viernes, 31 de octubre de 2014

EL RINCÓN DE PARCENT

Lo que estaba llamado a ser, se quedó en un sueño.

Pudo ser uno de los más bellos espacios de Valencia sobre un amplio jardín, flanqueado por la cúpula de las Escuelas Pías, maridada con su campanario, y al otro frente el propio de los Santos Juanes, con la “O” de Sant Joan abajo y la cúpula del Mercado Central con su “cotorra del mercat”, indicando el azul de cielo valenciano: el Jardín de Parcent.

Pero un edificio que fue sede del Banco Santander, convirtió el sueño en un imposible.

Todo un conjunto de gran valor histórico, arquitectónico y monumental, en una zona donde la industria de la seda había alcanzado siglos de esplendor.

Lugar histórico por el antiguo palacio, el de mayor superficie de la ciudad, con sus dos claustros, construido en el siglo XIX, fue residencia de José Bonaparte en su visita a la ciudad durante su corto reinado. Su final como palacio vino cantado, pues con sus múltiples usos fue degradándose hasta su derribo.

La familia Parcent, procedente de Italia, fue una de las más ricas de la ciudad por su dedicación a la industria de la seda, pero con la crisis en el sector de la segunda parte del siglo XIX, resultó muy afectada por una pérdida patrimonial que la llevó a la ruina.

Pero pese a lo que pudo haber sido en su conversión como jardín, sin embargo, no por ello está exento de belleza.

Nuestro rincón está cerrado por una verja de escasa altura sujeta a pilares de piedra. Dispone de tres pasos laterales, y una puerta principal, recayente a la calle Santa Teresa, que no es otra que la que estaba emplazada en la calle Juan de Villarrasa, como único recuerdo arquitectónico del que fue Palacio de Parcent.

El interior del jardín es de trazado simétrico, cubierto por hiedras que extienden sus brazos para recrear un delicioso "rincón" del barrio "dels Velluters", logrando un conjunto tan armónico como sencillo y bello, alegrado por sus diminutas flores que captan la visión del caminante cuando se aproxima a su solaz.

Cuatro fuentes de surtidores y en círculo, situadas en las esquinas del jardín, salpican unas figuras mitológicas, labradas en piedra, que ocupan el centro de cada uno de los estanques cercados por verjas de hierro.

En su pretensión, forman cuatro umbráculos protegidos por arcadas metálicas por donde trepan las hiedras. Los bancos y el murmullo de las aguas en su constante chapoteo, visten y dan vida a los cuatro receptáculos que invitan a la intimidad, bajo unas pechinas dispuestas para crear un anillo del que imaginar se puede, nace una bóveda vegetal.

En el centro del jardín, un lugar de juegos para niños cumple la misión, cual rincón de recreo, limitado por unas columnas de ladrillo en pasillo circular, que a su vez sustentan unas vigas de piedra que encofran la zona.

La cúpula con su linterna de las Escuelas Pías y campanario anexo, que las dificultades económicas le privaron de la habitual mayor altura, irrumpe en su colosal volumen sobre un lienzo de lustrosas casas con vivos colores de la calle Santa Teresa, en una perfecta solución urbanística fiel a su pasado, y en el que como singular anécdota se encuentra el callejón del Colomer, cerrado al final de su corto recorrido con una puerta de hierro que comunica con el patio de recreo de las Escuelas Pías, donde está situada la que fuera puerta principal del colegio arcediano.

“Rincón” el mío de gran belleza, que junto a la paz que transmite sentado en uno de su bancos, escondido en la hiedra y ante la música de los surtidores, con el recuerdo del condal palacio y de mis años escolares, hacen que este mi rincón resulte entrañable.

En mi interés por su recomendación, les sugiero su visita, en una zona donde la fascinación por otros próximos de “mis rincones” no les será en vano.

 
 

jueves, 31 de julio de 2014

EL VESTÍBULO DE LA ESTACION DEL NORTE

Estacion Norte
El viajero que llega a la ciudad del Turia por la Estación del Norte, sita en la calle de Játiva, quien ha dejado atrás en su viaje los campos de naranjos de los que desde su ventanilla apenas ha podido gozar de los dorados frutos, tanto en cuanto que con la misma velocidad que los adivinaba desaparecían de sus ojos, quizás ignore que cuando pie a tierra camine por el andén modernista hacia la salida, muy pronto y a escasos pasos, los va a tener a su alcance, pero en esta ocasión remarcados en las pilastras de un frontal en el que prima el verde y el naranja de la huerta, donde desde su torre central y en su parte baja, dos mujeres vestidas de valencianas, incrustadas en artesanal “trencadís” le darán la bienvenida por su llegada al “cap i casal” del Reino, ya en el centro de la ciudad con el coso taurino a su izquierda en el muy emblemático conjunto que tanto se muestra en la postal viajera.

Pero antes, tendrá ocasión de disfrutar de un “bello rincón”: el coqueto y pródigo en arte, vestíbulo ferroviario que con alto zócalo de madera, con su cenefa de cerámica en flores que sirve para ofrecer en muy diferentes idiomas el “buen viaje” al viajero, y en sintonía ornamental con las taquillas en las que la madera, el cristal  y la cerámica  incrustada por doquier, armoniza con el típico techo valenciano con vigas de madera propio de la casas de campo, soportado por dos columnas a juego en las que se ciñen en su fuste unos plafones que darán luz y brillo al abundante y reluciente “trencadís” que viste las paredes de tan acicalado rincón.

Y en un lateral, lo que fue antiguo restaurante que en la actualidad luce como sala de exposiciones, y que con gran deleite para el visitante, destaca por su bellísima y resplandeciente cerámica como genuina muestra de la riqueza de la huerta, en la que se entremezclan la mujer valenciana con la torre catedralicia del Miguelete y el lago de la Albufera, en armónica representación que no es otra más que la ancestral Valencia huertana ornamentada con guirnaldas de cerámica, plafones de su industria artesanal, más la nostálgica barraca con el pato de sus aguas junto a las palmeras, siempre en puro simbolismo valenciano donde la luz, el agua y las flores nos indican dónde estamos y a dónde hemos llegado: a la ciudad en flores, con su color y con sus frutales.
El vestíbulo ferroviario es un fascinante rincón creado en 1917 con la inauguración de la Estación del Norte –en cuyo año tuvo lugar la exposición de la primera Feria Muestrario Internacional de la ciudad- construida de acuerdo con las directrices de Demetrio Ribes en una de las recreaciones más importante del estilo modernista que venía imperando con el cambio de siglo, con un derroche sin igual de belleza, donde el cristal, el hierro y las marquesinas, dejan la impronta de la mano del arquitecto valenciano, quien prestaba sus servicios contratado por la propia Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España desde comienzos del siglo –autor igualmente de los diseños para la construcción de otras estaciones ferroviarias de la geografía española- cuyo representativa estrella de cinco puntas se remarca en la fachada con el águila viajera en lo alto oteando la ciudad.

Viajero o no, la ocasión para el deleite sentado en los circulares bancos ceñidos a sus dos citadas columnas del vestíbulo de la estación, como auténtico recibidor de quienes desde lo lejano o de la cercanía visitan la ciudad, es innegociable, y bien vale la pena acudir a su encuentro, henchido por la satisfacción de saber que semejante “rincón” es el más fascinante umbral a una ciudad que recoge con cariño a quienes lo cruzan.



lunes, 6 de mayo de 2013

UN RINCÓN: EL DEL MUSEO ARTESANAL DEL CARMEN.

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Si la naranja es el fruto más representativo de la rica huerta valenciana, a la sazón el más universal, en su sano zumo se encuentra la más pura esencia que brota de su interior.

Y la naranja es a nuestros ricos campos, como para la ciudad de Valencia representa su más castizo barrio. El que situado en parte intramuros de la que fue muralla musulmana, también fue extendiéndose fuera de ella a través de sus arrabales: el del Carmen.

Y de esta guisa, en él se encuentra el más genuino “rincón” de aquella Valencia artesana y menestral, que si bien sus tradiciones han pasado a las viejas páginas de nuestra historia, aún queda un pequeño lugar que rezuma en su fascinación la más pura esencia de lo que fue. El recorrido por su interior y para quien lo disfruta, facilita el privilegio de saborear la autenticidad de lo que en su día representó para nuestra ciudad el Carmen, como el mejor de su zumo, el de su esencia.

Bajo la batuta del más autorizado y desprendido hijo del barrio, de Rafael Solaz, en primaveral mañana, un buen grupo de amigos de la “Asociación Cultural VALANTIGA, Valencia Antigua” hemos recorrido una parte de sus calles fijando nuestra atención en aquellos enclaves de especial relevancia, donde nuestro cicerone, de forma pulcra y puntual, nos ha enriquecido en sus detalles.

- Si es posible, tendremos una sorpresa final – nos anunció como la mejor guinda al pastel que estábamos saboreando.

Y vaya que lo fue. Visitamos un inesperado “rincón” que, de los presentes, sólo él conocía.

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Y se corresponde con el “rincón”, Museo Artesanal del Carmen, propiedad de José Luis March Ramos, emplazado en el lugar que en tiempos pretéritos fue la “Antigua Escola de la Valldigna”, y que gracias a la gentileza de su dueño cruzamos su umbral en espléndido regalo.

