Desde la Plaza del Mercado y ascendiendo por los escalones de la Calle Pere Compte –la que antaño se llamaba “Escalones de la Lonja”, donde se sentaban los vendedores de piedras para mechero- y en lento caminar, se llega plácido a la Plaza del Doctor Collado: “la que está detrás de la Lonja”. Debe su nombre al ilustre catedrático del siglo XVI quien contribuyó con sus estudios al descubrimiento del hueso estribo del oído por el también médico valenciano Pedro Gimeno, ambos contemporáneos.
De gran arraigo fallero y lugar de paso hacia la Catedral, la conveniencia de recrearse en tan recoleto rincón no sólo es necesaria para el caminante ávido de conocer trazos de nuestro pasado, sino recomendable lugar de descanso donde reponer las fuerzas en nuestro devaneo por el casco histórico de la ciudad.
Era el lugar de la Valencia foral donde sentados sobre un asiento de piedra –situado en lo alto de la Lonja del Aceite, cuando la misma existía- purgaban penas los comerciantes expuestos a la vergüenza pública por motivo de sus abusos, cumpliendo la sentencia del Mustasaf: el encargado municipal de la vigilancia de los pesos y medidas en defensa de quienes accedían a la compra diaria por los alrededores del Mercado, el centro comercial de la época.
Mas en la actualidad, sentarse en la plaza es motivo de observancia de lo que la rodea, pese al sabor agridulce de algunos de sus viejos y gastados edificios, cuyas paredes muestran las huellas de su desconchado decimonónico y en las que resisten sus balcones corridos de hierro. Así como el de contemplar las viejas tiendas que ofrecen sus mercancías de siempre. Como la de la Hija de Blas, a la que acude su fiel clientela a la compra de “telas metálicas” ampliamente publicitadas en su fachada y a la búsqueda de otros enseres necesarios para la vida rural, que generosos, se muestran sobre la pared a pie de la plaza. Junto a ella, la actual numismática “La lonja”, otra antigua tienda de relojería con su viejo reloj sobre el dintel, parado a las cuatro y media no sé de qué año.
Plaza de entrañables comercios destacan entre ellos la Horchatería la Lonja, que también ofrece sus granizados de cebada y de limón; y el Bar el Kiosco, antaño situado sobre la calzada de la misma plaza. Así como otros que ya cerraron sus puertas, pero que sus vestigios anunciadores allí permanecen.
Destaca en la plaza, arrinconado como un garabato natural y seña de identidad, un viejo olivo de grueso y retorcido tronco -en señal de la antigua Lonja del Aceite y que a su derribo abrió la plaza- que da realce y aprecio al Café Lisboa: el coqueto y bohemio lugar de encuentros en el que se mezclan las gentes de indumentarias “progre” como su habitual punto de reunión, con las que allí acuden para el relajo de un grato momento presenciando un entorno peculiar.
La Lonja de la Seda, al otro extremo, muestra sus figurantes gárgolas, y se ofrece escondiendo una amplia ventana gótica de tres arquivoltas cegada de cristalera traslúcida en su callejón contiguo En la esquina frontal, el escudo de Valencia ennoblece más si cabe a la obra maestra del gótico valenciano, cuyo destello da vida a todo el entorno de tan querida plaza.
Os recomiendo la grata visita a este café cuando en la última hora de la tarde se encuentra con la del anochecer en un día de límpido cielo, cuando su azul se amorata y los reflejos de las farolas de hierro fundido iluminan la plaza. Observándola con atención, sentado bajo el olivo cuya bóveda cobija los murmullos de los que allí se concentran. En lo alto y al frente, las almenas reales pespuntean triunfantes, y el sabor de lo antiguo se mezcla con la modernidad cuyo divorcio nadie desea.
En la puerta de Templo de Erecteión de la Acrópolis ateniense, se perpetúa un olivo en honor de Atenea, la diosa que lo hizo surgir de la tierra con un golpe de su lanza. Su significado de paz me viene a la memoria, como consecuencia de la tranquilidad y sosiego que se adueña de la plaza.
La del Doctor Collado, cuyo rincón os recomiendo visitar y gozar de su estancia aunque sea en la brevedad necesaria para tomar un café, pero sin olvidaros de pasar a su interior, tan agradable como sorprendente: donde el diseño de lo antiguo se resiste a envejecer, vigorizado por los efluvios del espíritu de juventud, reinante en las gentes que allí acuden.
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