jueves, 17 de julio de 2008

EL JARDÍN BOTÁNICO

52 - El Jardin botanico

En la Valencia musical con su moderno Palau de la Música y el vanguardista Palau de les Arts al frente, más las múltiples bandas nacidas en todos los puntos de nuestra Comunidad, no podía faltar, sin embargo, la Valencia de los agudos y graves trinos que se escuchan en el amplio salón bajo sus incontables bóvedas verdes: el que está situado dentro de un recinto centenario en el que convergen la belleza de sus arboledas junto a la esbeltez de sus troncos cual columnas jónicas que las alimentan, y en donde desde la tranquilidad de sus senderos y la generosidad de sus bancos (entre las mil y una especies diferentes que allí se encuentran) se escucha la melodía de los pajarillos entre una vegetación exuberante, próxima al clamor de la calle y del que afortunadamente logra exilarse.

Y es cuando se detiene el tiempo. Cuando pasa plácida la tarde, al igual que las aves incansables lo hacen de rama a rama. Es cuando el sosiego se apodera del visitante a tan bello paraje, haciéndole partícipe de un especial y urbano encanto.

A él, todo un compendio de riqueza botánica, frondosa, donde se encuentran las más increíbles especies de cualquier parte del mundo, acude el pintor con su caballete recreándose ante un pequeño estanque tapado por la delicadeza de un nenúfar, cubriéndolo tal y como lo hiciera un bello mantel de floreado esmeralda, dejado caer por unas manos invisibles cuidadosas de la naturaleza, a la que con tanto mimo pertenece.

Mientras, los pajarillos, buscan y encuentran algunas simientes que picotean en el suelo, sin huir del paseante que cerca de ellos pasa.

Los canarios, los jilgueros, los gorriones, los mirlos, las palomas, junto a otras especies más que lo visitan, llenan y pueblan al Jardín Botánico de Valencia; se adueñan de las copas de sus árboles que una junto a la otra, lascivas se besan. Y en su unión, forman inequívocas un solo árbol multiforme, albergue de la más tierna imaginación. Todo el recinto se convierte en la bóveda verde de un salón columnario por cuyas cristaleras entra la luz, que, dejando su calor arriba de la cúpula inescrutable, se mantiene el frescor. Y junto a los trinos y su deleite, el encanto reina por todos los rincones del Jardín.

En el que al igual que surge una historia de amor en un escondido banco junto a un viejo tronco, el gorgoteo de una paloma acompaña a un lector, algo apartado del Cupido ángel, sumergido en las páginas de su libro mientras pasa el tiempo en el solaz del Botánico.

Todo lo demás, lo embellece más si cabe: sus cuidados, sus plantas acuáticas, sus invernaderos, su umbráculo, sus pequeñas acequias y sus rocallas; y sus esculturas tal enanos de un bosque encantado que simulan; y sus gatitos, que igual corren por los enredados caminos, que ascienden veloces por un tronco perdiéndose por los secretos de sus ramas.

Casi doscientos años de historia (aunque sus orígenes en la idea se remontan al siglo XVI) y el amor de unos botánicos, fruto de la Ilustración, hicieron posible la puesta en marcha de la mejor escuela, en la que el amor a las plantas tenía que fructificar en algo tan bello.

Pese a sus tiempos oscuros, pese al martirio de una riada que lo asoló y de una lenta restauración, varias generaciones de fieles que hoy son abuelos, pero que ya de niños corrían entre sus mismos troncos, se sientan hoy en sus bancos, tranquilos mientras inculcan a sus nietos el amor a un lugar al que el primerizo que lo visita disfruta de la paz que allí se le ofrece.

Junto al río Turia que lo limita al norte, y la torre y cúpula de la Parroquia de San Miguel y San Sebastián a su entrada, se encuentra tan bello sitio en el corazón de un rincón de Valencia, al que su “jardín” le da nombre. Su visita es obligada para los amantes de las melodías de los trinos, y también para los necesitados de paz.

jueves, 3 de julio de 2008

EL MERCADO COLÓN

54 - El mercado colon  Es como el mejor hall de la Valencia comercial donde se juntan las calles de Cirilo Amorós, Jorge Juan, Conde Salvatierra y Martínez Ferrando; próximo a la de Colón y la Gran Vía, en un oasis donde el calor veraniego que se apodera de la zona, deja un espacio para el descanso a salvo de su inclemencia.

El hall de Colón disfruta bajo un esqueleto de hierro fundido formado por columnas en las que se sustentan sus ocho arcos ojivales y cuyos remaches los adornan. Se cobija en una nave central abierta a la luz que lo inunda por cualquiera de sus lados.

El Mercado Colón se inauguró en el año 1916 y su diseño salió de las manos de Francisco Mora, en el mejor de sus trabajos como arquitecto municipal de Valencia. Concebida tan bella obra desde el hierro fundido sobre piedra de cantería, con sus ladrillos de cantos cuidados con sumo mimo y con los ribeteados mosaicos que lo dibujan. No faltan los policromados motivos valencianos en los que la naranja de sus huertas muestra el esplendor de su riqueza en aquellos años de su construcción.

De estilo modernista y situado fuera del casco histórico de la ciudad, el Mercado Colón es el punto neurálgico y uno de los más bellos del Ensanche, iniciado una vez derribadas sus murallas por decisión expresa de Cirilo Amorós, en cuyo recuerdo lleva su nombre una de las calles que lo limita.

Cercado por una verja de fundición sobre muro de cantería, su conjunto destaca por su elegancia en el porte, por su buen gusto en sus cuidados y por el orgullo de ofrecerlo a quienes nos visitan como una de las mejores joyas de nuestra ciudad.

Restaurado hace unos pocos años desde la exquisitez, es un lugar tranquilo en el que los puestos de flores nos hablan de la ciudad a la que pertenece. Lugar de encuentro y relajo, una agenda musical cubre todos los meses del año en los que acuden las diferentes sociedades y agrupaciones musicales de Valencia que nos regalen el fruto de su música, de cuyo árbol, sus ramas, se esparcen a lo largo de nuestra Comunidad.

En el mercado rivalizan sus dos fachadas, y mientras que en la de Jorge Juan, el canto a Valencia se esparce por sus piedras, en la que recae a Conde de Salvatierra, su magnífico tímpano de cristal y sus pequeñas marquesinas que la complementan, dejan los más bellos trazos que imaginara su autor.

Antiguo mercado de frutas y verduras, carnes y pescados, salazones y vinos, en su planta baja queda el testimonio de lo que fue con unos pocos puestos de venta, junto a los más modernos de música, de libros y de un buen comer, a los que se acceden a través de las escaleras mecánicas vestidas de agradable vegetación frente al frescor de una cortina de agua de permanente murmullo.

No lo dude, y en esas mañanas plomizas, las del fuerte poniente que nos derrota, en su caminar por sus alrededores por cualquier gestión puntual, acudan a sus confortables sillones de las diferentes cafeterías y disfruten de un buen estar, allí donde el sol impecable se ve vencido por el talento de su arquitectura, donde el recurso a los climatizadores se hace innecesario.