Y avanzando por él, el asombro, la fascinación, la complacencia y el gozo fueron los sentimientos que iban incorporándose en nuestro interior desde el primer momento. Y más, si cabe, al saber que estábamos situados a palmo y medio de unos restos de la muralla árabe, cuyo hechizo estaba presente.

Resulta difícil de enumerar la clase de instrumentos que se mostraron ante nuestros ojos, pero baste decir que allí estaban expuestos todos los artilugios utilizados en los desparecidos talleres del Barrio del Carmen en sus funciones artesanales, al igual que los productos que de las manos de los maestros y oficiales nacían. Desde el más sencillo buril, a la más insospechada maquinaria que por la acción de cuerdas y poleas, bajo programas de papeles perforados, tejían bellas urdimbres para lucirlas en “les festes de carrer” que con frecuencia se celebraban.

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Y allí hemos visto todo tipo de utensilios: fraguas, tornos, motores, diminutos hornos a gas -medianos y grandes- sillas de marquetería, ménsulas y estucos, yunques, alfarerías, bronces, mil y un instrumentos varios, cuyo nombre y uso, el autor de estas líneas desconoce, así como imágenes, sagrarios, etc. en un conjunto, en suma, de la mejor muestra del trabajo artesanal que hubo un tiempo en el entrañable Barrio del Carmen donde laboraban sus hijos.

Y allí se ofrecen, en tan fascinante ”rincón”, la Casa Taller March, que en opinión de quienes hemos asistido, bien se merece sea tratado como el “Museo Artesanal del Carmen”.

Sito en la calle Mare Vella, por donde corría hace diez siglos la “Céquia Mare” y que tras la Reconquista, en su cercanía se instaló la Casa Procura del Monasterio de la Valldigna.

El “suc” de la naranja, la esencia del Carmen.

 

Reportaje gráfico de Vicente Ramón Quiles y Paco Gascó.

martes, 29 de enero de 2013

EL JARDINCILLO DE SAN AGUSTÍN

58 el jardincillo de san agustin

Si para Dios lo que es de Dios y para el Cesar lo que es del Cesar, tenemos en “el jardincillo de San Agustín” el punto exacto que separa a la Hacienda Pública, lugar donde se recaudan los impuestos estatales, de la Iglesia que le da nombre, lugar al que acuden los fieles a la entrega de sus plegarias.

Rincón cerrado por una pequeña cerca de hierro y abierto a la ronda que en su primer anillo circula la ciudad como fruto del derribo de la muralla cristiana que desde el siglo XIV y hasta XIX fue de utilidad para su defensa. Pequeño y recogido rincón y a la vez frondoso, que con su verde retazo pincela de gracia el inicio de la calle Guillem de Castro: uno de los varios nombres que toma círculo que da límite al centro histórico de la ciudad.

Rincón el nuestro, donde a principios del siglo XIV se construyó un convento agustino que perduró hasta la desamortización de Mendizábal, en el XIX y convertido en penal desde entonces hasta su derribo en 1904. Años después ocupó su solar el Mercado de Abastos, hasta que uno nuevo y con la suficiente amplitud fuera inaugurado en el año 1948 en la zona de Arrancapins, en la actualidad Centro Deportivo y Cultural.

Tras el derribo del viejo convento permaneció su Iglesia, la de San Agustín, que se ha visto sometida a numerosas remodelaciones en la segunda mitad del pasado siglo. Hoy luce esquinera a la Plaza de su nombre y a la ronda popularmente conocida como de “circunvalación”, por donde transcurre el “cinco”.

Al igual que por donde lo hiciera la antigua muralla cristiana en cuyo punto aledaño a nuestro rincón estaba situado uno de los cuatro “portals grands” de la ciudad: la Puerta de San Vicente, por donde entraban en nuestra ciudad quienes a ella llegaban procedentes del centro de la península por aquellos caminos que dieron ocasión en su proximidad a la ciudad a la formación de la popular calle “Camino Real de Madrid”, la siempre dicha “más larga de la ciudad”.

Puerta la de San Vicente que con sus tres vanos, lo fue de gran belleza en su última remodelación, sobre los que figuraban las imágenes de San Vicente Ferrer y de San Vicente Mártir, patronos de la Comunidad y de la Ciudad, respectivamente. Con la curiosa particularidad de que el dominico fijaba su atención al exterior de la ciudad, y los ojos del Mártir, el de la “roqueta”, lo hacían al interior. En la actualidad ambas imágenes se pueden contemplar en la Plaza de Tetuán la primera, por la proximidad del Convento de Santo Domingo a cuya orden dominica pertenecía, y en la calle de la Ermita la del mártir cristiano, en el mismo lugar donde según la tradición fueron abandonados sus despojos, ante la Parroquia de su nombre.

Rincón pues, el del “jardincillo de San Agustín” de gran remembranza histórica en cuyo interior el visitante tiene ocasión para fijar en su mente cómo fue una parte de nuestra ciudad que nada tiene que ver con la actual, pero que nos sirve al mismo tiempo para imaginar su importancia como un punto de entrada y salida, y lo es al mismo tiempo de utilidad para un pequeño descanso flanqueado por dos poderes que simbolizan uno lo humano, el otro lo divino.

Unos bancos de piedra con respaldo de artesanal hierro, próximos a una fuente de agua ante el busto sobre pedestal de Marçal de Sax, figuran en su parte central. Pequeño monumento dedicado al que fuera pintor del siglo XV y autor de varias tablas de nuestra Catedral y al mismo tiempo fundador de una escuela de pintura en Valencia.

Cuando os dirijáis a uno u otro sitio, cruzad su pequeña entrada y fijad la mirada en las heridas de sus paredes, puntos de encuentro con el antiguo convento agustino cuya existencia fue de seis siglos.

viernes, 30 de noviembre de 2012

UN “RINCÓN” RENACENTISTA: EL DE LOS “ÁNGELES MÚSICO DE LA CATEDRAL.

40 - Un rincon renacentista los angeles renacentistas

Cuando en 1472 Rodrigo Borja llega a Castilla para acreditar mediante una bula papal el matrimonio celebrado entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en su viaje, el legado del Papa no vino solo. Llegó acompañado de los pintores italianos Paolo di San Leocadio y Francesco Pagano, a quienes como no podía ser de otra manera les invitó a presenciar la Catedral de Valencia.

Ante el Altar Mayor les mostró y los recreó en su bóveda, invitándoles a que dejaran en ella la huella del “renacimiento italiano”. Y la crearon en la representación de unos ángeles “musicando” en el cielo, siendo a la sazón el punto de entrada en la España peninsular de un movimiento cultural que entre otras de sus manifestaciones lo hacia igualmente en la pintura.

Y de tal guisa, aquel tan digno “rincón” abovedado y con la pintura de unos ángeles renacentistas, adquirió un nuevo y celestial esplendor. Sin embargo y por imperativo de la llegada del barroco en el XVII, fueron tapiados durante cuatro siglos. Y así han permanecido, ocultos e ignorados, hasta que hace unos pocos años, en el 2004, a sabiendas de su existencia por los investigadores del arte renacentista y gracias a los adelantos tecnológicos, ha sido posible ante gran alborozo y satisfacción profesional el conocimiento de su muy buen estado de conservación, por lo que decidieron hacerlos visibles para que tras su necesaria restauración, quedara a la vista no sólo el esplendor de sus figuras, sino también los instrumentos musicales que portaban en sus manos, cuales ángeles músicos que como tales se representan.

Fascinante “rincón” de cuyo anecdotario nos habló en ocasión de nuestra visita Dña. Carmen Pérez, Directora del Instituto de Conservación y Restauración de la Generalitat Valenciana, de prestigio reconocido, lo que contribuyó a que desde su inicio, el privilegio de caminar por el terrado catedralicio se iniciara con el mejor de los presagios.

Pero de lo que en especial quiero hablarles, que lo dicho ya lo es, es que tras superar una escalera en espiral que arranca de una capilla en la girola, y con la subida al tejado de la Seo y ya en su cima, la primera vista de la ciudad y en primer grado su centro histórico, nos produjo tal sensación, tal mezcla de asombro y de superior fascinación, que al vernos entre pináculos, con el “Micalet” cercano, la Basílica a escasa distancia, el Cimborrio a nuestro lado y ante nuestros ojos una parte del centro histórico de la ciudad, ante tanto hechizo, el alma del visitante estalla en gozo, se adueña de su ser y tras un pequeño resuello y a través de su mirada, capta todo el embrujo que se le ofrece, caminando por tan sagrada alfombra, cual lo es, el terrado de nuestra sede catedralicia.

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Y si todo ello nos sobrecogió, más lo hizo penetrar por una pequeñísima puerta en el suelo, a pie del Cimborrio, que en angosta bajada nos situó ante los mismos ángeles renacentistas, extasiados por su cercanía y henchidos del magnetismo que tan sacrosanto “rincón” ofrece.
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Un “rincón” no apto para el sosiego físico del cuerpo, pero sí y con mucho para el deleite personal que cada uno de los agraciados y allí presentes, disfrutamos envueltos en un halo de entusiasmo, sea cristiano, sea cultural, en definitiva lo sea en lo personal.

Aquel esplendor renacentista del “quatrocento” lejano en los siglos, se ofrece a los ojos del visitante sito en lo alto del altar mayor que en ese momento se considera como un humilde privilegiado, apiñado entre vetustas maderas, anudado a su movimiento, chico ante celestiales ángeles, pero feliz al observarlos con todo detalle desde tan predilecta posición.

