viernes, 31 de octubre de 2014

EL RINCÓN DE PARCENT

Lo que estaba llamado a ser, se quedó en un sueño.

Pudo ser uno de los más bellos espacios de Valencia sobre un amplio jardín, flanqueado por la cúpula de las Escuelas Pías, maridada con su campanario, y al otro frente el propio de los Santos Juanes, con la “O” de Sant Joan abajo y la cúpula del Mercado Central con su “cotorra del mercat”, indicando el azul de cielo valenciano: el Jardín de Parcent.

Pero un edificio que fue sede del Banco Santander, convirtió el sueño en un imposible.

Todo un conjunto de gran valor histórico, arquitectónico y monumental, en una zona donde la industria de la seda había alcanzado siglos de esplendor.

Lugar histórico por el antiguo palacio, el de mayor superficie de la ciudad, con sus dos claustros, construido en el siglo XIX, fue residencia de José Bonaparte en su visita a la ciudad durante su corto reinado. Su final como palacio vino cantado, pues con sus múltiples usos fue degradándose hasta su derribo.

La familia Parcent, procedente de Italia, fue una de las más ricas de la ciudad por su dedicación a la industria de la seda, pero con la crisis en el sector de la segunda parte del siglo XIX, resultó muy afectada por una pérdida patrimonial que la llevó a la ruina.

Pero pese a lo que pudo haber sido en su conversión como jardín, sin embargo, no por ello está exento de belleza.

Nuestro rincón está cerrado por una verja de escasa altura sujeta a pilares de piedra. Dispone de tres pasos laterales, y una puerta principal, recayente a la calle Santa Teresa, que no es otra que la que estaba emplazada en la calle Juan de Villarrasa, como único recuerdo arquitectónico del que fue Palacio de Parcent.

El interior del jardín es de trazado simétrico, cubierto por hiedras que extienden sus brazos para recrear un delicioso "rincón" del barrio "dels Velluters", logrando un conjunto tan armónico como sencillo y bello, alegrado por sus diminutas flores que captan la visión del caminante cuando se aproxima a su solaz.

Cuatro fuentes de surtidores y en círculo, situadas en las esquinas del jardín, salpican unas figuras mitológicas, labradas en piedra, que ocupan el centro de cada uno de los estanques cercados por verjas de hierro.

En su pretensión, forman cuatro umbráculos protegidos por arcadas metálicas por donde trepan las hiedras. Los bancos y el murmullo de las aguas en su constante chapoteo, visten y dan vida a los cuatro receptáculos que invitan a la intimidad, bajo unas pechinas dispuestas para crear un anillo del que imaginar se puede, nace una bóveda vegetal.

En el centro del jardín, un lugar de juegos para niños cumple la misión, cual rincón de recreo, limitado por unas columnas de ladrillo en pasillo circular, que a su vez sustentan unas vigas de piedra que encofran la zona.

La cúpula con su linterna de las Escuelas Pías y campanario anexo, que las dificultades económicas le privaron de la habitual mayor altura, irrumpe en su colosal volumen sobre un lienzo de lustrosas casas con vivos colores de la calle Santa Teresa, en una perfecta solución urbanística fiel a su pasado, y en el que como singular anécdota se encuentra el callejón del Colomer, cerrado al final de su corto recorrido con una puerta de hierro que comunica con el patio de recreo de las Escuelas Pías, donde está situada la que fuera puerta principal del colegio arcediano.

“Rincón” el mío de gran belleza, que junto a la paz que transmite sentado en uno de su bancos, escondido en la hiedra y ante la música de los surtidores, con el recuerdo del condal palacio y de mis años escolares, hacen que este mi rincón resulte entrañable.

En mi interés por su recomendación, les sugiero su visita, en una zona donde la fascinación por otros próximos de “mis rincones” no les será en vano.

 
 

jueves, 31 de julio de 2014

EL VESTÍBULO DE LA ESTACION DEL NORTE

Estacion Norte
El viajero que llega a la ciudad del Turia por la Estación del Norte, sita en la calle de Játiva, quien ha dejado atrás en su viaje los campos de naranjos de los que desde su ventanilla apenas ha podido gozar de los dorados frutos, tanto en cuanto que con la misma velocidad que los adivinaba desaparecían de sus ojos, quizás ignore que cuando pie a tierra camine por el andén modernista hacia la salida, muy pronto y a escasos pasos, los va a tener a su alcance, pero en esta ocasión remarcados en las pilastras de un frontal en el que prima el verde y el naranja de la huerta, donde desde su torre central y en su parte baja, dos mujeres vestidas de valencianas, incrustadas en artesanal “trencadís” le darán la bienvenida por su llegada al “cap i casal” del Reino, ya en el centro de la ciudad con el coso taurino a su izquierda en el muy emblemático conjunto que tanto se muestra en la postal viajera.

Pero antes, tendrá ocasión de disfrutar de un “bello rincón”: el coqueto y pródigo en arte, vestíbulo ferroviario que con alto zócalo de madera, con su cenefa de cerámica en flores que sirve para ofrecer en muy diferentes idiomas el “buen viaje” al viajero, y en sintonía ornamental con las taquillas en las que la madera, el cristal  y la cerámica  incrustada por doquier, armoniza con el típico techo valenciano con vigas de madera propio de la casas de campo, soportado por dos columnas a juego en las que se ciñen en su fuste unos plafones que darán luz y brillo al abundante y reluciente “trencadís” que viste las paredes de tan acicalado rincón.

Y en un lateral, lo que fue antiguo restaurante que en la actualidad luce como sala de exposiciones, y que con gran deleite para el visitante, destaca por su bellísima y resplandeciente cerámica como genuina muestra de la riqueza de la huerta, en la que se entremezclan la mujer valenciana con la torre catedralicia del Miguelete y el lago de la Albufera, en armónica representación que no es otra más que la ancestral Valencia huertana ornamentada con guirnaldas de cerámica, plafones de su industria artesanal, más la nostálgica barraca con el pato de sus aguas junto a las palmeras, siempre en puro simbolismo valenciano donde la luz, el agua y las flores nos indican dónde estamos y a dónde hemos llegado: a la ciudad en flores, con su color y con sus frutales.
El vestíbulo ferroviario es un fascinante rincón creado en 1917 con la inauguración de la Estación del Norte –en cuyo año tuvo lugar la exposición de la primera Feria Muestrario Internacional de la ciudad- construida de acuerdo con las directrices de Demetrio Ribes en una de las recreaciones más importante del estilo modernista que venía imperando con el cambio de siglo, con un derroche sin igual de belleza, donde el cristal, el hierro y las marquesinas, dejan la impronta de la mano del arquitecto valenciano, quien prestaba sus servicios contratado por la propia Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España desde comienzos del siglo –autor igualmente de los diseños para la construcción de otras estaciones ferroviarias de la geografía española- cuyo representativa estrella de cinco puntas se remarca en la fachada con el águila viajera en lo alto oteando la ciudad.

Viajero o no, la ocasión para el deleite sentado en los circulares bancos ceñidos a sus dos citadas columnas del vestíbulo de la estación, como auténtico recibidor de quienes desde lo lejano o de la cercanía visitan la ciudad, es innegociable, y bien vale la pena acudir a su encuentro, henchido por la satisfacción de saber que semejante “rincón” es el más fascinante umbral a una ciudad que recoge con cariño a quienes lo cruzan.