más la historia de una ciudad que fascina, que ilusiona sobre todo, al perderse por sus calles.