Les recomiendo especialmente la visita a este “rincón” donde disfrutarán de la cercanía de “los ángeles músicos de la Catedral de Valencia”. Los mismos, que en su día, fueron la seña de entrada en España del Renacimiento italiano.

jueves, 1 de noviembre de 2012

EL MUSEO DEL SILENCIO: UN RINCÓN SAGRADO EN MI CIUDAD

58 - EL museo del silencio
Estamos ante el “rincón” donde reposan nuestros antepasados; el que por su costumbre cristiana recibe el nombre de camposanto y que por el respeto y genial destreza con que se ha ido configurando en el tiempo, por derecho propio, se merece la consideración de Museo del Silencio.

Quién mejor para glosarlo que la persona de Rafael Solaz. Pues a ello se dedica con entusiasmado cariño con la única pretensión de desvelar ante la opinión publica la riqueza arquitectónica que en el mismo se anida, así como las diversas semblanzas que pasan desapercibidas al visitante que camina apacible hacia el lugar donde permanecen sus seres más queridos.

Desde la más humilde lápida en el suelo hasta en el más suntuoso de los panteones familiares, siempre existe en ellos el mismo común denominador, el del respeto. Y junto a éste y su sencillez, la grandiosidad que albergan sus labradas piedras y en la que el bibliógrafo hace hincapié.

Rincones de Valencia agradece a Rafael Solaz su gentileza a prestarme tan valiosa colaboración, rubricada en un “lo que haga falta” cuando le sugerí su participación para mostrar al interesado el “rincón” que más nostalgias despierta de “mi ciudad”, vestido siempre desde el cariño y con la devoción del recuerdo.

MUSEO DEL SILENCIO
Arte e historia en el Cementerio General de Valencia
Rafael Solaz *

El origen de los monumentos arquitectónicos y escultóricos en los cementerios contemporáneos parte de la vanidad de una sociedad aristocrática y burguesa que pretende demostrar su poderío económico y social, haciendo que estas construcciones sobrevivan a la propia vida y, a la vez, se conviertan en espacios para la memoria de los fallecidos.
 
En el Cementerio General de Valencia se halla un auténtico museo de historia y arte. Este camposanto fue construido entre 1805 y 1807 pero sería a mediados del siglo XIX cuando aparecen los primeros panteones que confieren al lugar una imagen impregnada de romanticismo funerario. A partir de entonces una nueva ciudad se iría construyendo y paulatinamente surgieron varios estilos que marcaron la época y la moda arquitectónica: clasicismo, eclecticismo, historicismo, modernismo o movimientos racionalistas, todo rodeado de una frondosa vegetación, con especies mediterráneas, lo que permite apreciar una imagen pintoresca, romántica, a la vez que enigmática. En las primeras secciones, las más antiguas, es donde se concentra la mayor parte de las obras de interés. Coinciden con el área del primitivo camposanto tantas veces ampliado.
 
Las tumbas más importantes –y demandadas- son las del pintor Sorolla, la del novelista Blasco Ibáñez, la del torero Granero, la de Nino Bravo y, en general, aquellas que sobresalen por su calidad artística y convierte el cementerio en un auténtico museo.

La participación de los escultores valencianos fue total. Mariano Benlliure, Ricardo Boix, Luis Bolinches, Capuz, Castelló Mollar, Gabino, Francisco Paredes, Vicente Navarro, Silvestre de Edeta, Ramón de Soto, entre otros. También los arquitectos fueron protagonistas, comenzando con los creadores del cementerio: Cristóbal Sales y Manuel Blasco, seguidos de otros como Francisco Almenar, Joaquín Mª Arnau, Joaquín Belda, Manuel Peris, Gerardo Roig, Vicente Sancho, Enrique Samper… con especial atención a José Manuel Cortina y Antonio Martorell, autores de espléndidos panteones.
 
La simbología adquiere un elemento protagonista importante. Las coronas de las flores “siemprevivas”, aquellas que aunque secas mantienen su lozanía (el recuerdo perdura), las lámparas votivas con su llama encendida hacia el cielo (el alma), las aves nocturnas como el búho o el murciélago, representando la noche (la muerte), la flor de la adormidera (el ser que duerme), las letras alfa y omega (principio y fin de la vida), se unen a elementos masónicos u otros de difícil interpretación simbólica.

En el cementerio se halla representada parte de la historia de la ciudad. Los dos siglos de existencia hacen que allí se encuentren todo un elenco de personajes ilustres. Unos inhumados en ricos panteones, otros, por el contrario, descansan en humildes moradas, caso del nicho de Vicente Blasco Ibáñez o el féretro de Joaquín Sorolla. Vale la pena visitar el Cementerio General con otra mirada, la que la sensibilidad de cada uno permita ver una gran exposición al aire libre de arquitectura, escultura, historia y biografías.
 
Museo del Silencio, donde el oro se convierte en ceniza, los nombres desconocidos se remarcan y la guadaña, convertida en símbolo, recuerda la esencial igualdad.
 
• Bibliófilo, escritor y creador del Museo del Silencio, rutas guiadas por el Cementerio General.

lunes, 29 de agosto de 2011

PLAZA SANTA CRUZ

10 - la plaza Santa Cruz Los “rincones de nuestro centro histórico”, aparte su pintoresca singularidad, ganan su merecimiento por sus diferentes aportaciones que desde el momento de su creación se han ido sumando en la configuración de la ciudad.

Desde la majestuosidad de un palacio de antiguo abolengo al sencillo brocal en el centro de una recoleta plaza, o las balconadas artesonadas que llaman la atención del viajero, así como el banco de piedra bajo la sombra de una centenaria arboleda que le relaja, y demás ocasiones que procuran el disfrute a quienes en su callejeo buscan su encuentro, el común denominador de todos ellos es el de haber sido testigos de un pasado que satisface la curiosidad del interesado caminante, tanto en cuanto que por las peculiaridades que cada uno atesora, han acrisolado al “Cap i casal del Regne”, enriqueciendo su historia.

El Barrio del Carmen, arrabal de la Valencia musulmana, alberga cercano a la plaza de su nombre uno de los focos culturales más representativos tras la Reconquista de Jaime I. El primer de los quehaceres del “Conqueridor” fue el de dotar la ciudad de los necesarios lugares para el establecimiento de las ordenes religiosas que le acompañaron, así como la construcción de las parroquias que impartieran el culto cristiano en su nuevo dominio.

Es el caso de la Parroquia de la Santa Cruz, una de las catorce existentes en su época foral y que a su derribo por las acciones desamortizadoras del XIX, su culto se trasladó a la próxima Iglesia del Carmen, y con el mismo, su advocación.

El famoso pintor Joan de Joanes, hijo del barrio, cuya figura de piedra permanece en un monumento en la Plaza del Carmen, fue enterrado en la vieja parroquia. En la actualidad sus restos descansan en la Capilla de los Reyes del Convento de Santo Domingo, previo paso por la Iglesia del Carmen tras el derribo que posibilitó la plaza que en recuerdo de la vieja parroquia lleva su nombre, y cuya singularidad principal era la que en ella se albergaba desde 1314, año en el que fue fundada, la “Cofradía de los Ciegos”.

Institución de carácter gremial que se dedicaba a la atención de los ciegos ofreciéndoles sus enseñanzas e instándoles a la oración, por lo que alcanzó gran fama; siendo lugar de acogida de quienes necesitaban de sus cuidados y que por su mayor demanda y exigencia de espacio, pocos años después, tuvo que trasladarse a la cercana y actual calle Museo que en tiempos antiguos fue conocida como la de la “Cofraría dels Cegos”.

Lugar de enseñanza en la que los ciegos disponían de tres años para su formación, al tiempo que practicaban el ejercicio de la oración junto al de la música, pues se entendía que en su alternancia, el fruto de sus plegarias era más seguro. Se les adiestraba en el uso de la guitarra y del violín y que tras superar su aprendizaje, los “ciegos oracioneros” lograban su medio de vida participando en aquellos actos, tanto litúrgicos como civiles, a los que eran requeridos.

Hoy, la Plaza de Santa Cruz es un amplio “rincón” en el que destaca una cruz de hierro adosada a una columna de piedra como sencillo, pero significativo, monumento en su recuerdo parroquial; a la que se accede, dada su amplitud, por diferentes calles: como son las de Juan de Juanes desde la de Roteros, la de la Cruz, la de “les Adoberies”, la de Santa Elena y la de la Caridad.

Plaza que en su otro extremo y para lugar de encuentro, posee como un pequeño bosquecillo que cubre unas largas bancadas de piedra para la ocasión del descanso.

Rincón, el nuestro, que en los últimos años se ha visto necesitado de su restauración aún no finalizada, conservando las fachadas de sus edificios el castizo sabor del “Barrio del Carmen”, que si otrora lo fue gremial y artesanal, en la actualidad es el del ocio.

