Al legado del viejo cauce, donde se mezclan las arboledas con el ocio, con la cultura musical y con sus zonas ajardinadas, se le unen la afortunada restauración del Mercado Colón, la rosaledas de los Viveros Municipales, el nuevo Parque de Cabecera, el Puente de los Flores y la firme decisión de ampliar nuevos parques –como el Central, cuyo proyecto dormido parece no querer despertar- y la espectacular Ciudad de las Artes y de las Ciencias.
Conforma todo, una oferta turística ciertamente recompensada por la persistente presencia de visitantes que recorren la ciudad. Fortalecida, más si cabe, por los eventos internacionales: la mejor plataforma que ha conseguido que los piropos a Valencia se escuchen por todas partes. Lo que nos alegra, al tiempo que nos entristece, es que donde menos es reconocida la gran transformación de nuestra ciudad, lo sea entre los propios valencianos en un lugar donde se concentra la historia de Valencia desde los tiempos de su Reconquista.
Valencia emprendió hace unos años su camino a la modernidad, y a fe que lo ha conseguido. Pero... dejémosla quieta por un instante en su camino hacia el futuro y vayamos a su pasado, el que en su recorrido nos ha llevado hasta el presente.
Quizás sea el Convento de Santo Domingo junto al Colegio del Patriarca, dos de las joyas más interesantes de nuestra ciudad, debido, fundamentalmente, a su importancia histórica, al patrimonio cultural que atesoran y a la belleza arquitectónica que en sus interiores se muestra.
Del Colegio del Patriarca ya hablamos en otra página de estos rincones, por lo que la obligación de crear otro espacio al que fuera convento dominico y hoy sede del Cuartel General de la Fuerza de Maniobra, es justa correspondencia a tan dos singulares centros arquitectónicos desgraciadamente desconocidos por muchos de nuestros paisanos, más empeñados en glosar encantos ajenos, que los nuestros, tantas veces despreciados desde la ignorancia de su existencia.
Jaime I el Conquistador, una vez reconquistada Valencia, quiso favorecer a las dos órdenes religiosas unidas a sus tropas, por lo que les concedió las tierras que necesitaban para sus conventos. Ciudad de calles estrechas, impedía la construcción en su interior, destinando a este fin los terrenos fuera de las murallas y próximos a sus puertas. A la Orden de los Predicadores, conocida años después por la de los Dominicos, les dio los terrenos cercanos a la puerta de Bab Ibn-Sajar (actual Plaza del Temple), mientras que a la de los Franciscanos, los de la puerta de la Boatella.
Un año después de la Reconquista, Jaime I, puso con sus manos la primera piedra para la construcción del convento dominico en los terrenos de la actual Plaza de Tetuán, y que por quedarse pequeño, tuvo que ampliarse pocos años después. A lo largo de toda su existencia se realizaron sucesivas modificaciones, sin embargo, el vetusto claustro actual es el que se construyó en el siglo XIV.
Al frente del Cabildo y a su cargo, D. Francisco Andrés Albalat instó en 1259 a que se estableciera la docencia en la ciudad, creando las Escuelas de Gramática encaminadas a fomentar el saber. Con los años, se crearon otras Cátedras, destacando la de Teología, encomendando el Cabildo su enseñanza a la Orden de los Predicadores para que la trasladasen a los canónigos, rectores, clérigos y laicos, que quisieran impregnarse de sus conocimientos. A su instrucción se dedicó San Vicente Ferrer entre otros eruditos dominicos. Las clases se impartieron tanto en la Catedral como en el Convento de Santo Domingo, centro éste, que llegó a conseguir un gran reconocimiento, como sucedió en el siglo XVII con los estudios de hebreo y al que acudieron monjes de toda Europa.
Cuando la desafortunada desamortización de Mendizábal, que supuso la pérdida de un importante patrimonio cultural, el Convento de Santo Domingo –una vez desalojados los dominicos- tuvo la fortuna, al menos, de que pasara a poder del Ejército, institución que se encargó de sus cuidados. El convento había sufrido toda clase de vejaciones por parte de los franceses, quienes se ensañaron con sus instalaciones, hasta el punto de desmochar la parte alta de la torre con la intención de humillarla. Acciones vandálicas que se repitieron en la guerra civil española.
Gracias al Capitán General de Valencia, D. Gustavo Urrutia, hombre culto, poseedor de una gran sensibilidad y consciente del gran valor arquitectónico que encerraban sus piedras, con las que compartía la sede de la Capitanía General, inició una afanosa restauración que dio el fruto de restablecer al Convento de Santo Domingo todo su esplendor, reviviendo las singularidades albergadas en sus distintas zonas.
