No es un rincón de enamorados, ávidos del árbol frondoso, ni tampoco el de las furtivas miradas, faros humanos de cualquier terraza anclados en nuestras calles, tal es la tranquilad y vacío humano que entre sus callejas se aloja. Ni es tampoco el del paso obligado camino de mercados, ni al centro neurálgico, corazón de la ciudad. Acaso el de un atajo al distraído caminante que en su deambular quiere conocer con mayor detalle descubriendo caminos, que, por olvidados, sólo los visitamos de vez en cuando, aunque sea sólo por curiosidad, como el mejor de los distraimientos.
Es un rincón de la Valencia antigua y calvero de una retícula de estrechas calles, un punto de encuentro de barrios ancestrales: del cultural de la Seo con el bohemio del Carmen, uniendo sus casas nobles al del comercial Mercado.
Pasear por éste rincón nos traslada a la “Valencia de blanco y negro”, por ser frecuente en él el silencio que se esconde ante la escasez de coches en sus calles; rincón más propio de la placidez decimonónica, que del bullicio de una ciudad que hierve por el clamor de quienes nos visitan, que, sin embargo, están muy próximos al mismo.
La Iglesia de San Nicolás decora a este rincón y da nombre a su plaza, a la vez que lo enriquece; tanto a la luz del día con el esplendor de su planta alargada, como por las excelencias pictóricas de su interior, donde las cristaleras góticas lucen sobre el barroco de sus continuas capillas. Primero mezquita y transformada después en uno de los primeros templos cristianos de nuestra ciudad tras su reconquista, luce espléndida su alta torre campanario después de una reciente restauración. En su pared a la plaza, y cercano a la puerta principal, se escenifica un bello mosaico fruto de la cerámica manisera, que anuncia la profecía papal que hiciera Vicente Ferrer a Alfonso de Borja –quien a la postre fue rector de la misma Parroquia- y que al cumplirse su vaticinio pocos años más tarde, ya como papa Calixto III, el Borja valenciano, y en su respuesta y seguro que en su agradecimiento, canonizó a San Vicente desde su silla vaticana. Panel cerámico que por su curiosidad bien se merece una foto, después de su contemplación.
Todo el entorno de la plaza reúne el sabor histórico de sus viejas casas restauradas con gusto, entre las que destaca la parte trasera de un palacio con balconadas de hierro y ventanales cerrados con frescos clásicos que adornan y recrean sus lados.
Es de especial importancia resaltar la tradicional costumbre popular de los “lunes de San Nicolás”, a los que son de visita acostumbrada durante todo el año sus muchos creyentes, fieles a las “caminatas del santo”. A las que con fervor religioso acuden para pedirle salud para sí, como también para los suyos, o por cualquier otra necesidad, repitiendo en estos casos el viaje por tres lunes seguidos.
Os recomiendo pues un ligero desvío en vuestro caminar por el corazón de la ciudad y a unos pocos pasos. Allí se detiene el tiempo y la mirada al pasado es inevitable, paseando por sus recoletas plazas con el especial encanto de sus nombres, protocolos vivientes de un pasado muy antiguo y de claro significado
1 comentario:
Hola!!!!! He entrado a tu blog por un correo que me envías, haciendo una consulta sobre blogger y unas fotos perdidas.
Lamento no poder ayudarte pero me alegra haber conocido tu espacio. Te he linkeado. Muy buen trabajo!!!!!
Un saludo
flor
Publicar un comentario