Pero sin menoscabo de su rico y viejo pasado que tras el paso de los siglos pervive incrustado en la calma que transmite al caminante, por él interesado, que cruza nuestro “rincón”.

miércoles, 27 de julio de 2011

LA PLAZA DE LOS PINAZO

49 - La Plaza de los Pinazo_rincon

Nada más agradable para las tardes de bochorno estival, erigido en implacable dueño de nuestras calles, que encontrar un lugar agradable en brisas bajo el ramaje de unas moreras que en su permanente cimbreo nos indican el lugar donde refugiarse. Es pues un “rincón” de suaves vientos que agradece el caminante y en el que se aísla y se reconforta por un instante del bullicio en su rededor. Tráfago que reina en una plaza que tras sus últimas transformaciones se ha convertido en uno de los puntos más comerciales de la ciudad, al igual, que resulta ser un espacio de reunión donde acudir a una cita ocasional o de acostumbrado encuentro, al igual que sirve de tranquilo relax en una tarde dominical.

Corresponde a la Plaza de los Pinazo, la que tiene la singularidad que bajo sus cuatro moreras junto a unos macetones de laurel que la adornan, sitos en el centro de la misma y reposando en sus bancos, el céfiro y sus caricias nos indican la agradable diferencia existentes entre un punto y otro de nuestro rincón, a pesar de su no muy grande extensión y en una confluencia de calles que lo originan. Bajo la arboleda se encuentra su agradable estancia cual regalo para quien busca el solaz de la tarde tras su callejeo por tan céntrica zona.

Antigua Plaza del Picadero hasta 1912 (debido a la existencia de un lugar donde se guardaban los caballos a espaldas de la plaza y junto al edificio desaparecido de “las Coronas”), pasó a llamarse entonces Plaza del Pintor Pinazo en homenaje al famoso pintor valenciano, para finalmente ser conocida como “de Los Pinazos” en recuerdo del pintor y también de su hijo, quien fuera el autor de la escultura sedente de su padre situada junto a la Audiencia en un pequeño y próximo jardincillo de la calle Colón.

Rincón el nuestro de gran importancia histórica por ser el lugar por donde discurría la muralla cristiana (mandada construir por Pedro el Ceremonioso en 1365 como cerco defensivo para la ciudad y destruida en 1865 en época de Isabel II a instancias del Gobernador Civil, Cirilo Amorós, por la crisis de la seda) como lo indica la presencia de su basamento, justo en el sitio donde se encontraba uno de los “portals chics”, la que fuera Puerta de los Judíos cuya pequeña amplitud de escasos tres metros se muestra al curioso observador tras afortunada excavación, cual testigo de su existencia. Debe su nombre a su proximidad a la judería valenciana, al igual que su cementerio situado en torno a la actual calle de Juan de Austria que desemboca en nuestra plaza.

Lo que supuso el fin de la industria sedera dejó a muchos valencianos en paro, por lo que se aconsejó su derribo para procurar trabajo, así como la necesidad de abrirse la ciudad. Ello dio lugar a la ronda de Valencia, así como al primer proyecto de ensanche en la ciudad a partir de la Calle de Colón que ladea nuestro rincón.

Así pues, es más bien un “rincón de brisas” el que ofrece su alivio al paseante, bajo unas moreras que rememoran la importante industria sedera que hasta finales del siglo XIX dio justa fama a la ciudad con miles de familias que se dedicaban a su elaboración en los talleres de sus casas.

La boca del metro urbano, seña de modernidad, se funde con una de las puertas de la muralla cristiana uniéndose de tal guisa y en un palmo de terreno, el pasado y el presente de la ciudad en una plaza de gran actividad comercial, pero con la permanente brisa que se nos ofrece bajo el “rincón” de una pequeña arboleda que alivia el sopor del estío.

lunes, 27 de junio de 2011

EL RINCÓN DEL OLMO

19 - El Rincon del olmo
Nada mejor para la Valencia de esplendor: la del Cap i Casal del Regne del siglo XV, que la edificación de las grandes obras dada la importancia que tuvo la ciudad, por lo que sus próceres tomaron la decisión de procurar auténticas joyas arquitectónicas recurriendo al concurso de los más famosos “pedrapiquers” de la época.
Aquellos, quienes a golpes del martillo sobre el cincel, trabajando las piedras de sillería de nuestras cercanas canteras, fueron capaces de levantar grandes monumentos que al llegar hasta nuestros días se han convertido en lugares emblemáticos visitados a diario por quienes interesados por nuestra ciudad lo hacen cada vez en mayor número.
Es el caso de las “Torres de Quart” y de Serranos o nuestro “Micalet”, así como tantas otras obras que sólo el citarlas nos apartarían de nuestro objetivo, que no es otro que mostrar el encanto de un pequeño y escondido a la que vez que singular rincón, tanto en cuanto que sobre el enlosado del suelo quedan identificados los signos que acreditaban a aquellos “pedrapiquers”; en este caso los artífices del más bello monumento representativo del gótico valenciano: el de La Lonja de la Seda a pocos pasos situado.
Nuestro rincón, “El del olmo”, lo cubre una espesa arboleda que le da paz y sombra y en el que no faltan dos bancas de piedra. Satisface la curiosidad del caminante al estar formado por la confluencia de callejuelas tan entrañables como la de L'Estamenyeria Vella, la de L'Om, la de Tundidores, la de Generoso Hernández (en recuerdo de un maestro de escuela en la zona) y la de En Pina, que con su parra a la entrada aún conserva su adoquinado -en su particular caso de rodeno- uno de los últimos vestigios de cómo eran las calles empedradas de la ciudad mediados el pasado siglo.
Al igual que los pequeños y humildes balcones de hierro y que precisamente por ello dejan en nuestro rincón el sabor de la sencillez junto al encanto del olmo que lo personaliza.
Cuando empieza el anochecer, cuatro farolas se iluminan y enmarcan a nuestro rincón que se va convirtiendo en lugar de encuentro y reunión, bohemio y alegre, escondiendo en el enlosado los signos que identificaban a aquellos “pedrapiquers” que con su maestría dejaron para la posteridad la solidez de sus obras.
Nuestro rincón “reúne el arte del siglo XXI en un espacio del XII”, como muy acertadamente dice Inmaculada Ramón, la propietaria de un establecimiento de suvenirs a la sombra del viejo olmo que cubre el rincón mezclada entre trinos alegres ante la planta baja de "Idees i Regals": tienda que con sus “originals” creaciones se ofrece al viajero, al tiempo que en su gentileza me invita a visitar un pozo árabe del siglo XII situado en el sótano, convertido con exquisito gusto en una pequeña galería donde expone lo mejor de su obra.
Su perra Canela, su fiel compañera que un día apareció famélica con su anterior dueño, pero que al morir éste, regresó por el recuerdo de haber recibido un plato de comida; lo que le quedó grabado en su mente y en la actualidad se encuentra plácida en el umbral de la puerta junto a su nueva ama.
El “Rincón del olmo” reúne el encanto de ser el centro de un dédalo de callejuelas estrechas muy próximo al núcleo histórico de nuestra ciudad, por lo que invita en el atardecer a disfrutar de su estancia bajo el frescor de su arboleda y sobre el recuerdo de aquellos maestros de la piedra que con sus manos supieron cincelar testificando el esplendor de nuestra historia.
Sus signos de identidad en el enlosado despiertan la curiosidad del interesado caminante a cuyo hallazgo invita tan pintoresco rincón y que a su visita os recomiendo.

viernes, 27 de mayo de 2011

LA PLAZA DE CRESPINS

26 - La Plaza de Crespins

Las plazas recoletas tienen en si mismas el encanto que les otorga su propia limitación, sobre todo, cuando pese a ello, albergan la presencia de bellos y decimonónicos edificios que fueron sedes y refugios de personajes que de su contribución se sirve el curioso caminante para un mejor conocimiento de nuestro histórico pasado.

Desde la calle Samaniego, el gran fabulista de la lengua castellana, o desde la de Cruilles, el gran investigador del XIX de la Valencia antigua, se puede acceder a la Plaza de Crespins, nuestro rincón, así como desde la de la Hierba, o la del Historiador Roque Chabas, así nominada por ser en la plaza de nuestro rincón donde tan insigne personaje tenia su residencia, en el corazón de la ciudad y a la que le dedicó gran parte de su obra.

Plaza tranquila y peatonal en la que no falta un banco de piedra al que llegan sonoras las campanadas desde lo alto del “Micalet” en los instantes que corresponden, mientras el caminante contempla su entorno.

Sentado en la banca contrastan en la plaza sus tres fachadas del XIX adornadas con pequeños balcones de forja de los que llama la atención el que en dos de sus edificios separados por la calle de la Hierba hayan salido de las manos de un artesano de la misma fundición, dado su idéntico acabado. En el que da a la citada calle con el número 1, el milenario Tribunal de las Aguas y en su primera planta, alberga su despacho y archivo.

Destacan en la plaza los dos edificios que dan el mayor encanto al rincón: el de la actual sede del Colegio Territorial de Administradores de Fincas que perteneció al investigador de nuestra ciudad el Marqués de Cruilles, y que forma ángulo con el que fuera residencia del “Sabio historiador regional Canónigo Archivero de la Metropolitana Dr. D. Roque Chabás”, según una artesanal placa junto a una ventana enrejada que el Ayuntamiento de Valencia colocó en 1917 “para su honrosa memoria”. Noble casona en donde se reunían lo más granado de nuestros historiadores, como lo fueron Martínez Aloy, Rodrigo Pertegás, Teodoro Llorente y José Sanchis Sivera, entre otros.