Destaca en el Convento el claustro gótico con la singularidad añadida de que uno de sus arcos sea románico. Caminando por sus pandas, las sucesivas capillas y ménsulas diferenciadas captan la atención del paseante. Lugar que fue camposanto con sus tumbas profanadas por los franceses.
Digna de mención es el Aula Capitular, construida por Pedro Boil en el siglo XIII, noble valenciano, y en la que se inspiraron los autores de las Lonjas de Mallorca y de Valencia. Llaman la atención sus altas y delgadas columnas que se abren como palmeras formando bóvedas nervadas en una de las muestras más importante de la arquitectura ojival. Tanto el arco de acceso, como los ventanales góticos cegados de alabastro, como un rosetón superior, muestran espléndidos su tracería trebolada, a cuyo través, la luz del día ilumina el techo del Aula.
Alberga la estancia los sepulcros de Ramón Boil, virrey de Nápoles en el reinado de Alfonso el Magnánimo y el de su padre, Ramón Boil, conocido como el “Gobernador Viejo”, en cuyo recuerdo existe una calle en Valencia. El doble sepulcro está en una de sus paredes, embellecido por un conjunto de pequeñas figuras labradas sobre la piedra, que representan a las “plañideras” propias de los entierros. En el altar de esta sala, tomaron los hábitos los dominicos San Vicente Ferrer y San Luis Beltrán.
La Capilla de los Reyes es la construcción más moderna del antiguo Convento, realizada por deseo expreso de Alfonso el Magnánimo como lugar donde reposarían sus restos junto a los de su esposa María de Castilla. Para su efecto, y a los lados, en sus paredes, se fijaron los marcos destinados a sus cuerpos, hoy convertidos en hornacinas acristaladas donde se guardan vestidos y diferentes objetos litúrgicos.
Sin embargo, los que allí descansan en rico mausoleo marmóreo, situado en el centro de la capilla, son los Marqueses de Zenete, cuyos cuerpos yacentes cincelan el mármol blanco: Rodrigo de Mendoza, simbolizado su afán guerrero con un yelmo a sus pies, y su esposa María de Fonseca, a la que un perro, también allí postrado, refrenda su fidelidad. Bajo el túmulo, una losa anuncia el lugar donde yace la hija de ambos, Doña Mencia de Mendoza -esposa de Don Fernando de Aragón, Virrey de Valencia y Duque de Calabria- a quien Carlos I otorgara el favor de utilizar la capilla como panteón de su familia.
Destaca su techo abovedado sin columnas, ni nervios, ni claves, ni ménsulas que lo sujeten, en un claro desafío a las técnicas más conservadoras. Las pequeñas piedras de sillería se dan su propia consistencia, creando una bóveda tan intrigante como espectacular.
Cercana, se encuentra la Capilla de San Vicente Ferrer, en cuyo presbiterio de rico mármol valenciano aparecen esculpidos en cada uno de sus lados los bustos de Guillem Ferrer y de Constancia Miguel, los padres del dominico. La Capilla es de una sola nave, con cúpula sobre el crucero. Posee un lienzo que representa el Compromiso de Caspe, con la vital influencia que tuvo Vicente Ferrer en la democrática decisión y que tanta importancia iba a tener en el devenir de nuestra historia.
Destaca también el Salón del Trono, antiguo refectorio de planta rectangular, espacioso, lo que refrenda la gran cantidad de monjes allí albergados, con una artística vidriera con el escudo de la España de los Austria.
En el punto de entrada y salida de nuestra visita, en la zona militar anexa al Convento, se encuentra un claustro del siglo XIX en el que se hallaba la estatua ecuestre de Francisco Franco, la situada hasta hace unos años en la plaza que llevaba su nombre y en nuestros días del Ayuntamiento, en la actualidad retirada por un “capricho” de la Ley de la Memoria Histórica.
El Convento de Santo Domingo es una parte muy importante de nuestra historia, nacido en el momento en que Jaime I quiso corresponder a la dedicación de la Orden de los Predicadores y que uno de sus hijos, Domingo de Guzmán, que le dio nuevo nombre, fuera el más firme precursor a que su legado haya llegado hasta nuestros días.
Un bello rincón de Valencia, cultural y arquitectónico, que bien merece ser conocido por todos, desde la primera a la última de sus piedras.
1 comentario:
És una vergonya que un monument tan important per a la història de la nostra terra encara continue en mans dels militars i que continga l'estàtua del "picaor" en un dels seus claustres. Per altra banda m'agrada molt el teu blog, he descobert moltes coses interessants de València. DEW
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