viernes, 12 de diciembre de 2008

LA PLAZA DE SAN JAIME

8 - La plaza de Sam Jaime Los cascos históricos en cualquier ciudad son lugares apreciados para el visitante ávido de pasear por sus calles buscando bellos rincones. En ocasiones, basta la recomendación de un amigo sabedor de la zona, que es quien invita al paseante a perderse por sus calles, mientras que en la mayoría de los casos es el instinto observador de lo histórico el mejor garante de que al andar por sus retículas estrechas, la sorpresa de un bello encuadre puede surgir en el momento más inesperado del grato paseo. La historia y las piedras, en su mejor maridaje, ofrecen el disfrute gozoso a quien aprecie cualquier balcón de hierros corrido, cualquier zaguán blasonado, o aquel viejo comercio que aparece rugoso en sus años, tal postal decimonónica cuya data de nacimiento seguro que luce en su fachada.

Pero lo que tiene un encanto especial en el viejo barrio de cualquier ciudad, es la existencia de un punto de entrada peculiar, el que por su especial característica sea el idóneo para cruzar su umbral, al tiempo que el aspecto de la ciudad se diferencia, muda su piel, y un nuevo entorno aparece ante los ojos, al tiempo que aromatiza los sentidos y nos traslada a un pasado que el andante desea conocer.

La Plaza de San Jaime de Valencia es un rincón de esos que les cito, entrañable, tan apacible como vivo, y con algo de bohemio. Una puerta de entrada al castizo Barrio del Carmen en el que bien merece detenerse un instante, mejor si no breve, sentado en una de las pequeñas terrazas allí existentes. O en la vecina Plaza del Esparto que, muy unidas, se dan mutua vida alegrando su ambiente.

O en la del Tros-Alt, también juntita, el trozo más alto de la ciudad, de la que arranca la que nos ocupa, la de San Jaime, cubierta al cielo por una bóveda vegetal, pero de abiertos ventanales a las calles Alta y Baja que nacen a sus pies, rumbo al Carmen: el bullanguero barrio tan querido por todos y que da alegría a un río de gentes en su trasiego al ocio, en el que la juventud se mezcla con los no ya tan jóvenes perdiéndose por sus calles.

Plaza de San Jaime, en la que pese al “soroll” que sufre, denunciado por los vecinos ansiosos del descanso en sus horas del sueño, así como también descuidada por la falta de mimo de quienes se publicitan embadurnando sus puertas sin el menor decoro, es un punto de encuentro hacia la surtida oferta de cafés y tascas ambientados por musicales diversos.

La “portada” de la Plaza de San Jaime al barrio más conocido y visitado de la ciudad, es, por su arbolado, un pasadizo semejante a cualquiera de las muchas puertas de entrada a la ciudad otrora amurallada, en la que por cierto y bajo su suelo, aún existen restos de aquella que fuera muralla musulmana cuyas piedras yacen escondidas en los aledaños de la plaza, tan olvidadas como necesitadas de salir a flote, no sólo para gozo y deleite de todos, foráneos o vecinos, sino para un mejor conocimiento de un lugar importante en la historia de nuestra ciudad.

Plaza de San Jaime, que como el mejor de los escenarios también dispone de un palco coqueto, cálido y añejo. Tras los cristales del “Café Sant Jaume”, antaño farmacia de gran prestigio y en cuyo interior el tiempo parece se detuvo, las botellas de aguardientes han remplazado a los albarelos –de los que aún quedan entre otros muestras de tilo y tomillo- y sentado en una vetusta mesa de mármol tomando un café, el contemplar la Plaza y husmear su pasado, es un sano deleite de cuya privación nos llevaría a ignorar el significado de un entorno tan emblemático de la ciudad, como pueda ser cualquier otro de los más pregonados en la actualidad.

Es bonito sentarse en cualquiera de las ofertas que allí concurren. Sea desde los bancos de piedra del Tros-Alt, sea desde la terraza en la del Esparto, o sea en las estrechas aceras que bajan hacia el interior del barrio; lugares donde el murmullo de conversas y la presencia de gentes dispares, dan vida, sal y gracia, a la más castiza entrada del barrio del Carmen.

Perdeos por sus calles, pero deteneos en el atardecer de una tarde cualquiera en tan singular plaza: es éste el mejor consejo para quien tenga el deseo de recrearse en el tiempo, pensando en lo que en su derredor existe.