Les decía que contrastan porque a mi espalda sentado en el banco y configurando la plaza, la ocupan edificios de nueva planta al servicio de la Generalitat Valenciana para sus despachos administrativos.

El nombre de nuestro rincón que persiste desde el siglo XVI, se le debe a la noble familia de los Crespí de Valldaura (cuyos orígenes se remontan a cuando acompañaron a Jaime I en la Reconquista de Valencia) la que tuviera su residencia en la esquina de la calle del Mar con la Glorieta, en el mismo lugar que hoy ocupa la sede del Centro Cultural de Bancaja, y que con anterioridad residían en la actual plaza de su nombre.

Desde la cercana Plaza de la Virgen, bien vale la pena adentrarse a través de sus callejuelas en la busca de nuestro rincón donde gozar de su tranquila estancia, insonorizado al bullicio, pero en hilo directo con los más entusiastas divulgadores de la historia de nuestra ciudad.

jueves, 28 de abril de 2011

EL RINCÓN DE LA PLAZA DE LA COMUNIÓN DE SAN ESTEBAN

29 - La Plaza de Comunión de San Esteban_rincon

Caminando la ciudad a la búsqueda del sabor de las callejuelas que tanto abundan en su centro histórico, en cualquier instante encuentra el viajero algo que le llama la atención. En especial, cuando el mismo nombre de una calle anuncia por su acepción la indicación de respeto que por su presunta dignidad merece. Es el caso de la Calle de Los Venerables que invita al caminante a adentrarse por ella ignorando cualquier posible sorpresa que le puede devenir.

Avanzando por la calle, estrecha y de corto recorrido, tras su ensanche con nombre de plaza, se anuncia a su final un recodo con visos de cierta originalidad. Pero vale la pena detenerse por un instante en la conocida como de Mossén Milá que a su paso destaca un edificio con largos balcones de artesanal forja que delatan el buen gusto de su época, y al que se anexa otro con dos blancos miradores configurando un lienzo de casas que la ennoblecen.

Llegado al punto, causa sorpresa la presencia de un pequeño rincón con todo el sabor añejo que por las piedras y los lucidos de sus fachadas ofrecen al complacido peatón.

Es así como nos encontramos ante el pequeño rincón de la plaza de la Comunión de San Esteban, donde existen las dos puertas traseras de la parroquial, antigua mezquita musulmana, convertida al culto cristiano tras las Reconquista de Jaime I.

Auténtico y recoleto, creado tras el derribo de la casa abadía en 1780 con dos puertas en los lados de uno de sus ángulos. Una de ellas, la de la Capilla de Comunión, la que da nombre a la plaza, indica la fecha de su construcción de 1696 labrada en el dintel que sustenta en barroca representación un eucarístico copón, construida la capilla siguiendo la costumbre de que en las antiguas parroquias se adosara un nuevo centro de recogimiento con el genérico nombre de la Comunión. Y la otra, en el lado central, corresponde a la puerta trasera de la Iglesia de San Esteban, cuya fachada principal da a la plaza de su nombre entre la Calle del Almirante y la Plaza de San Luis Beltrán.

En el resto de la plaza prima la sencillez de un edificio de cuatro plantas con blancos ventanales que no la desmerece, sino todo lo contrario, al ser uno de los lados que contribuye a darle semejante forma a tan peculiar rincón, anclado tras la parroquial de San Esteban de rico pasado, sita a la sazón en uno de los ventrículos del corazón de la ciudad.

La actual plaza que une la Calle de los Venerables (en memoria de la santidad de los Vicente Ferrer, Luis Beltrán, Beato Nicolás Factor, quienes entre otros fueron bautizados en la Iglesia de San Esteban, en la pila bautismal que recibe el nombre del primer valenciano que fuera santo dominico, el citado San Vicente Ferrer) con nuestro “rincón”, la ya citada de Mossén Milá, era conocida antaño como Plaza de las Moscas, tal y como se anuncia en el plano del Padre Tosca debido a los numerosos puestos de carne que existían desde la “calle del Palau” y que llegaban hasta la citada plaza.

Lugar pues al que se accede desde la “calle del Palau”, o por su parte norte desde amplia Plaza de Nápoles y Sicilia que por su tranquilidad vale la pena conocer. Cima sus aleros, sobresale la torre campanario que concentra en su armonía la sencillez de tan singular rincón, dando ocasión al caminante a la visita interior de uno de los más antiguos templos de la ciudad con su famosa pila bautismal del que sería santo dominico y de la que se dice que los allí bautizados no fenecen por accidente.

martes, 29 de marzo de 2011

EL JARDÍN DEL PALAU

16 - Jardin del palau_rincon Rincón de fragancias con aromas de azahar que pasa inadvertido las más de las veces a favor de la riqueza monumental que en su entorno reina y en la que el paseante fija especialmente su atención.

El rincón corresponde al de un pequeño jardín cercado por una artesanal verja, sujeta a pilastras de piedra que lo hace aún más recogido. A él se accede por dos puertas que franquean el paso al caminante que desea en su solaz aislarse del trasiego humano que deambula por la amplia y peatonal zona, a la sazón núcleo histórico de la ciudad.

Nació el jardín tras el derribo del antiguo Consistorio, el conocido hasta ese momento como “Casa de la Ciudad” que desde su construcción en 1342 sirvió como el lugar donde los Jurados, el Racional, el Síndico y el Escribano ejercieran su poder municipal, a la vez que cumplía como cárcel de hombre y mujeres y hasta de reuniones en Cortes. Hasta entonces y desde que Jaime I creara la institución municipal, los Jurados se reunían en diferentes Casas en torno a la Iglesia Mayor.

Sometida a posteriores restauraciones, sus interiores alcanzaron un gran esplendor, así como su fachada flanqueada por dos esbeltas torres. Destacó su “cambra daurada”, de rico artesonado construida en 1441 cuya techumbre se puede observar desde 1929 en el interior de la sala que ocupara el “Consulat del Mar” en la monumental Lonja de la Seda, donde luce pulcramente restaurada como el más importante de los legados que persisten de la antigua “Casa de la Ciudad”. A él se suman un tríptico del Juicio Final en el Museo Histórico Municipal, una reja de hierro situada a la entrada de la capilla de la Lonja, y otras obras pictóricas en poder de colecciones particulares.

Situada en la esquina frontal a la plaza de la Virgen se observa sobre pedestal de piedra una figura de bronce del Ángel Custodio, que como patrono de los Jurados y símbolo de la ciudad, era venerado en un altar de la Sala del Consell, y en cuyo recuerdo destaca en lugar prominente del jardín.

Como consecuencia de un voraz incendio en 1586, la parte superior del Consistorio quedó totalmente destruida. Tras su restauración y con los años, entró en un proceso de degradación que obligó al Concejo Municipal en 1854 a tomar la determinación tras encontrar un lugar para su emplazamiento, de su traslado a la Casa de la Enseñanza de la Calle de la Sangre, que desde ese instante se convirtió en el nuevo Ayuntamiento de Valencia.

La vieja “Casa de la Ciudad” fue derribada en 1860 dando ocasión para convertir su lugar en un pequeño jardín junto al Palau, separado del mismo por la que fuera Calle de los Hierros, hoy en un pequeño rincón para solaz del paseante. Sentado en sus bancos de piedra con respaldos de hierro, se aísla del murmullo urbano oculto entre sus naranjos que predominan y la majestuosidad del “mástil” de un pino que se observa por la linterna que se abre cima la bóveda del arbolado.

Pequeño jardín que pese a su olvido por la gran concurrencia que callejea por su bello entorno dejándolo de lado, os recomiendo visitar al cobijo de sus naranjos y limoneros junto a otras especies y al encuentro del relajo que procura tan histórico rincón.

domingo, 27 de febrero de 2011

PLAZA DE LA COMPAÑÍA O DE "LES PANSES"

18 - La plaza compañia

No podía faltar entre los muchos rincones que callejeando la ciudad deleitan nuestra atención, bien por el encanto de sus balcones corridos, bien por sus ménsulas que los sustentan, bien por el murmullo de una fuente o bien por la banca de piedra donde el paseante repone sus fuerzas, por citar algunos de los elementos que justifican nuestro alto en el camino, no podía faltar, les decía, el rincón sito en la popular “Plaza de les Panses” y en el nomenclátor de la ciudad como la de la Compañía: el que por su sabor épico macerado desde la sencillez y el orgullo de un personaje singular, confiere, entre otros, uno de sus atractivos.

Sucedió un 23 de mayo de 1808, cuando “el Palleter”, un sencillo vendedor de pajuelas para prender el fuego que nada más tener conocimiento mediante la Gazeta que se vendía en la misma plaza de la abdicación de Fernando VII en beneficio de Napoleón, cogió su faja a la cintura, la desgarró, y con un trozo de ella anudado a una caña junto a una estampa de la Virgen de los Desamparados, subido a una silla, alzó su voz declarando la guerra al invasor:

-¡Un pobre palleter li declara la guerra a Napoleó!

El hecho queda perpetuado en una placa de piedra en el muro que cierra al jardín de La Lonja frente a nuestro rincón. Un desconocido personaje cuya historiografía se reduce a ese instante, toda vez que desde aquel día pasó al anonimato de la vida valenciana.

Plaza recoleta en la que destaca la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, de la Compañía, junto a la que fue Casa Profesa de los Jesuitas y actual residencia de jubilados de la Orden. En ella se albergó el Archivo del Reino hasta su definitivo traslado a la Alameda. El origen de la Iglesia se remonta al siglo XVI, pero tras ser derribada por la revolución de “La Gloriosa” fue nuevamente reconstruida veinte años después, luciendo sus tres puertas con arcos de medio punto bajo un rosetón de hierro en lo alto de su fachada que en toda su amplitud domina la plaza.

Un banco de línea curva, de granito, en un rincón de la plaza es de utilidad al caminante para observar relajado el alto torreón de la Lonja de la Seda, junto al que se contempla una parte del cilindro que forma la escalera de caracol necesaria para su ascenso. Se observa éste sobre el muro de almenas coronadas, así como el bloque que albergara la institución medieval del “Consulat del Mar”. Institución que ya había sido creada en el siglo XIII, la más antigua de España en su genero.

Con la construcción de la Lonja de la Seda por el maestro de obras Pere Compte en el XV se refrendaron los años de esplendor de la capital del Reino y a la sazón la ciudad más importante de la Corona de Aragón. Monumento del gótico que tras su ampliación en el siglo XVI y desde el interior Patio de los Naranjos se accede por una escalera de piedra adosada al muro a la Sala Dorada, donde el visitante puede contemplar el techo policromado procedente de la derribada “Casa de la Ciudad”.

Completan la plaza dos edificios enfrentados: uno de entresuelo y dos alturas, sencillo y bien cuidado que hace esquina a las calles de las Danzas y Cordellats, y otro de amplio chaflán, de cuatro alturas, que cima sus dos amplias ventanas enrejadas en el entresuelo, en cada una de sus plantas observa el visitante sus tres balcones de hierro forjado que van disminuyendo en su tamaño según ganan en altura; situadas a sus lados, las Calles de la Cenia y de La Lonja en la que destaca una de sus puertas, la más bella del edificio más representativo del gótico valenciano.

Rincón que aunque popularmente es conocido como “Plaza de les panses”, en realidad este nombre era el que tenía con anterioridad la cercana del Doctor Collado, al hallarse un tienda de pasas junto a la Lonja del Aceite y que con su derribo se abrió la nueva plaza.

Rincón pues, en el que predomina el gran retablo de La Compañía sobre su entorno, pero sin desmerecer a la pequeña muralla que protege al jardín de la Lonja con la placa en recuerdo del Palleter, tanto en cuanto escudriñamos el majestuoso torreón entre un cerco de coronadas almenas que rememora en todo su conjunto un rico pasado histórico de ocho siglos, que les recomiendo visitar.

jueves, 27 de enero de 2011

PLAZA DEL CONDE DEL REAL

24 - La Plaza del condel del real 
Si en la sinuosidad de un río bajo una frondosa arboleda la naturaleza brinda la ocasión de mostrar sus bellos remansos, unos tras otros, confieren al paraje la delicia de su disfrute. Sensación de gozo que extasía al viajero admirado por su paisaje y le hace recrear su mirada en cada uno de ellos.

Algo semejante sucede cuando en el interior del casco histórico de la ciudad y uno tras otro, se suceden bellos rincones que se ofrecen en un pequeño dédalo que tiene como eje principal la calle de Trinitarios.

Ocurre, cuando entre los bellos rincones que cada uno de ellos ofrece su singular y diferenciado atractivo, en su denominador común, se esconde la oportunidad del placer de cruzarse, cuales remansos de paz, en un paisaje que, si lo es urbano, tiene la semejanza que nos ofrecen uno tras otro, al tiempo que nos regalan el encanto de sus encuadres.

Es el caso de la Plaza Conde del Real, muy próxima a otros “rincones de mi ciudad”. En ella, contrasta la entrada de la Facultad de Teología, en uno de sus lados, con el que se muestra con viso artesanal en el lienzo del lado enfrente: el que forma ángulo con un edificio decimonónico de estilo académico con balcones de hierro forjado, ventanales con rejas en el bajo y portada con dintel que sustenta un tímpano de medio punto que, igualmente enrejado, abre el paso de la luz a su interior. En lo alto, sus tres altillos confieren a su fachada la armonía de un acabado que ennoblece la plaza.

Las plazas del Poeta Llorente, de Santa Margarita, la del Conde de Carlet, la plazoleta de la Calle Viciana y la de San Luis Beltrán son partes de una retícula en la que se encuentra la del Conde del Real, a semejanza de los bellos remansos que en ocasiones nos ofrece la naturaleza; mas en este caso a través del callejeo continuo dentro del casco histórico de la ciudad y en escasos palmos.

Realza pues en la plaza, la Facultad de Teología: el antiguo Seminario Conciliar construido en la que fue casa del Conde del Real hasta principios del XIX. Con anterioridad y desde su fundación en 1790 por el Arzobispo Fabián y Fuero, el Seminario ocupó la Casa Profesa de los Jesuitas, que al haber sido expulsados por decisión de Carlos III la ocuparon hasta su definitiva ubicación en 1819 y hasta nuestros días en la Plaza del Conde del Real: titulo proveniente de la época de Jaime I de uno de sus acompañantes a la Reconquista del viejo Reino de Valencia.

Situados en la plaza, merece la pena traspasar el zaguán del antiguo seminario y contemplar su claustro de columnas dóricas escudriñando su alta espadaña y espléndido mirador. Resalta la originalidad de los cuatro vértices de sus galerías con tres columnas enlazadas en cada uno de ellos, a semejanza de las de hierro que discurren en la segunda planta del claustro con el mismo orden y concierto.

Media docena de macetones pincelan la plaza y cuatro sillones, anclados y de moderno diseño, sirven al visitante para contemplar tan singular rincón junto al viejo taller de cerámica ubicado en las antiguas caballerizas del Palacio de Escrivá a su espalda, dando su toque artesanal a tan silencioso rincón; lo que da ocasión a escuchar los trinos que llegan del ajardinado y antiguo cauce del Turia cercano.

En vuestro deambular callejeo os recomiendo su visita, al tiempo que la aprovechéis para disfrutar del claustro del viejo Seminario Conciliar, en la actualidad Facultad de Teología.

lunes, 27 de diciembre de 2010

LA PLAZA DEL POETA LLORENTE

23 - la plaza poeta llorente

Más que una pequeña plaza es como una brecha abierta en el perímetro del casco histórico en la que en su cicatrizada herida brotan páginas de leyendas encastradas en la cuña que la forma; pero no por ello deja de ser un pequeño rincón, abierto en el lugar exacto en el que se simboliza la capitulación de la Valencia musulmana y el inicio del reino cristiano por la acción del Rey Conquistador, Jaime I de Aragón.

Primero fue un lugar ocupado por el lienzo de la muralla árabe y tres siglos después por el cristiano. En él se fundieron sus piedras, tanto en cuanto la conocida como la puerta del Cid, la de Bab el Schadchar, situada junto al torreón en el que como señal de su entrega y según cuenta la tradición -por otra parte cuestionada por su falsa identidad y ausencia de documentación que la acredite- izaron los musulmanes en 1238 el “Penó de la Conquesta” (actualmente conservado en el Museo Histórico Municipal del Ayuntamiento de la ciudad) como señal de su rendición.

Corresponde al mismo lugar que ocuparon los Templarios por concesión del “Conqueridor” y que desde 1770 fue habilitado de nueva planta como Iglesia, Convento y Colegio de Montesa, cuando un terremoto en 1748 destrozó el Castillo de la Orden que había recibido toda la herencia de los Templarios, al ser suprimidos estos por Clemente V en el siglo XIV. Se estableció entonces y como nueva sede cisterciense, en la actual Plaza del Temple (aledaña a nuestro rincón) laborando hasta la desamortización de Mendizábal del siglo XIX. Momento en el que pasó a denominarse como Palacio del Temple en sus funciones de sede gubernamental y en cuyo lateral izquierdo a la plaza y en recuerdo de su pasado, una lápida de piedra informa al curioso de su rica y crucial historia.

En el centro de la Plaza del Poeta Llorente, luce esbelta la estatua de José Ribera, “el Españoleto”, de Mariano Benlliure. Sin duda uno de los monumentos más viajeros de la ciudad, toda vez que inaugurado frente a la puerta principal del Temple en 1888, fue trasladado en 1905 a la Plaza de Emilio Castelar, para seguir en su peregrinaje en 1930 a nuestro rincón y a escasos metros de su primer emplazamiento.

Y en el lado derecho del rincón triangular la casa donde vivió Teodoro Llorente Olivares, quien da nombre a la Plaza. Reconocido como “el Padre de la Lengua Valenciana” por la decidida defensa que hizo de ella, tanto en cuanto fue el principal impulsor de su Renaixença. En su recuerdo una placa de piedra testimonia el edificio modernista habitado por tan insigne poeta, en el que destacan sus balcones de hierro y sus miradores que debieron dar luz e inspiración en las horas de sus líricas obras repletas de impronta valenciana.

Bello edificio del siglo XIX levantado sobre el solar del Convento de los Trinitarios Descalzos, que desde 1652 y hasta la desamortización citada, dio nombre a la plaza al recaer en ella la fachada de su iglesia conventual.

En el vértice de nuestro singular rincón destaca un enigmático edificio de sabor palaciego del que lo poco que de él se conoce es que vivió Manuel González Martí. En él, albergó su colección de cerámica hasta su traslado definitivo al Museo Nacional en el Palacio del Marqués de Dos Aguas.

La Plaza del Poeta Llorente es un rincón que invita a la rememoración de nuestra historia bajo el eco dormido del mejor de nuestros poetas, siendo el que más y mejor contribuyó al renacimiento de la Lengua Valenciana, así como el principal impulsor de “Lo Rat Penat”, la sociedad literaria de finales del XIX.

Vale la pena detenerse ante la elegante estatua de Ribera y escrutar todo su entorno por lo mucho que significó en su rico pasado, antes de perderse por sus callejuelas que de allí parten en relajante callejeo hasta el corazón de nuestra ciudad. No dejéis de hacerlo.

sábado, 27 de noviembre de 2010

LA PLAZA DEL ESPARTO

9 - La Plaza del Esparto Existen rincones en mi ciudad que destacan por la diversidad de sus encantos que en su singularidad los visten. Y si a ello se une la sencillez de sus aderezos, o la humildad de su nombre, lejos de la suntuosidad en otras ocasiones merecida, el lugar en el que en esta ocasión se encuentra el caminante tiene todos los atributos propios del "rincón" que en su callejeo por la ciudad busca para su descanso, al igual que como lugar de encuentro para una cita coloquial, o de las que producen cruces de miradas fascinadas por el brillo de unos ojos de cualquiera pareja enamorada.

Si en la ciudad existen rincones cual "salones de lujo", la existencia de pequeñas "salitas de estar" complementa su atractivo. Este es el caso del acogedor rincón que tiene como nombre la Plaza del Esparto: sencillo, humilde, nada suntuoso, pero cálido y de ornato peculiar: el del amparo del “Café Sant Jaume” y las cuatro falsas acacias que con sus cortinajes lo enmarcan a la par que le sirven de cobijo, tanto en los atardeceres de suaves brisas, como en las horas estivales de una mañana solariega que procuran su sombra aunque sea por un pequeño instante.

Rincón terraza, bohemio y amigable, punto de partida al igual que de unión entre los Barrios del Carmen y el del “Mercat”, se convierte al igual como punto de inicio, tanto como de final, sea para disfrutar paseando sus callejuelas aledañas, sea como rincón para una grata velada entre el murmullo urbano o la balada de un dúo melódico que busca su jornal.

El “Café Sant Jaume” fue antaño la Farmacia Cañizares, y como café entrañable procura ratos de grata estancia conservando todo el atrezzo que tuviera antaño, cuando con su famoso ungüento aliviaba cualquier dolor del cuerpo.

Rincón situado junto a la Plaza de San Jaime y donde termina la Calle de Caballeros, en las cuatro fachadas que lo forman, lucen, junto a la sencillez de sus pequeños balcones, la presencia de unos miradores de madera que resistiendo el paso del tiempo, testimonian retazos del buen gusto arquitectónico que unido al de su sencillez, son propios de un pasado que afortunadamente perdura. Al igual que la vista de una fuente de hierro fundido que nos trae el recuerdo de cuando su existencia por las calles de la ciudad lo eran en mayor número, y que con su presencia nos recuerda un pasado algo ya lejano.

Su nombre nos rememora la industria de los fabricantes de sogas y su gremio de Sogueros que utilizaban los huertos próximos del barrio del Carmen para extender el esparto y confeccionar una variedad de utensilios al servicio del huertano que los necesitaba.

Placita de grata estancia, apacible y de sabor antañón, que como lugar de encuentro y relajo os recomiendo en las horas del atardecer, cuando los reflejos se funden entre las farolas que lo alumbran y el dorado del “Café Sant Jaume”, cual cálida “salita de estar” en este bello rincón.

jueves, 28 de octubre de 2010

LA PLAZA MARGARITA VALLDAURA

31 - La Plaza Margarita valldaura 
Si hay bellos rincones merced a su singular aspecto que bien pudiera ser el de una fuente cuyo murmullo destaca en el silencio; el de una casa palaciega que lo ennoblece; la forja de sus balcones que lo decoran o el de un árbol a cuya sombra una banca invita al descanso, existen otros que su mayor encanto reside en la invitación al recuerdo de personajes de gran fama por su relación con el lugar, aquel en el que viviera quien dedicara sus días al logro de un mundo mejor, fiel a sus principios y convencido de su necesidad.

Es el caso de Luis Vives, que de familia judía conversa pero leal a su religión y para su mayor estudio y protección, aconsejado por sus padres que mortalmente sufrirían más tarde los rigores de la Inquisición, abandonó España hacia las mejores universidades europeas, pero sin olvidar su ciudad; al igual que su retícula urbana asilada a fuego en su corazón, como lo demuestra en un genial dialogo enriquecido con la sensibilidad de su añoranza.

Desde la distancia, cuenta en su libro que callejeando por la ciudad del quinientos, tres amigos, Centelles, Borja y Cavanilles, evocan su añoranza por las callejuelas cuyo recuerdo mantienen con pulcra exactitud, tal y como se refleja en los diálogos de las páginas de “Las Leyes del juego”, una de las obras literarias del humanista valenciano.

Así pues, iniciando su callejeo en la judería y a invitación de Cavanilles de pasear por la Plaza de la Higuera y junto a Santa Tecla, responde Centelles, que no, que él prefiere hacerlo por la Calle de la Taberna del Gallo por la que llegarán hasta la plaza donde nació su amigo Vives, aprovechando la ocasión para visitar a sus hermanas.

La Plaza de Margarita de Valldaura, en homenaje a la que fuera esposa de Luis Vives (igualmente de familia judía con la que se casó en Brujas) es un rincón para el recuerdo de nuestro gran erudito que junto al recurso del dialogo en su copiosa obra literaria dedicada a la enseñanza, y en colaboración con su amigo Erasmo, fue también partícipe de una intensa y fecunda labor epistolar, contribuyendo ambos a la unidad europea en los momentos históricos de mayor peligro de su desmembración.

Es pues éste un “rincón” que nos sitúa en el lugar de nacimiento del humanista: una casona de la misma plaza, recientemente restaurada, que llega hasta la esquina de la Calle de Cardona. Casona que fue ocupada durante muchos años por el Colegio Cisneros, quizá llamada a ello por el ser lugar en el que vino al mundo quien impregnó en su vida los deseos por la enseñanza.

El paseante interesado accede a nuestro “rincón” desde la Calle de la Paz por la de Luis Vives; desde la de San Vicente por la de San Martín y desde la del Marqués de Dos Aguas por la de Vidal; toda una exigua retícula urbana en torno a una pequeña plaza que acerca al viandante el recuerdo del literato valenciano que alcanzara gran prestigio en Europa sin retornar a su ciudad, pero sin olvidar sus raíces, como lo demuestra que desde la distancia y en sus diálogos, callejeaba resuelto por el centro histórico de la ciudad en ruta hacia el mercado, cuyos aromas y colores -como si con él permanecieran en la ciudad de Brujas donde fijó su residencia hasta su muerte- dejó patente en sus escritos.

Detenerse un pequeño instante en semejante rincón en el que un ciprés y cuatro naranjos lo relajan, en el que no falta una banca de piedra donde sentarse ante la que fue casa en la que Luis Vives iniciara sus primeros “gateos”, da ocasión a rememorar a uno de los personajes de mayor prestigio en el viejo continente conocido entonces como la Cristiandad, y que junto a Erasmo, contribuyó a que fuera reconocido como Europa y con la racionalidad de su origen gravitado en los principios cristianos.

Plaza peatonal y tranquila, en donde se aloja un hueco de nuestra historia en torno al que fue barrio de la judería del que apenas quedan vestigios, por lo que en su permanencia adquiere suficiente distinción y hace que nos acerque, siquiera sea un instante, al gran humanista valenciano para cuya memoria bien vale una visita a tan céntrico rincón.


martes, 28 de septiembre de 2010

LA PLAZA DEL CARMEN

11 - La plaza del Carmen

Cuando en un “rincón” confluyen en histórica armonía -junto a la paz y el sosiego gracias a su condición peatonal- la casona palaciega, el pasado conventual hoy Museo de Bellas Artes, el recuerdo docente de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, el remanso de unos jardines, el monumento a un pintor renacentista y todo ello bajo el hechizo de una fachada-retablo recientemente restaurada con gran brillantez de la antigua Iglesia del Carmen –hoy Parroquia de la Santa Cruz en recuerdo de la existente en la cercana plaza de este nombre- con su torre campanario coronada por el “Angelot del Carmen”, cuando todo ello se une en el corazón de un barrio entrañable, se convierte tal lugar en un “rincón con mayúsculas” que, por albergar tan rico pasado, al tiempo que da descanso al visitante en su solaz visita, al rememorar las diferentes partes de su historia forjada a través de los siglos, da ocasión a conocer la importancia de un lugar situado extramuros de la que fue muralla musulmana.

El Barrio del Carmen, de antiguo de gran prestigio artesanal y motor fundamental de la actividad gremial, es en la actualidad de vida bohemia, pródigo como lugar de ocio y diversión gracias a sus innumerables tabernas y lugares de encuentro, sitos a lo largo de una retícula urbana de largas y estrechas calles que le dan su particular aspecto.

Y al mayor prestigio del barrio en torno a su plaza principal, contribuye su apuesta histórico cultural iniciada a finales del siglo XIII, cuando fue el lugar elegido para edificar el Convento de los Carmelitas como recompensa al apoyo que prestaron -entre otras ordenes mendicantes- al rey de Aragón Jaime I en la Reconquista del reino musulmán de Valencia, y que tras diversas ampliaciones alcanzó su actual configuración finalizando el XVIII.

Plaza festiva por excelencia, ha sido el centro idóneo para celebrar las numerosas “festes de carrer” del populoso Barrio del Carmen que en la actualidad y por desgracia son cada vez en menor número. Brillan en la actualidad, la fiesta de San Vicente Ferrer con su “Altar del Carmen” con variadas representaciones de milagros vicentinos junto a la fachada de la Parroquia, y la ya internacional fiesta de las fallas de la ciudad que en tan populoso barrio y gracias al esfuerzo de sus comisiones, entre las que destaca por sus premios y galardones la Especial de Na Jordana, lucen entre el entusiasmo y orgullo vecinal.

El Palacio Pineda del siglo XVIII, hoy sede de la Universidad Menéndez y Pelayo, deja un toque singular en el “rincón” de la Plaza del Carmen. Palacio que fue uno de los primeros sitios que dieron cobijo al Colegio de los Hermanos Maristas llegados a Valencia a finales del XIX, y que con anterioridad a ésta sede, ya habían ocupado otras casas más pequeñas en el mismo Barrio del Carmen.

Adorna la fachada del Palacio Pineda un cuidado jardín con una estatua al pintor renacentista Juan de Juanes, que, nacido en Fuente la Higuera, fue vecino del barrio recordándosele con su presencia monumental. Completa la plaza, aunque corresponde a la calle Padre de Huérfanos y adosado a la Parroquia de la Santa Cruz, otro amplio jardín construido al derribo del Palacio de los Señores de Alacuás en 1946 con una bella fuente central situada en una alberca dedicada “a los niños”, réplica de una original de Mariano Benlliure.

Digno rincón del Barrio del Carmen al que se puede acceder por las Calles Roteros, Pintor Fillol, Pineda, Palma, Fos y Padre de Huérfanos, todas ellas singulares y de gran importancia histórica en los avatares de nuestra ciudad, cuyo callejeo hace disfrutar al paseante.

Visitar la Plaza del Carmen que da nombre al barrio más popular de Valencia, llena de un gran atractivo cultural y a la sazón en su entorno más inmediato de recomendable peregrinaje, es de crucial importancia para conocer mejor nuestro pasado, relajándonos en el presente.

sábado, 28 de agosto de 2010

LA PLAZA DE SANTA MARGARITA

25 - La Plaza santa margarita

Existen rincones que por si mismos alcanzan el mérito de transformarse en museos urbanos lejos de su intención; plazuelas “festoneadas” de obras de arte que en arracimada armonía cubren su contorno. Por lo que, con tal presencia, ofrecen al tranquilo paseante la ocasión del gozo escudriñando en sus fachadas una suerte de variados balcones de forja, de ventanales enrejados y de un mirador de madera como fruto del trabajo artesanal en el que sus creadores debieron rivalizar en el momento de su construcción. Al igual que los sencillos adornos de estucos y ménsulas creando un grato rincón en el que se funden lo bello con lo estético.

Enaltece a nuestro “rincón museo”, entre otros, un refinado balcón corrido enriquecido por un par de frontones que realzan su esplendor, formando su fachada ángulo con otro edificio que, si más sencillo, se complementa con el aporte del citado mirador, al igual que con sus balcones de una o dos ventanas creando ambas fachadas una de las aristas de la plaza cuadrangular.

La otra, y que complementa la placita, está exenta y en su diagonal, abierta a la Calle Trinitarios en cuya mitad del trayecto aparece. Lucen en sus tres alturas la gracia de sus balcones que la conforman, merced a sus diferentes estilos en los que se muestran la belleza de sus acabados gracias a una mano artesanal fortalecida por el golpe del martillo sobre el yunque al calor de la fragua, dando forma al hierro forjado con la destreza de su maestría.

Larga Calle de Trinitarios que comunica la antigua Iglesia de El Salvador, la que fue Mezquita, con el majestuoso conjunto del Palacio e Iglesia del Temple construido en su actual estructura en el siglo XVIII tras la destrucción por un terremoto del Castillo de Montesa, y cuya consecuencia inmediata fue el traslado de la Orden en época de Carlos III a las antiguas instalaciones de los Templarios de las que toma su actual nombre.

Rectilínea la de Trinitarios, traslada al viandante desde la Plaza del Poeta Llorente, “el Padre de las Letras Valencianas”, a la Catedral, en cuyo trayecto se halla el Seminario Conciliar, con un magnífico claustro y actual Facultad de Teología, reuniéndose en su recorrido un conjunto monumental que nacido en la Reconquista, con sus posteriores transformaciones llega a nuestros días como una página de nuestra historia.

La plaza que a mediados del XVIII era conocida como la de la Alcudia, cambió su nombre avanzado aquel siglo al actual de nuestros días, siendo su motivo la existencia de un altar en recuerdo a Santa Margarita de Escocia quien destacó por su ayuda a los pobres.

Recoleta plaza en la que bien vale la pena detenerse un instante por la abundancia de sus balcones, y que por su pequeñez, la hace aún más singular cual pequeño museo al aire libre que de forma espontánea y sin pretenderlo, da ocasión a la existencia de uno más de los muchos rincones de nuestro centro histórico que merece nuestra atención.

martes, 27 de julio de 2010

LA CALLE CAÑETE

15 - La calle cañete
“Prop de les Torres de Quart
n'hi ha una festa molt antiga
a on un rumbos veïnat
conserva la festa viva,
la del nostre Beat”

Así se proclama en un delicioso “cant d’estil valenciá” el comienzo de la fiesta en recuerdo al Beato Gaspar Bono, allí mismo donde naciera: a pie de su casa sita al final de la Calle Cañete. Recinto sagrado y capilla de hogar, cuidado con el fervor y mimo de sus vecinos al que le ofrecen desinteresados toda su devoción.

Azucat” el de Cañete que si a su comienzo es de semblanza moderna, tal y como avanzas, cambia de piel y a paso lento descubre el paseante el sabor de la Valencia aldeana con sus casas de planta baja y puertas abiertas, de macetas ante el portal, o colgadas de las rejas de su ventanas o realzando la sencillez de sus balcones, dando en su conjunto ocasión a que sus vecinos disfruten de la vida familiar que existiera antaño. Sobre todo en la época estival, con sus cotidianas veladas a la fresca de ensaladas y pistos con tinto de verano, tortillas de patata, caracoles con hierbabuena y con juegos de parchís; sin despreciar el resto del año en el que se mantiene la armonía al calor de los hogares.

Rincón antañón por tanto, al que se une la existencia cada vez más viva de una de “les festes de carrer” más arraigada en nuestra ciudad. Tradición que se mantiene gracias al tesón de la “Peña el Clau” como corazón de la fiesta, en la que año tras año rinde homenaje al Beato que consideran como propio. Le manifiestan así su gratitud por la desprendida generosidad que tuvo a favor del necesitado, en cuyo recuerdo se mantiene intacta una fiesta cuyo fervor se acrecienta en los años transmitido a los hijos de Cañete.

De padres muy pobres nació el Beato una víspera de Reyes de 1530, por lo que le bautizaron con el nombre de uno de los Magos. En sus años juveniles antepuso a sus deseos de sacerdocio la ayuda a su familia, lo que no le impedía organizar en su propia calle precesiones a semejanza de las que veía en otros lugares de la ciudad loando al Señor.

En beneficio de sus padres necesitados, se hizo soldado de Carlos V, utilizando como mejor arma el rezo diario por sus compañeros en las campañas. Al resultar herido de gravedad ofreció su vida dedicada al sacerdocio si superaba el trance. Logrado su deseo, fue acogido en la Orden Franciscana de los Mínimos del Convento de San Sebastián de la que llegó a ser su Provincial. Ejerció la pobreza, impregnándose de santidad, por lo que en sus místicas oraciones la situación de éxtasis le era frecuente, al tiempo que en sus rogativas desbordaba toda su fuerza mediando por los demás.

Quizá de aquellos sus juegos juveniles perdura la principal tradición de la fiesta manifestada en una procesión que recorre las calles aledañas. Son los hombres de Cañete los que llevan en andas al Beato desde su casa natalicia, y tras larga procesión, regresan a su calle, momento en que a su entrada los reemplazan las mujeres hasta depositarlo en su capilla.

Rincón, fiesta y devoción se entremezclan en uno de los “azucat” más activos de la ciudad, en el que el alma del Beato Gaspar Bono está siempre presente.

Visitar este rincón en la segunda semana de julio es participar de una “festa de carrer” en la que nadie es forastero, pues reconocido el paseante como extraño, es de inmediato acogido de forma desprendida, tal y como ejerciera su vida el virtuoso Beato.

Pero adentrarse en la de Cañete en cualquier otro día del año, es la ocasión para el deleite por la semejanza de su calle a las existentes en cualquier pequeño pueblo de la serranía valenciana, de sus puertas abiertas en las horas del atardecer, cuando la calle se convierte en un salón vecinal en el que impera la fraternidad.